Dolor

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Amaneció hace ya unas tres horas y el sol entra por la ventana de mi habitación, que siempre está abierta a pesar de que da a la calle. La misma no es muy transitada en ese horario, razón por la cual no se escuchan demasiados ruidos. Esta vez la alarma no alcanzó a sonar, porque me sobresalté antes al escuchar a mi vecina barriendo la vereda y tarareando una canción.
Miro el reloj y son las nueve y veinte. Me levanto de la cama a pesar de que faltaban cuarenta minutos para que suene la alarma.
Me siento cansada, algo que esperaba siendo consciente de que no logré dormir más de cuatro horas en toda la noche. Tuve pesadillas y me despertaba cada tanto con las manos sudadas y la respiración agitada.
Mi cuerpo esta sufriendo ese agotamiento que no se va con solo acostarme en la cama e intentar dormir. Me siento débil y no puedo estar parada por mas de 15 minutos. Camino con torpeza hasta el espejo que está a tan solo unos diez pasos a la derecha de mi cama y no logro esquivar las zapatillas que me quité desprolijamente ayer cuando llegué a casa, por lo que me tropiezo. Cerca del espejo hay un vaso con agua, tomo unos sorbos y casi se cae de mis manos, que tiemblan.
Pienso que hace meses que no puedo dormir como debería.
Me asusta un poco ver mi reflejo en el espejo. Debajo de mis ojos tengo dos grandes semicírculos color violeta que llegan casi hasta los pómulos, que sobresalen en mi rostro, que está pálido y triste.
El pelo castaño oscuro cayendo sobre mis hombros resalta mis clavículas que parecen querer salir de mi cuerpo y las costillas, que están como tatuadas sobre la piel.
Mis brazos, que son casi del mismo grosor que mis piernas, tienen cicatrices.
Me asusta, pero es sin embargo, el cuerpo con el que estuve soñando todos estos años.
Se que llegó el día. Estuve esperando esto y quiero saber si lo logré. Necesito ver ese número y luego ya no quiero ver nada más. Hace tiempo que ya no quiero ver a nadie, ni nada, que no sea el número treinta y ocho. Todo, excepto esto, dejó de causarme interés. Todo mi mundo gira en torno a números y nada más.
La balanza está frente al espejo. Coloco mis dos pies con delicadeza, miro hacia abajo, y ahí está, meses viviendo (o sobreviviendo) a agua y comiendo sólo un cubo de manzana cuando sentía que me iba a desmayar. Ahí está y lo veo, mido un 1,64 metros y peso 39.2kg.
Un sentimiento de miedo recorre mi cuerpo y comienzo a sentir un gran dolor en mi pecho. Hacia tiempo que mi estómago estaba vacío y yo también.

No es solo miedo lo que siento, sino también mucha soledad. Cuando comencé a dejar de comer, vi que no solo estaba perdiendo peso, sino también todo lo que tenía. Primero, mi familia, ya que nunca me sentia de humor para hablar con ellos y discutiamos constantemente por mi peso. Sentía que todo giraba en torno a mí y a lo que comía (o mejor dicho, a lo que no comía). Perdí a mi novio, y por ultimo, perdí a mis amigos. Debía mentir a todos para continuar con mis hábitos. Era incapaz de mantener una conversación, me irritaba cualquier comentario, nada me daba gracia y todo me causaba asco y rechazo.
Perdí todo el peso que quería y finalmente, terminé por perderme a mi misma.

Piel y huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora