Capítulo 4: Sorpresa, sorpresa Luisiana

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-Y así fue como acabé desterrando a tu hermano de mi reino.- finalicé mi relato con una sonrisa inocente.

Héctor (al final había averiguado su nombre) miraba al horizonte pensativo. Durante el camino a las cabañas le había narrado la hermosa historia de cómo nos conocimos el innombrable y yo, y él no había abierto la boca. Sinceramente creí que me había dejado de escuchar, pero su cara de susto al saber que me desperté con su hermano casi encima de mi delató que no me ignoraba.

-Te das cuenta de que fue un accidente, ¿verdad?- habló de repente mientras llegábamos a la piscina comunitaria.

-Bueno... si, pero...- intenté protestar pero me interrumpió.

-Te das cuenta de que tu reacción fue exagerada considerando que no le diste siquiera la oportunidad de explicarse, ¿cierto?

Le miré molesta.

-Vale, lo admito, reccioné mal. Pero, ¿qué esperabas? Quedé inconsciente durante un rato, es normal que me despertase cabreada.

Me miró fijamente hasta hacerme sentir incómoda. ¿Qué miraba tanto? Fruncí el ceño.

Quizás deberías preocuparte. Está serio. Y él nunca está serio. Cerebro, necesito ideas, no obviedades.

Me rendí en su lucha de miradas y le di la espalda. Tenía ganas de bañarme, no de tener discusiones tontas por algo que ya pasó. Quizás había sido muy brusca con el innombrable (había vuelto a olvidar su nombre), pero ¿y qué? Ni que pidiéndole disculpas me fuera a hacer superamiga de él o algo así. Dejé la toalla y el libro en una tumbona y me saqué la camiseta.

-Deberías disculparte con él- habló sobresaltándome de nuevo.

-¿Por qué debería hacerlo? Yo no le dejé inconsciente y después intenté meterle mano.- hablé tranquilamente mientras caminaba hacia la piscina.- Él es el que debería pedirme disculpas a mi.

-Primero, no quería meterte mano. El verano pasado hizo un curso de RCP y ahora quiere probar con cualquiera.

-Excusas.- murmuré.

-Segundo,- continuó haciendo caso omiso a mis palabras- no te pide disculpas seguramente porque te tiene miedo.

Me senté en el borde de la piscina y sumergí mis doloridos pies en ella. Cagoen... ¡estaba congelada! Me abracé a mi misma hasta que me acostumbré a la temperatura del agua. Quizás no había sido buena idea venir a la piscina sabiendo que aquí al atardecer hace fresco.

¿En serio? ¿En qué lo has notado? Agh, cállate.

Héctor se sentó a mi lado sin meter los pies en el agua.

-¿Por qué iba a tenerme miedo? Me saca unos 30 centímetros de altura, y no parece que sea un flojo si le sigue el ritmo a los sujetos hiperactivos que tengo como hermanos. Es ridículo.- dije rompiendo el silencio.- A demás, no lo defiendas, se suponía que eramos amigos.- me quejé golpeándole el hombro.

Mi rescatador se rió y abrió la boca para hablar, pero fue interrumpido de nuevo por esa voz.

-No, no y no.

Giré y me encontré con un Adrián cabreado y un Franco curioso. Agh, ¿y ahora qué?

-¿Qué te pica ahora?

-Siempre haces lo mismo. Cuando vamos de vacaciones me robas los amigos. Cómprate otros, no me quites a mi los míos.- exclamó molesto mi hermano lanzando dagas con los ojos.

¿Tenía un imán para atraer a gente estúpida en la cabeza? Porque no encontraba otra solución. Franco sonreía divertido detrás de su hermano, como si supiera algo que nosotros no sabíamos.

No me provoques diabetes, por favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora