El Chico del Autobús

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Dicen que el amor verdadero existe, que está en algún lugar. Puede sea verdad, pero eso no significa que vayamos a compartir nuestra vida con esa persona. Quizás mires a los ojos a tu amor verdadero simplemente cuando caminas por la calle, y solo en ese momento es cuando le ves. Puede que estemos conectados por algo, como un hilo, y que al final el destino nos une con nuestra pareja, pero simplemente hay que saber y sentir que es la persona correcta.


***

Salía de la casa a todo correr. Bajaba las escaleras acelerada, como de costumbre. Al llegar a la puerta del portal, mira el reloj y resopla tranquilamente sabiendo que no llegaba tarde. Se mira en el espejo del portal a retocarse el pelo en un simple gesto con la mano. Su hermoso y castaño cabello queda enmarcando perfectamente su ovalado y frágil rostro. Gira el pomo de la puerta y pega un salto a la calle. Una brisa le descoloca el pelo y resopla decepcionada, aún así pone rumbo a la parada del autobús. Mientras espera va viendo como la gente va llegando, las mismas personas cada mañana. Poco a poco se han ido convirtiendo algo matutino para la muchacha. Una mujer mayor que siempre va al clínico para una rehabilitación de rodilla; un hombre de unos cuarenta años que va todas las mañanas durante el trayecto, inmerso en su ipad en el cual va leyendo alguna novela histórica; una mujer de mediana edad con su hijo pequeño, siempre se dirigen a la escuela a la que estudia el niño; y nuestra protagonista, la cual se dirige cada mañana a la universidad a estudiar la carrera de imagen y sonido. Después de esperar diez minutos en la fría parada, el autobús decide aparecer por la esquina en la que gira, con su atronador rugir del motor. Suben poco a poco y cada uno se sienta siempre en su sitio, como si, en algún momento de su rara relación como extraños se habían rifado los asientos y serían las butacas de cada uno. La joven atrás del todo; la anciana delante al lado de la puerta de salida; la madre y su hijo en algún asiento libre; el hombre del ipad siempre solo, al lado de algún ventanal, para que su mirada se perdiera entre las oscuras calles de la madrugada. Aquella mañana el sol todavía no se había decidido a salir y la lluvia empapaba juguetona las grandes ventanas del vehículo. La muchacha, apoyada en uno de los cristales pensaba en su examen de sonido que tenía la semana que viene. Como siempre, el autobús va haciendo su recorrido, parando en las diferentes paradas de su trayecto. En la siguiente a la primera, siempre monta una pareja de ancianos que acompañan a la mujer mayor que se montó antes, casi siempre hablando de cosas de médicos y hospitales. También en esa parada se montaba una mujer de unos treinta y cinco años, con un libro muy grueso con las tapas blancas y las letras diminutas. Nunca se sabrá cuál es el título de aquel tosco libro. Sin embargo aquella mañana un extraño sube al autobús. Un joven de unos veinte años pasa el abono por la maquina la cual hace su sonoro pitido. Lleva puesta un chupa de cuero mojada por la lluvia. Sus pantalones negros y ajustados le quedaban como un guante y sus zapatillas oscuras combinaban a la perfección con su pendiente que enseñaba en la oreja izquierda. Va caminando lentamente hasta el asiento que va al revés en todo el autobús, mirando de frente a la muchacha que se recoloca en la butaca cuando ve llegar al chico. Sus ojos marrones se encuentran y la joven aparta la vista, ruborizada. El muchacho no cambia de expresión, sigue dura e inexpresiva. De vez en cuando la chica le echa un vistazo intentando apreciar cada detalle del muchacho sin que él lo notase. Su encuentro fue corto, pues después de tres paradas el joven se baja desapareciendo entre las estrechas calles de la ciudad. La joven le queda mirando, viendo su majestuoso caminar, sus elegantes pasos que no parecen propios de un chico de su edad. Durante el resto del día piensa en él y no se le va de la cabeza esos marrones ojos de su cabeza.

Desde ese preciso instante en el que el joven entró en aquel autobús, la chica no ha pensando en nadie más. Cada mañana se despierta con la sonrisa en la cara, deseando poder llegar al autobús y poder verle de nuevo. No se hablaban y pocas eran las veces que se miraban, pero cuando sus ojos entraban en contacto surgían mariposas en el estómago y temblores en las piernas. Parecía decirse todo en esas milésimas de segundo, ese momento en el que ambos experimentan sentimientos totalmente desconocidos para el otro. La chica poco a poco, confirmaba que se iba enamorando del extraño chico. Nunca sabría como ese cabello caoba y esas finas pero fuertes manos la habían cautivado hasta el punto en el que era su único pensamiento la mayor parte del tiempo. Pocas eran las semanas que se habían visto, pero habían bastado para amar a ese muchacho moreno. La chica se sentía confusa cada vez que el joven entraba por la puerta, siempre en la misma parada, a la misma hora. No sabía que hacer, ¿era mejor decir algo o no?, ¿mirarle o no?... pero cada vez que el muchacho se acercaba a su sitio, enfrente de ella, sus incertidumbres desaparecían y el ambiente se convertía en un estado de placer y sosiego, el cual desaparecía cuando el joven salía del autobús.

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