Capítulo 7: A Montpellier

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El alma está hecha para amar

y no para comprender.

Comprender es el dominio del hombre;

amar es el reino del alma (1)

amar es el reino del alma (1)

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Del manuscrito de Arnald

Las noticias eran terribles para Provenza. Debéis pensar que un caballero instruido como yo tuvo que sospechar o siquiera imaginar lo que podía suceder. Pero en aquel entonces era apenas un muchacho, y aunque los rumores me dieron a entender de que algo se estaba gestando, no imaginé que llegaríamos a ese punto.

Una cruzada, se supone, debía de ser contra los infieles a la Iglesia. Los musulmanes en Tierra Santa, por ejemplo. No lograba asimilar la idea de una cruzada en estas tierras donde todos éramos cristianos.

Si, es cierto, no voy a negar de que en ese entonces existían muchos que no eran del todo católicos, sino que abrazaron la doctrina de los albigenses. Y aun así, seguían el ejemplo de nuestro Señor. Eran tan cristianos como yo, aunque suene hereje. Cientos morirían por unos cuantos, así que todo ese alboroto por la existencia de los albigenses no me pareció motivo suficiente para emprenderla contra nosotros.

Por supuesto, el verdadero motivo era otro. Lo que ellos querían era acabar con la orden, arrasar todo y buscar el Grial hasta debajo de cada piedra si era necesario. Me parecía perverso y horroroso, una maldad que no podía permitirse. ¿Cómo es que nadie en la cristiandad levantó la voz en contra de la cruzada? Ya nada podía hacerse, pues el Papa dio su bendición, y del otro lado del río ya se preparaban los invasores.

Con la noticia confirmada, solo me quedó esperar a ver qué decidía nuestro gran maestre, en especial para mí, pues mi destino estaba atado a él. El día en que nos enteramos partimos de inmediato de Carcasona, apresurados por las malas nuevas, y cuando mi señor salió del consejo de guerra, me dijo que había tomado una decisión. Seguiría las recomendaciones de los caballeros, y fingiría ser neutral al menos un tiempo.

Cuando Guillaume me expuso sus razones, tuve que entenderlo. Noté lo difícil que era para él aceptar mantenerse apartado y no tener el honor de luchar al lado de sus hombres, pero debía poner primero a la orden y al Grial. La idea de que Saissac sería un refugio empezó a tomar forma, e incluso yo me entusiasmé con eso. Tal vez Mireille podría venir conmigo, tal vez no tendríamos que estar separados mucho tiempo. Ilusiones vanas cuando una guerra estaba por llegar, lo sé, pero la idea de tenerla cerca reconfortó mi corazón.

Una vez enterados de los planes, Guillaume me dijo que partiríamos a Montpellier. Pero también le prometió a su dama no irse lejos sin una despedida, así que emprendimos el camino de regreso a Cabaret apenas el sol iluminó la mañana. Llevábamos prisa, así que no tardamos en contemplar la cima de la montaña negra, donde ellas esperaban.

La Dama y el Grial II: El segundo pilarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora