XV: Te amaré por siempre.

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Un hombre de cabellos largos y dorados, casi blanquecinos reposaba sobre una pequeña silla que se mecía suavemente. Tenía entre sus manos una de las tantas cartas que uno de sus nietos le mandaba hace muchísimo tiempo. La leía con gran calma y con una sonrisa enorme en los labios.

"Querido abuelo:

Ya debes imaginarte el por qué te escribo. Ya está llegando el grandioso día y yo no puedo estar más feliz. 

La verdad es que aún no puedo creer lo rápido que pasó el tiempo; es decir, nunca pensé que la relación con Feliciano durara "tanto", puesto que éramos tan distintos, pero ahora me doy cuenta de que ser diferentes nos atrae aún más.

¿Estás orgulloso de nosotros? Espero que sí.

Es hora de que me despida; Gilbert me pasará a buscar para ver los preparativos y bueno, ya sabes lo quisquilloso que se vuelve.

Te ama,

Tu pequeño (ya no tan pequeño) Ludwig.

P.D: Quiero que vengas a la boda... te mandaré la invitación en algunos días. "

El semblante de aquél hombre era parecido al de Ludwig, sólo que algunas arrugas cubrían sus líneas de expresión, dando a entender los años que tenía. Una sonrisa detallada dejaba ver sus perfectos dientes. La felicidad se notaba en sus ojos color agua, y no era de menos que lo estuviera; sus pequeños finalmente habían encontrado el destino de sus vidas, el mismo destino que a él engatusó tiempo atrás.

(...)

Aquél muchacho alemán se paseaba flojamente por una plaza cualquiera. Sus cabellos caían juguetonamente sobre sus hombros, perdiéndose hasta llegar a su espalda. Era increíble ver a alguien que cuidase tanto de su cabello y su apariencia, más si en esos años era como una especie de "tabú". Pero aún así no le importaba. Debía tener un poco más de 20 años.

Se sentó bajo un hermoso naranjo en flor, con un pequeño libro en el regazo y los anteojos. Era un día en particular muy tranquilo, por lo que era una buena opción el leer allí. Pero... sin imaginárselo, su calma se vio interrumpida por alguien, que sin pedirle permiso, se sentó. Parecía estar cansado, pues jadeaba.

Disculpe por sentarme así, es sólo que...

Por una pequeña milésima de segundo, sus miradas se cruzaron. Aquél color agua se fundió con ese oliva del mirar ajeno. Algo se movió dentro de ambos; algo que sin duda alguna era nuevo, algo que ardía y quemaba lo más profundo de su alma.

N-no debe dar explicaciones...

Permítame decirle que usted es el hombre más hermoso que he visto en mi vida. Murmuró el extraño, y el alemán se percató de que aquél hombre era extranjero. El alemán, sin poder evitarlo se sonrojó, sintiendo que todo su rostro ardía ante el halago. Se cubrió con el mismo libro que previamente había tenido en el regazo. —¡P-perdone! No quise incomodarle.

Angelo [AU/ GerIta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora