Querido Charles.

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Charles nació azul en todos los sentidos de la expresión y le hicieron creer que su color también era ése.

A las tres con un gran vestido bajó a la cocina y sonrió e hizo llorar a su madre y enfadar a su padre, así que se quitó el vestido y lo olvidó en el fondo de un ropero sin fondo.

Charles a las cuatro con un labial y pintura morada se vistió y sonrió y bajó a la cocina e hizo llorar a su madre y enojar a su padre, así que se lavó la cara tan fuerte que se quedó roja como su pequeña alma.

Charles a las cinco se puso peinetas en el cabello y aquellos zapatos rosas que tanto le gustaban a las chicas del televisor, así que bajó a la cocina e hizo llorar a su madre que lo escondió con miedo de que su padre le viera, así que Charles lloró y le preguntó por qué no pordía sentirse bien y su madre sólo le arrancó las peinetas, le lavó el cabello y le quitó la pintura y los zapatos y le obligó a jugar con autos y romperse los tobillos corriendo tras un balón mientras Charles por las noches, cuando las madres no lloran ni los padres se enfadan se encerraba en el baño y olvidaba que era un niño y que los niños no deberían pintarse los ojos ni bailar ni soñar ni sentir ni ser.

Charles, mi querido, puedes ser lo que tú quieras ser, una princesa o un príncipe, y podemos disfrazarnos y vestirnos con las pieles que nos corresponden, y las que no, y las que nos hagan, porque podemos vivir.

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