VIII: Tensiones y una discusión inesperada.

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N/A:

Desde aquí en adelante, será narrador omnisciente, pero volveré a la modalidad de primera persona, ya que me cuesta muchísimo hacerlo así :(. Espero que no les moleste mucho.


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"¡Oye, despierta!".

Una voz bastante conocida para el alemán había interrumpido su añorado sueño, sus ojos color agua (que por cierto estaban algo desorientados) se fijaron en la luz que se veía desde la ventana; no supo ni siquiera desde cuándo había estado durmiendo, pero sí recordaba lo que había hecho antes de eso. Juraría que el placer aún recorría sus venas, y que el éxtasis se había quedado grabado para siempre en su piel y en su alma. Feliciano lo sacudía levemente, sin excederse, pero no logró hacer que Ludwig recuperara la consciencia. Era obvio. Era como un verdadero tronco muerto cuando dormía.

"Ludwig... ¡Gilbert está por llegar! ¡Muévete! ".

Le pedía esa misma voz y con algo de molestia se reincorporó. Era muy mala idea despertar al temido alemán, ya que éste siempre despertaba de mal humor. El rubio le miró, es más bien, estuvo a punto de asesinarlo con la mirada.

— ¿Era necesario... moverme tanto? — Inquirió con un tono de voz enojado, aunque al ver la carita del menor, su expresión y su voz cambiaron en su totalidad. —  ¡N-no pongas esa cara! —Le pidió, mientras le tomaba de las mejillas y le acercaba para besarle sutilmente.

—¡Perdón! Yo no quería hacerte enojar. Simplemente quería que despertaras para que fuéramos a preparar algo de comer. —El italiano se sentía medio cohibido; se sentía culpable. Qué digo, era como si se estuviese casi matando.

— Me parece excelente, Feli. Vamos pero primero, démonos un baño. Me siento realmente asqueroso. —El mayor se puso de pie rápidamente, sin molestarse de cubrir ningún atributo que poseía, pero Feliciano le detuvo. Le tomó de la mano y posó ésta sobre su cálida mejilla.

—   Ludwig... —  Le susurró con mucha timidez. — ¿Me llevas? Es que... —Bajó la mirada, mostrando una actitud muy cohibida, cosa que era tan inusual. —  Me duele un poco. 

...

El agua caliente recorría la musculatura de su cuerpo, como si la recorriera los mismísimos dedos de su pareja. Era suave, grácil, para nada desagradable. Sus cabellos rubios, que usualmente permanecían hacia atrás estaban completamente desordenados y mojados. Mantenía la vista fija en algún punto de la ducha, como si aquello fuese lo más interesante. Una sonrisa pequeña estaba impresa en su rígido rostro. Era lo único que marcaba la diferencia con el Ludwig antiguo. Esa sonrisa era verdadera, de felicidad... la felicidad que sólo una persona en el mundo le daba; aquél infantil y tierno italiano que le había salvado antes de morir de pena.

Unas manos suaves y pequeñas se aventuraron a tocar sus omóplatos, bajando lentamente. Él intentó girarse, pero fue totalmente innecesario. Esas mismas manos le rodearon y un rostro se instaló contra su piel, incorporándose al jugueteo de agua y vapor.
Feliciano dejó un pequeño beso en su cuello.

— Hmm... ¿Ya te sientes mejor, mein liebe? —Le preguntó, girándose hacia el recién llegado. Se recargó contra una de las paredes de la regadera y atrajo al más bajo, rodeándolo.

—Me duele un poco, pero no hay nada de qué preocuparse, Lud.

— ¿De verdad? —El rubio deslizó sus manos coquetamente por la espalda baja del italiano, hasta llegar a la zona de la cadera. Acarició ese lugar con mucha dedicación.

—Sí, además, es algo a lo que debo acostumbrarme, ¿no?

—Así es, ya que dudo que la próxima vez sea tan amable...

El menor soltó una tierna risita, que llenó al alemán de alegría. Luego de eso, se estiró un poco, hasta llegar a su oído.

—No quiero que seas amable.


...

La ducha duró aproximadamente unos 20 minutos. Luego de eso, se dieron cuenta de lo tarde que era. Ambos se vistieron de manera casi similar; el menor se había puesto unos jeans ajustados y una camiseta color rojo, y Ludwig tenía un suéter negro y unos pantalones que más le acomodaron.

Feliciano caminó lentamente a la cocina;e notaba claramente lo mucho que le costaba caminar. El blondo se sintió de cierta manera culpable, ¡pero no había sido su culpa! O eso pensaba.
Mientras el castaño preparaba la cena y canturreaba feliz, el alemán ordenaba meticulosamente la sala de estar. Con lo perfeccionista que era, sin duda alguna se la pasaría horas y horas hasta conseguir su "orden ideal". El reloj marcó las 7 p.m.

— ¿No se supone que ya deberían estar aquí?

—Viven bastante lejos; es entendible, amore.

—Pero, Roderich siempre es puntual. Me sorprende que aún no estén acá.

—  ¡Si te preocupas tanto, no disfrutarás!

—  Sí, tienes razón. Si me preocupo tanto, lo arruinaré todo. —Dijo en un sutil suspiro-. Sólo espero que lleguen pron—

Su voz se vio interrumpida por los toques en la puerta y una carcajada estridente. Sin duda alguna era su hermano. Se dirigió a la puerta con rapidez y al abrirla, se encontró con Gilbert, quien sostenía una botella de vino.

 ¡Brüder! ¡Lamento la demora! Es que tuvimos un pequeño imprevisto.

—Ya me imagino... —El menor rodó los ojos y se hizo a un lado, dejando pasar a Gilbert y luego a su pareja, quien parecía haberse quedado mudo. El alemán prefirió ni inmutarse; no le incumbía.

...

— ¡Esto es tan asombroso! Sabe increíble. —Decía el albino mientras comía un poco más de la lasagna que el italiano había preparado. Éste último se sentía tan halagado que un tierno sonrojo iluminó sus mejillas doradas. Ludwig, por otro lado, miraba a su hermano y sostenía firmemente la mano de Feliciano por debajo de la mesa, y Roderich... bueno, él miraba su plato fijamente. Algo sin duda alguna estaba pasando.

El alemán tuvo un presentimiento, uno muy pequeño de lo que pasaba.

Roderich había padecido lo mismo que él; había estado casado, tan enamorado de una mujer, que finalmente se marchó de su lado por un malentendido. En ese tiempo Gilbert era su amigo, y supo lo que era ver a la persona que ama sufrir. Pero esto no se quedó aquí; aunque no lo asume, el austriaco aún se siente bastante mal. A veces tiene pequeñas crisis, y justamente ese día no estaba del mejor ánimo.

—Mmm... ¿y qué tal están? -Inquirió Ludwig, en un intento de deshacer el silencio incómodo que se había presentado.

—Todo bien, supongo. —El mayor de los Beilschmidt se encogió de hombros.

—¿Supones? —Intervino Roderich alzando una ceja.

—Sí. Además, si estás con esa cara de deprimido... es imposible estar bien.

— ¿Deprimido? ¡No lo estoy! ¿A caso no puedo sentirme triste por una maldita vez?

—¿He dicho eso, Roderich? ¡Claro que puedes estar triste, pero no cuando estamos compartiendo! Contagias el ambiente.

La discusión se tornó en algo que para el parecer de la otra pareja era desagradable. Gilbert acabó poniéndose de pie y saliendo, y otro se fue al patio trasero.

Feliciano miró a su novio, bastante indeciso.

—¿Crees que nosotros peleemos así...?

—  Espero que no.

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N/a

No me gustó cómo quedó ;-; lo dejo a su criterio.

Angelo [AU/ GerIta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora