Luna

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Ivana, intentaba salvar a su hermosa Luna. Su figura baja y esbelta le permitía moverse con agilidad y destreza. Movía de lado a lado su brillante espada, prendida con un luminoso fuego blanco, bloqueando los golpes de los guardias. Luego de observar, analizar y conocer a sus atacantes, elaboró una estrategia de defensa. Aprovechó un espacio abierto y atacó a uno de los guardias. Lanzó un golpe fuerte y directo que le atravesó el pecho. El atacante gritó en agonía. Ivana retiró su espada ensangrentada y el cuerpo de su enemigo se desplomó al suelo. La sangre de su espada se evaporó inmediatamente, por el fuego y calor que esta emitía.

Rápidamente bloqueó los ataques del segundo agresor. Combatían fuertemente. Ivana comenzó a sentir el cansancio en su espalda. Entre su agotamiento inhaló fuertemente y silbó una corta melodía, casi inaudible al oído humano. En ese momento un búho ululó. El ave voló en medio de ambos, lo que logro despistar al guardia. Ivana aprovechó la distracción creada y atacó. Golpeó su espada fuertemente contra la del guardia y lo tumbó al suelo. Luego cortó el cuello de su atacante que empuñó, en el último momento, una daga, que golpeó el abdomen de Ivana. El guardia se desplomó en el pasto pintándolo de rojo. Ivana cayó de rodillas al suelo, sacó la daga de su abdomen, tratando de contener el dolor y la sangre.

Su pequeña y hermosa Luna se encontraba en la espalda de su madre envuelta en una mantilla, inmóvil y frágil. No dejaba de llorar. Debían salir de allí, tenía que alertar a su esposo. Cortó un largo pedazo de tela de la manta que sostenía a la pequeña y lo colocó sobre la herida dándole vueltas sobre su vientre. Amarró las puntas asegurándose de apretar la herida y el nudo. Su respiración se hizo profunda. Se calmó tratando de escuchar donde se encontraba el resto del pelotón. Con su alto nivel auditivo determinó la ubicación de su esposo. Thiago se había quedado atrás atacando una unidad de soldados. A lo lejos escuchó los choques de las espadas. Silbó la melodía de retirada y esperó la respuesta. Nunca llegó. Lo único que llegó fue un grito agonizante, luego el silencio. Ivana sintió terror, dolor y furia, tenia que asumir que Thiago había muerto .

No había tiempo para lamentarse. Debía salvar a su hija. Limpió su espada, revisó su vendaje y corrió. El movimiento hizo que Luna encontrara paz y durmiera. Después de unas horas, el dolor y la desesperación vencieron a Ivana. Se detuvo. Se encontraba en un bosque obscuro y desconocido. Se arrodillo en el suelo y lloró. Thiago había muerto y ella se encontraba lesionada, sin provisiones, ni refugio. Pronto moriría y Luna quedaría desprotegida en medio de la nada. Luna comenzó a llorar intensamente. Su madre la tomó de su espalda y la calmó. Escuchó detenidamente y determinó que habían perdido a los guardias. Aún débil, logró encontrar un pequeño refugio bajo un enorme Olmo. Se sentó y colocó a la niña en un agujero en medio de dos raíces. Tenía que alimentarla y pedir ayuda. Sacó su bolsa de agua, remojó un trapo y dejo caer unas gotas en la boca de la pequeña. Mientras la alimentaba, analizó sus opciones. Solo podía pensar en silbar una melodía pidiendo ayuda a su pueblo natal. Esta opción podría ponerla en riesgo porque alertaría a la Armada del Sol; además hacer tal cosa estaba prohibido por la reina. Debía arriesgarse. Respiró profundamente y recordó su entrenamiento. Aclaró su mente de pensamientos. Encontró las fuerzas y la determinación que necesitaba. Accedió a su poder de Ornit y silbó la melodía melancólica de las aves del área, para pasar su llamado inadvertido. Mientras silbaba fue dándole forma a los silbidos y al tono. Le agregó desesperación y alerta. Ella silbó repetidas veces. Luna observaba a su madre con asombro y al escuchar la melodía, encontró paz y descansó. Las aves de la región se unieron al cantó, llevándolo al viento. Ivana seguía lanzando sus notas. Su objetivo era pedir ayuda a su tribu en Metztlis. Ella había huido de allí hace mucho tiempo y no estaba segura de que la recibirían de vuelta.

Momentos después, su voz se hizo cada vez más lenta y silenciosa, como lo hace el viento antes de la tormenta. Su corazón palpitaba lentamente. Sabiendo cual seria su destino, removió un paquete de su bolso y luego su espada, los colocó en la manta de Luna. La abrigó con su capa y le dio un beso en la mejilla. Se recostó a su lado abrazándola fuertemente. Poco a poco su respiración disminuyó. Luego vino el silencio.

Horas después Luna despertó llorando. Tenía hambre. Su madre se encontraba a su lado, inmóvil. A lo lejos escuchó la misma melodía que su madre había entonado horas antes. Ésta tenía otro sentimiento, tenia esperanza. Escuchó el canto acercarse. Con sus grandes ojos observaba el cielo para determinar de dónde venía el sonido, pero su visión, tan limitada por su temprana edad, solo revelaba la poca luz que las estrellas irradiaban. Luego de un tiempo de observar, Luna encontró una sombra en el cielo.

La sombra era larga, delgada y serpentina. Fluía una luz a su alrededor más brillante que la que ella percibía de las estrellas. Notó, como el extremo de la sombra brillaba intensamente al mismo tiempo que el sonido melódico resonaba. Por la mitad de la extensa sombra se extendían dos brazos gigantes, en forma de triángulos, que aumentaban y disminuían su tamaño paulatinamente. Cada vez que estos se comprimían se escuchaba un golpe fuerte que le agregaba un ritmo de poder al canto. Luna se llenó de terror, cada vez se encontraba más cerca. Unos instantes después sintió que su cuerpo se elevaba, algo la sujetaba fuertemente. El viento a su alrededor y la música llena de poder que provenía de la sombra entró en su mente y el terror que sentía, fue reemplazado por paz. Ella no lo sabía, pero estaba en presencia de un poder tan grande y antiguo, que cambiaría su destino para siempre.

Dieciocho años después...

AnayanzinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora