Capítulo 1

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—Soy agente del FBI... perfilador... —informé a la morena de ojos grandes que se encontraba, a mi lado, en la barra de ese por demás desconocido lugar. Era un bar.

Era el aniversario de la muerte de Maeve y yo había pasado recientemente por demasiadas cosas.

»Últimamente parece que lo único que hago es perder —me quejaba con esa morena de cabellos rizos y completamente oscuros—, se supone que salvo vidas al atrapar criminales y los malditos psicópatas son la raíz de mis males —completé. Ella me miró con una expresión lacónica.

—Todo el mundo tenemos nuestros problemas —dijo y dio un trago a su bebida—, pero generalmente es así, lo que nos hace sufrir es lo que más amamos —sonrió perdiendo su mirada en el recipiente cristalino que su mano sostenía.

Bebió un poco más de ese líquido garraspaste que llamaban tequila, «yo no pude tomarme un trago y ella llevaba media botella». Apretó los ojos y, después de tragar con un poco de dificultad, chupó un limón embarrado de sal; hizo un gesto más, respiró profundo y lamió sus labios.

»Yo mato gente —dijo mirándome con seriedad.

—¿Por qué le dices eso a un policía? —cuestioné después de procesar su frase. Ella me miró y dijo como si fuera obvio: —Porque estoy ebria, porque no puedes arrestarme sin pruebas y porque después de que nos divirtamos mucho esta noche te olvidarás de mí. —Reí.

—Tengo memoria eidética —informé y ella se carcajeó.

—Pero a este amigo mío eso no le interesa —dijo mientras empujaba un caballito de tequila por mi garganta—, vamos —arrastrándome a la salida, mientras yo me ahogaba por tal bruto trago.

* * * * * * * * * *

—Señor Spencer Reid —canturreó mi nombre a mis espaldas—, si sigue jugando con mi paciencia voy a irme —amenazó tirada en esa cama en la que se encontraba casi desnuda. Pero yo no estaba seguro de querer esto. Maeve estaba muerta y yo debía sufrir por ella.

—No debería hacer esto —susurré—, al menos no esta noche —e intenté levantarme. Pero la morena de labios rojos me jaló a ella haciéndome caer sobre su cuerpo. Abrazó mi cuello y mirando fijo mis labios dijo relamiéndose los de ella: —No vas a dejarme con ganas. —Entonces me besó.

Pensando que ya estábamos en esto aprovecharía la oportunidad, después de todo el cuerpo de esa muchacha era realmente sexy. Así que la abracé, besé y acaricié tanto como el deseo en mi cuerpo lo pedía, volviéndola completamente mía. Al menos por esa noche, pues a la mañana siguiente que desperté ella no estaba a mi lado.

A la mañana siguiente que abrí los ojos la cabeza juraba que explotaría en mil y un pedazos si no era lo suficientemente cuidadoso de no hacer absolutamente ningún ruido y de no ver absolutamente ninguna luz.

«Esto a lo que llaman resaca» pensé. Y por esa mañana fue mi único pensamiento pues me dolía incluso pensar.

—Cállate estúpida cabeza —dije en voz baja y guardé silencio arrepentido. Llevando mis manos a mi cabeza, que parecía dinamita estallando, me cubrí con la sabana y me volví a dormir.

De rato escuché mi teléfono sonar y maldije al mundo entero y a quien fuera que hiciera ese maldito aparto sonar de tal manera. Abrí los ojos y busqué el motivo de mi malestar presente. Lo escuché cerca de mi pantalón.

—¿Por qué rayos mi pantalón está en el piso? —pregunté molesto. Salí de la cama y tomé el teléfono. Era García, al decir "Bueno" me disculpé mentalmente con mi amiga. Después de todo el insulto propinado no dejó mi cabeza en ningún momento.

—¿Dónde estás? —preguntó. Miré a mi alrededor y al desconocer el lugar respondí: —No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —preguntó un poco alterada.

—García no grites —supliqué—, tengo resaca. —Creo que la rubia del otro lado del teléfono murió de sorpresa, pero otro grito vino a desechar mi teoría.

—¡¿Qué?! —preguntó y repetí: —Que no grites por favor.

—Estoy preocupada —suspiró—, ¿estás bien? —preguntó muchos decibeles abajo.

—Tengo el corazón roto y la cabeza al punto de lo mismo «además una parte intima muy adolorida» —lo último no lo dije. Pero era cierto, hoy sufría de muchas maneras.

Penélope dijo que lo lamentaba y que no me dejaría solo el día de hoy. Y aunque lo que yo quería no era justamente compañía, tampoco quería estar solo, así que respondí: —Voy para tu casa —colgué y me vestí.

* * * * * * * * * *

—Ayer cuando te desapareciste me volví loca —explicó Penélope García que me pasaba un vaso de agua burbujeante—, pero quería darte tu espacio. De haber sabido que irías a beber te habría alcanzado —terminó un poco burlona la dueña del sofá donde estaba recostado con la cara tapada con una almohada.

»¿Y qué bebiste? —preguntó apartando la almohada de mi cara y entregándome el agua.

—Un poco de... creo que era tequila, y mucho wiski. —respondí aceptando la bebida. Penélope abrió los ojos como platos preguntando atónita: —¿Tequila?... ni siquiera pensaba que supieras de su existencia.

—Es un destilado originario del municipio de Tequila en el estado de Jalisco, México, se elabora a partir de la fermentación y destilado del agave —comencé a explicar—. Penélope me duele mucho la cabeza ¿te conformas con eso? —pregunté y ella sonrió.

—Para la otra me invitas —pidió—, sabe mejor en compañía. —Asentí y dije: —Lo sé —volviendo a poner la almohada en mi cara. Decidí que ese día de depresión la pasaría durmiendo, por eso ya no contesté al: —¿Cómo lo sabes? —que hizo ella.


Continúa... 


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