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Con la mente confusa, Natasha sacó su teléfono del bolsillo y, encaminándose a la salida más próxima, marcó el número de las autoridades locales. Un silencio mortuorio reinaba en el cine. ¿Y la gente que trabajaba allí?

Riiiing riiiing riiiing...

Otra vez apareció ante ella el hombre del cabello rojo. Se lo llevó por delante. El teléfono se le cayó de las manos y rebotó en la alfombra.

―Ven conmigo ―dijo, sonriendo. ¿Quién sonreiría con lo que acababa de suceder?

La joven buscó con la mirada a alguien que la ayudara, mas el edificio parecía desierto. Las luces se encontraban encendidas y todo funcionaba con normalidad. ¿Qué había pasado con todas las personas? ¿Y qué era ese olor que comenzaba a sentir? Era asqueroso.

El extraño esbozó una sonrisa divertida y torció la cabeza ligeramente, escrutando su desconcertado talante.

En ese instante, la llamada de su teléfono fue contestada.

Ambos dirigieron su vista hacia abajo, hacia el celular. La muchacha lo tenía al lado de sus pies. Si gritaba, la policía la escucharía e iría en su ayuda enseguida. Estaba decidida a hacerlo, pero el crujido que oyó a continuación arruinó sus planes.

El hombre tenía su pie encima del aparato; lo había destrozado antes de que pudiese pronunciar palabra alguna.

―Lo siento. No me gusta la tecnología.

―¿Quién es usted? ―quiso saber ella, luchando para no perder la compostura, como era su costumbre cuando se enojaba. Temblaba de la cabeza a los pies y el corazón le latía como loco; le dolía el pecho y tenía ganas de llorar por haber encontrado a su novio muerto en su butaca; no quería estar allí, con ese desconocido, un segundo más. El miedo, cual viento helado en el más frío de los inviernos, le había penetrado hasta los huesos. Tenía plena conciencia de su situación; posiblemente, no saldría viva de allí. Sin embargo, tenía que preguntarlo; tenía que conocer el nombre de ese asesino.

―Soy Dorian Ruthven, señorita Dorcas. ―El hombre hizo una sutil reverencia con la cabeza―. Ahora venga conmigo, por favor.

La guió a través de la galería. Ella caminó con lentitud, detrás de él, sin prestar atención a su alrededor. Algo le decía que no mirara. Todo lo que deseaba era irse a casa. Quería que su hermano fuera por ella. Sabía que eso no pasaría. No había estado cuando se cayó de la escalera; tampoco cuando enfermó de neumonía; ¿qué le hacía pensar que vendría ahora? No tenía modo de comunicarse con él.

Se dijo que lo mejor era obedecer a ese hombre; por lo menos, hasta saber lo que se proponía. Lo siguió por el largo pasillo y, a medida que avanzaba, iba descubriendo nuevos horrores. La pareja de ancianos que esa mañana había estado alimentando a los patos en el parque; una madre con su hijo, con quienes se había cruzado mientras corría; los empleados de aquel lugar y que hacía un rato la habían atendido... Todos ellos, cruelmente asesinados. Sus cuerpos inertes se hallaban tendidos en la alfombra, sobre enormes charcos de sangre, con los ojos abiertos y expresiones escalofriantes.

La joven observó con cuidado al sujeto del abrigo blanco. Sus ropas estaban impecables y no parecía portar armas de ninguna clase. Sin embargo, había algo siniestro en él; un halo de maldad parecía envolverlo

―Ellos vendrán por ti ―dijo.

Natasha no comprendió. ¿Ellos? ¿Quiénes?

―No tardarán en llegar ―La voz de ese hombre era hermosa. Suave, melódica. Parecía estar cantando. Aunque sus palabras se hallaban lejos de ser agradables―. Son como una manada de lobos salvajes; una vez que te localizan, te persiguen sin descanso ―Hizo una breve pausa―. Son bestias salvajes sin alma ni corazón.

―¿Vendrán a matarme?

Dorian abrió la puerta de emergencia; esta daba a un callejón. Los edificios que lo rodeaban no dejaban ver más que una pequeña franja de cielo. No había luna ni estrellas esa noche, la única luz que llegaba hasta allí, pertenecía a un farol distante al otro lado de la calle.

―Las damas primero. ―El hombre hizo una reverencia.

Natasha salió y se quedó parada en medio del callejón, sin saber qué hacer.

El tal Ruthven soltó la puerta; esta se cerró con un estrépito que la hizo sobresaltar.

―¡Por fin un poco de aire fresco! ―Se paseó alrededor de la muchacha, estirando los brazos y aspirando profundamente la brisa nocturna―. El ambiente viciado de ese cine me estaba enloqueciendo; demasiado olor a sangre y muerte para mi gusto. ―Hizo mohín―. No soy muy dado a los excesos.

Acto seguido, largó una carcajada que la hizo estremecer.

―Se me ha despertado el apetito ―Se quedó con los ojos fijos en la aterrorizada joven―. Siempre he dicho que hay que guardar lo mejor para el final. ¿No crees?

Natasha tenía revuelto el estómago. Si se movía, corría el riesgo de vomitar. Cerró los ojos yse concentró en su respiración. Llenó de oxígeno sus pulmones y soltó el aire repetidas veces con el propósito de calmarse. No daba resultado. Sus músculos se tensaban y la adrenalina subía, preparándola para huir o atacar. Sin embargo, se mantuvo firme.

―Luces tan inofensiva ―comentó él, rodeándolal y examinándola con atención―. ¿Quién diría que esta hermosa niña es una de ellos?

―¿A qué se refiere? ¿Quiénes son ellos?

Ruthven se sorprendió:

―¿No lo sabes? ¿No me digas que tu queridísimo hermano nunca te lo dijo? ―Él largó una risotada burlona― ¡Es increíble!

―¿Decirme qué?

―Su secreto.

―Pues sea cual sea, no lo sé. Él no me cuenta sus cosas. Así que si usted espera tener información de mí, lamento decirle que se ha equivocado.

―No quiero información, preciosa. ―Se le acercó, poniéndola muy nerviosa―. Lo que quiero, es a tu hermano.

―¿Qué?

―Si él piensa que manteniéndote al margen del asunto va a protegerte, está en un gravísimo error. Joel debería haberse dado cuenta de que tu aroma no me pasaría inadvertido. Lo conozco demasiado bien. Tú y él son iguales. Ambos desprenden la misma turbadora esencia que los hace inconfundibles para mí. Irresistibles. -Cerró los ojos e inhaló su perfume―. Magnifique.

Natasha dio un paso atrás, al sentir el helado aliento de Ruthven en la nuca. No entendía qué le había ocurrido. Su mente se había nublado y su cuerpo había caído en una especie de sopor. Durante unos segundos perpió la conciencia de dónde se encontraba y qué hacía. Al recuperarla, se dio cuenta de que el hombre la tenía envuelta con sus brazos. Y ella tenía la necesidad de entregarse a él.

Se soltó.

―¿Asustada? ―Sus ojos habían dejado de ser verdes; se habían oscurecido. Ahora eran de un inquietante color negro―. Yo en tu lugar, lo estaría.

Él le acomodó, con cuidado, un mechón de cabello que se le había escapado de la trenza. Sus dedos estaban fríos.

―Maté a tu novio. Asesiné a cada persona que se cruzó por mi camino ahí dentro ―Señaló el edificio del cual acababan de salir―. Y también puedo matarte a ti. No hay nada que me impida hacerlo ahora. Si creíste que te había traído para protegerte de los que pronto vendrán, te equivocaste ―Y le susurró al oído―: Ellos son los que deben protegerla de mí, señorita Dorcas.


[Lo siento, ya no subiré más capítulos. En la nota explico por qué].


Dhampyr: el clan de los cazadores (dhampyr #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora