Cuando estoy demasiado cansado, puedo dormirme en cualquier lugar. He sorprendido a mis compañeros en el armario de la oficina, dentro de una casita de árbol —teníamos que espiar el comportamiento de un sospechoso acusado de pederastia—, y una alfombra roída. Lo de la alfombra fue la experiencia más desagradable, pero quedará como otra historia. Pese a mis cortos veintisiete años, jamás en la vida he tomado una siesta en una cárcel. La mera idea no es algo muy reconfortante que digamos. En especial cuando tienes la posibilidad de estar rodeando de todo tipo de malandros...
Acababa de despertar hace un par de minutos en esta sucia celda de pacotilla y lo primero en recibirme fue una verga del tamaño de una pierna, cuyo olor probaba ser del excusado del mismísimo diablo. Pegué un grito, y mi reacción de defensa fue darle un puñetazo en el estómago. El convicto retrocedió adolorido y cayó a un costado. Varios colegas suyos que se encontraban en las celdas anexas se carcajearon ante nuestro cómico infortunio.
—Estuviste a un segundo de ser rociado con orina —indicó una voz.
Al girar en dirección a ésta, vi una silueta borrosa. Me froté los ojos con la manga restante de mi atuendo. Al alzar los brazos, sentí una pesadez en ambas muñecas, y noté que estaba encadenado. Mi reloj había sido reemplazado por dos gruesas barras de metal que se conectaban con ambas esposas.
Confundido por lo que estaba pasando alrededor mío, levanté la mirada. En ese instante, mi visibilidad retornó y fui recibido por un muchacho de ojos rubíes, orejas puntiagudas y una enredada cabellera negra.
—¿Yuuichiro?
No me respondió. Ladeó su cabeza y arqueó ambas cejas.
—No recuerdo haberme presentado, pero tu timbre se me es familiar... ¿Te conozco?
El hijo de Guren estaba sentado sobre el borde de la ventana, a casi dos metros de altura. Mecía sus piernas con entretenimiento, alborotando los bordes de la bata del hospital. Arrugó la nariz y descendió de un brinco. Supongo que no le gustaba esperar por una respuesta.
—¿Acaso lo escuchaste mientras dormías? Era de esperarse de las incontables veces que vociferaron mi nombre como si hubiese cometido un asesinato de primer grado. ¿Puedes creerlo? —gruñó Yuuichiro, y se sentó a mi lado de cuclillas.
—Si estamos donde creo que estamos, ¿qué delito he cometido yo? —balbuceé incrédulo.
—Dímelo a mí. Serían capaces de meter tu trasero por robar un dulce.
No podía ser cierto. Me rehusaba a creerlo. Me incorporé rápidamente e intenté pegarme a la reja para llamar a quien sea. Si debía rezarle a los santos o al mismo Satanás, lo haría. Era una vergüenza internacional que un detective termine en un lugar como este. Sería el hazmerreír de mi familia, de la estación, y de todo el universo.
—¡Oficial, soy inocente! ¡Ha habido un error!
Deseé llamar la atención de quien fuese; lamentablemente, los oficiales y los detenidos sólo se burlaron como si no hubiese un mañana.
—¿Cuántas veces crees que han escuchado eso? —rió Yuuichiro, acercándose a mi lado nuevamente.
Tenía razón. En esta circunstancia, cualquier persona diría que es el mesías con tal de poder ser liberado. No valía la pena irritarme la garganta si sería visto como uno del montón. Tal vez me creyesen si digo que soy un detective, aunque sería peligroso revelar mi identidad frente a estos maleantes. No creo que sean muy amigables con las autoridades.
—Tendrías más suerte si les dices quien fue el responsable de comerse la última dona... Y podría apostar que fue el gordinflón de la esquina.
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¿Quién asesinó a Guren Ichinose?
Fiksi Penggemar¿Qué demonios tenía su superior en la cabeza cuando le designó a un retrasado mental como compañero? Mikaela Hyakuya no podía creer que tenía que lidiar con un revoltoso, charlatán y molesto acompañante. Para empeorar su situación, deberá proteger a...