Rojo y Verde

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Ana no lograba consolar el sueño, se levanto de la cama y prendió varias velas que encontró dentro de la casa. No podía dejar de pensar en sus padres y porque la habían entregado a otra familia. Tenía que saberlo. Removió un pequeño pergamino de la biblioteca. Sacó su pluma y tinta de su bolso y lo colocó en la mesa del balcón. Luego fue a traer su espada. Se sentó y comenzó a escribir.

Mama y papa

Les quiero contar que mi entrenamiento ha iniciado y estoy aprendiendo bastante. Tengo un hogar propio, similar a mi roble, solo que ahora es un cedro más grande. Es impresionante, no tengo palabras para describírselo. Mi maestra es dulce, amable y directa.

Hace unos días me enteré sobre mi verdadera ascendencia. Estoy un poco decepcionada por la forma de cómo me entere que ustedes no son mis verdaderos padres. ¿Por qué no me dijeron la verdad? ¿De dónde vengo? ¿Quién soy verdaderamente? ¿Dónde están mis verdaderos padres?

Espero su respuesta pronto.

Anayanzin

Cerró y selló el pergamino con cera de una de las candelas, sus manos temblaban bruscamente. Se levantó y puso la carta en un tronco hueco, la correspondencia. Arriba del tronco había un pequeño perchero y un comedero. Agrego algunas semillas para Chuz. . Luego se sentó levantó su ocarina y justo cuando iba a soplar la primera nota de la melodía que tenia grabada en su mente desde que recuerda, observó una gran sombra sobre el perchero de su balcón. Gritó y cayó al suelo sorprendida.

—Lo siento mi pequeña no era mi intensión asustarte. ¿Te encuentras bien?

—Si solo un poco asustada.

Ana se levantó del balcón y se volvió a sentar. Respiraba fuertemente hasta que consiguió calmarse.

—Quería disculparme por cómo se dieron las cosas hoy y ver si te encuentras bien. Veo que no puedes dormir. Vi luces encendidas y sentí el olor de las velas.

—Supongo que estaré bien, tengo tantas dudas y quería escribirle a... mis padres.

—Me alegra que lo hayas hecho, espero te respondan pronto y con la verdad.

—Sí, yo también espero lo mismo. ¿Hay algo que tu me puedas decir sobre mis padres?

—Solo te puedo decir que tus padres dieron su vida para salvarte de las garras de reina. Si no lo hubieran hecho estarías presa o muerta. Yalit y Nahil te recibieron con humildad hace mucho tiempo. A pesar que ellos no te debían nada te recibieron y han intentado darte todo y según entiendo, te quieren como si fueras su hija de verdad.

—Me siento tan confundida.

—No lo estés, ya llegará el día que puedas preguntarles y sabrás toda la verdad. Mientras tanto solo piensa que tienes muchas personas que te aman, entre ellas Yalit y Nahil, y que siempre han hecho todo para protegerte.

—Lo intentaré maestra. Gracias por la explicación me trajo paz.

—Me alegro mucho. ¿Esa que está allí es tu espada?

—Sí.

—Desfundala.

Ana sostuvo la espada con la mano izquierda sobre la empuñadura y la derecha sobre la vaina, de un lado roja y del otro verde. Tiró de ella rápidamente. Lo primero que vio fue una hoja curva. La punta era estrecha y se hacía más gruesa hasta llegar a la base. Cerca de la empuñadura la hoja salía levemente sacando un pequeño pico triangular. La hoja prendió en fuego blanco que iluminó el cedro. Alrededor de la luz blanca, el arma soltaba pequeños relámpagos de luz azul que explotaban como chispas y luego lanzaban llamas pequeñas de color amarillo. Ana, inconscientemente, se levantó de su silla y con un movimiento lento apuntó el arma hacia la luna llena, que se encontraba justamente encima de ella. Las llamas blancas explotaron, cubriendo todo el cuerpo de Ana. Ella se sorprendió por la visión de las llamas en su cuerpo, pero más por el hecho que no sentía dolor. De sus ojos verdes salía un fuego blanco que los coloreaba de un color verde menta. Resaltaron sus pómulos, su boca se torno rosada, sus curvas se definieron bajo la luz. Su piel, irradiaba. Ana era luz pura, de la más hermosa. En su interior, Ana sintió una inmensa fuerza, un calor que parecía apoderarse de ella. Este sentimiento de libertad, de sensualidad y de poder, la asustó. Bajó el arma rápidamente y la soltó. El arma cayó sobre la mesa y tanto ella, como la espada, perdieron su brillo. La luz de la casa disminuyó y solo quedo la luz de las velas. Ambas quedaron silenciosas. Itz tenía la boca abierta, observaba a Ana con asombro y admiración. Luego de un largo momento, Itz habló, su voz firme pero con dulzura.

AnayanzinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora