Las palabras simplemente habían escapado de mi boca como pequeñas bombas destruyendo todo a su paso, ni un solo ruido se escuchó luego de ellas, mis padres y hermano quedaron paralizados, creo que incluso incapaces de respirar, me miraban fijamente intentando encontrar en mis ojos la usual picardía cuando contaba una broma pesada, pero sólo hallaron dolor porque la verdad batallaba sobre la mesa intentando impregnarse en ellos.
Entonces las lágrimas desbordaron los ojos de mamá, su cara severa estaba impenetrable, pero las lágrimas se esparcían con más y más fuerza surcando su cara, Liam le entregó una servilleta y con sus ojos rojos e hinchados negó con la cabeza en mi dirección.
-No –Soltó papá, la copa que sostenía se hizo añicos en su mano, todos dimos un salto de impresión esperando que continuara- No, yo no tengo hijos homosexuales ¡Ningún hijo mío va a ir por ahí lamiendo vergas! ¡No eres un puto maricón!
-George, el vocabulario, por favor –Pidió mamá con voz seca, una mueca de disgusto apareció en la cara de mi padre.
-¡Tu hijo acaba de admitir que es maricón y lo único que te importa es el jodido vocabulario, Margaret!
-¡Controla tu lengua! –Chilló, el sonido agudo de desesperación retumba hasta ahora como un eco en mi cerebro- Es nuestro hijo, George, nuestro. Tiene diecisiete años por el amor de Dios, ¿cómo puede saber qué quiere en la vida? Vamos a mostrarle el camino, vamos a ayudarlo, arreglarlo...
-Mamá, no estoy roto –Susurré y, qué ironía, se me quebró la voz. Una lágrima escapó de mis ojos en seguida, ambos me miraron, así que busqué apoyo en Liam, pero el odio ciego que trasmitía me detuvo.
-Váyanse ambos a su cuarto, niños, tengo una conversación pendiente con su padre –Ordenó seria levantándose de su asiento, no puedo evitar recordar la forma en que de repente parecía que diez años le habían caído encima.
Nos levantamos rápido y con grandes pasos cada uno se dirigió a su habitación, encerrándose, tomé mi celular y mientras los ojos se me empezaban a nublar, maqué al único que podía.
-¡Orión! –Gritó con ánimo desde el otro lado de la línea Aarón, mi mejor amigo, mi respiración comenzó a volverse más fuerte y el corazón me latía como loco- Amigo, ¿qué pasa?
-Lo saben –Alcancé a decir antes de estallar en sollozos.
-Mierda –Respondió, un largo suspiro se hizo paso en la línea y podía imaginarlo con las manos sosteniendo su cabeza en un vano intento de tranquilizarse y pensar- Orión, no entres en pánico, pero quiero que hagas una maleta...
-¡Son mi familia!
-Joder, lo sé, ¿sí? Lo sé, pero tienes que escucharme, haz una maleta con las cosas más importantes y echa veinte dólares en el bolsillo de afuera, ¿está claro? Si sucede cualquier cosa, toma la maleta y ven a mi casa, cualquier hora.
-Aarón, yo...
-Sí, sí, yo también te amo, perra, casi tanto como a mi bella novia –Bromeó, tosí falsamente- Está bien, la misma cantidad, pero no se lo digas a Lucinda. Me tengo que ir, hermano, ¿estás bien?
-Sí, gracias.
-¿Seguro? Puedo decir que estoy enfermo si me necesitas –Insistió haciéndome sonreír, contesté que no, asegurándole que estaría bien por mi cuenta, pero prometió llamarme luego de todas formas.
Aarón es la mejor persona que en la vida he conocido, es también el más inteligente, pero esa es otra historia, nos conocimos cuando teníamos once años, ambos como buenos hijos de padres adinerados coincidimos en uno de las escuelas más comunes para los de nuestra clase social, no duramos ni un año ahí. Aarón tuvo la brillante idea de dibujar con una pintura especial sobre el campo de fútbol una mujer llorando sobre sus rodillas, intentando agarrar los medios cuerpos de las personas, de alguna forma la galería rezaba la siguiente leyenda "Sólo puedes ser uno de ellos, ¿quién eres?", todo eso podías verlo desde el techo del segundo edificio de la escuela, una construcción de cinco pisos con azotea, la cual por supuesto estaba cerrada, por lo que tuvimos que robarle las llaves al conserje, alumnos de todos los grados subían a mirarla y sobre la pizarra dejaban su voto, entonces nos atraparon y expulsaron, mi madre estaba echando humo al enterarse, pero de todas formas logré convencerla de que me enviara a la misma escuela a la que él asistiría, aunque ella no lo sabía, duramos dos años en esa escuela hasta que alguien comenzó a decir que yo era una mujer camuflada y Aarón era mi novio, cuando nos enteramos juraba que Aarón jamás volvería a hablarme en la vida, pero al contrario simplemente sonrió y dijo "No puedes culparlos, seríamos la pareja más linda de esta pocilga, ¿verdad?" pero los rumores insistían y yo empezaba a preocuparme, siempre había sabido que "algo" andaba mal conmigo y que todos lo comentaran era inaguantable, entonces unos chicos, dos años mayores que nosotros, me atacaron en el baño, traté de defenderme, sin embargo mis esfuerzos eran inútiles ante los dos idiotas frente a mí, ya estaba en el piso con sangre cubriendo toda mi cara cuando Aarón llegó, al verme ahí tendido con los bravucones riéndose y dándome patadas fue como si un demonio se apoderara de él, los chicos no tuvieron oportunidad contra un niño de trece años con al menos veinte kilos menos, cuando acabó un moretón empezaba a formarse bajo su ojo, mas lo único que logré decir fue gracias, el agradecimiento más sincero que he dado, pero de todas formas no era suficiente, recuerdo exactamente lo que respondió "De nada, mi amor" dejando un beso en mi cuello, una última lección para los matones que me dejó rojo y nervioso. Aarón les dijo la verdad a sus padres sobre lo que había ocurrido, yo les dije a los míos que les habíamos robado a sus chicas, no sé cuáles estaban más orgullosos.
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Cuando el otoño llega
Novela Juvenil"Hey, soy yo otra vez, no el chico que salió del armario, sólo yo... mamá, por favor no me odies." "¡No vamos a ir al infierno por amarnos!" "Creí que siempre seríamos mejores amigas, pero supongo que tu mejor amiga no diría que no quiere volver a...