Capítulo 2

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Mi primer impulso fue, extrañamente, adoptarlo. No es un perro, Carla, me recordé. De cualquier forma, tampoco me creía capaz de cuidar de un perro. Pero un niño requiere de mucho más que alimento, amor y cuidados básicos, y yo ni siquiera era capaz de cubrir los gastos de la primer necesidad. Eso sin hablar de la irresponsabilidad e incompetencia con la que manejaba mi vida. Lo mejor era llevar al niño a la policía y dejar que ellos se encargaran. Tomé la caja en mis manos con la mayor delicadeza que mi tosquedad me permitió, pero al mirar a mi alrededor de nuevo me sentí intimidada por el posible peligro que supondría caminar hasta la estación de policía en plena noche, aún más cuando no sólo se trataba de mi seguridad, sino la de un ser humano indefenso como el que llevaba en mis manos. Resolví cuidar del bebé por esa noche y llevarlo a la policía por la mañana, antes de que abriera la cafetería. Entré al departamento y con manos dudosas coloqué la caja sobre mi cama. Con un sentimiento muy parecido al miedo, retiré por completo la manta, revelando a un bebé aparentemente sano, cuyo pecho se inflaba y desinflaba de manera poco perceptible. No llevaba puesto más que un pañal, y debajo del niño al parecer había otra manta. Por supuesto que el abandono de ese ser en mi puerta había sido algo premeditado y a propósito, imposible que alguien olvidara a su hijo en una caja en la puerta de un desconocido. No quise ni imaginar lo que pudiera haber pasado si el bebé hubiera llegado a la puerta de alguien con malas intenciones. Cubrí la caja con la manta de nuevo, dejando al descubierto el pequeño rostro. Agradecí que el niño estuviera dormido y coloqué la caja en el piso, junto a mi cama. Me hubiera gustado recostarlo sobre la cama, yo podría haber dormido en el sillón, pero temía que rodara y se cayera por la noche. Y yo no iba a compartir la cama con él, podía lastimarlo con movimientos sonámbulos o algo parecido.

Me recosté de lado en la orilla del colchón, para poder observar al bebé y por lo menos cuidarlo visualmente. Observé sus rasgos suaves e indefinidos. Tenía una naricita pequeña como de botón y un par de cejas casi invisibles. Sus labios temblorosos delineaban una boca diminuta, contraria a sus mejillas regordetas. Por momentos movía sus minúsculas manitas debajo de la manta de lana y su ceño se fruncía en una tierna y graciosa expresión. El resto del tiempo se trataba de una mini persona en calma absoluta. Me quedé dormida mientras lo miraba, maravillada.

*****

Desperté de golpe por aquel llanto tan estruendoso. El temor a que el bebé se hubiera hecho daño me arrebató cualquier rastro de sueño en un segundo. Me incorporé deprisa sobre mi cama, pero la oscuridad que aún inundaba la habitación no me permitía ver más allá de unos centímetros frente a mí. Tanteé la mesita de noche hasta que encontré mi celular. Al encender la pantalla comprobé que eran las 2:43 a.m. Me apresuré a encender la linterna del dispositivo y la apunté hacia el piso, poniendo un par de dedos frente al foco para no molestar al niño o dañarle la vista, yo qué sé. Visualicé al pequeño ser humano, que lloraba desesperadamente. Busqué dentro de su caja, esperando encontrar un juguete o algo parecido. En su lugar encontré un biberón pequeño, de unas cuatro onzas, con sólo dos onzas de leche.

Estúpidamente, se lo di al bebé en la mano. Por supuesto que no lo sostuvo, y el objeto cayó dentro de la cuna improvisada. Lo recogí y sostuve para él, esta vez poniéndolo directamente en su pequeña boquita. El niño comenzó a beber la leche lentamente. Bebía tan lento que parecía que cada trago no era más que una gota. No tuvo interés ni hizo ningún esfuerzo por sostener el biberón con sus manos, por lo que comprendí que esa era mi tarea. Pronto empecé a notar que sus succiones se volvieron más débiles, al igual que los movimientos periódicos de sus manos y pies bajo la manta. Sus párpados se relajaron gradualmente, y en unos minutos ya estaba dormido. Volvió a adoptar su estado de muñeco de porcelana.

Retiré el biberón lentamente, con temor a despertar al bebé con el más mínimo movimiento, y lo dejé en una esquina de la caja. Me dispuse a dormir de nuevo, con la pacífica imagen del bebé dormido y sereno en la mente. Me pareció que había algo magnético en sus tiernas y pequeñas facciones, como si te invitaran a apreciar su belleza un rato más. Era increíble pensar que un ser tan pequeño e indefenso fuera realmente una persona, con un corazón tan completo como el mío. Empecé a fantasear con la idea de verle crecer y cambiar día con día, y ser parte de todo ese maravilloso proceso. Cuidarlo no sólo esta, sino todas las noches. Asegurarme de que nadie le hiciera daño, nunca. Ser una madre para él. Sí... podría hacerlo, pensé. Podría poner mi vida en ordenPuedo ser más responsable, puedo tomar menos turnos en la cafetería, puedo recortar gastos y dirigir mis esfuerzos para darle a este niño la vida que se merece. En cuanto se sembró esta idea en mi cabeza, echó raíces. Por más que la lógica tratara de disuadirme, hacerme cargo de ese bebé era lo que más quería en el mundo.

Algo se encendió dentro de mí. De pronto me sentí (potencialmente) capaz. Sabía que aún me quedaba un largo camino de aprendizajes para llegar a ser una tutora competente, pero la determinación estaba en mí. El amor también. Se me ocurrió que realmente podría ser lo que ese niño necesitaba. Tal vez habría mil cosas que jamás podría darle, pero en silencio le prometí estar ahí siempre y dar lo mejor de mí por él.

Y en silencio comencé a amarle.

Mi Bebé | [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora