No podía pegar ojo. No hacía más que moverme entre las sábanas, ponerme de un lado y de otro. No recordaba la última vez que me costaba tanto conciliar el sueño. Con el paso de los minutos, hubo un pequeño instante en que empecé, parecía por fin, a quedar ligeramente dormido y finalmente cedí. Fue en ese momento cuando me asaltó un sueño de lo más extraño.
Observo desde un monte en altitud. Contemplo la ciudad, con el barrio en primera línea, y tras él, como queriendo engullirle, los grandes edificios financieros, con una actitud sin duda amenazante. En mi monte todo es apacible, estoy aislado, disfruto de la soledad y del paisaje.
El cielo está tomando notas crepusculares, el Sol quiere esconderse tras la costa.
Es en el Este donde centro ahora mi atención, se me antoja ver un gran río difuminado que conduce a una suerte de pirámides egipcias, vegetación y fauna salvaje, no hay rastro de civilización moderna, es una fotografía de un lugar atrapado en la Historia. El atisbo de algo diferente. Me gustaría estar allí, qué duda cabe. Ya sé adónde lleva la urbe.
Apoyado en el tronco de un gran árbol, sentado, enciendo un cigarrillo y, como un espejismo, una serpiente está frente a mí, con lujosa ornamentación alrededor de su cuerpo, sin duda venía de aquel exótico lugar. Me mira fijamente. Su mirada me seduce, es hipnotizadora. Todo ha desparecido. Estamos ella y yo.
No le di demasiada importancia, no más de la que alguien para nada supersticioso como yo, le suele dar a los sueños. Pero fue el sueño que más me ha dejado pensando de todos los que recuerdo haber tenido últimamente.
Perdonaréis que no diga mi nombre, pero sinceramente creo que no importa una mierda. Vivo en una gran ciudad, como otra cualquiera, en la periferia. Aquí las cosas no son fáciles; mi barrio queda lejos de la típica postal turística, aquí somos olvidados. Es nuestro problema, ¿no es así?. Atajo de hijos de la gran puta.
Rozo los veinte años, mi vida perdió el rumbo hace mucho. Esta jungla de asfalto es un nido de estafadores, camellos, ladrones, asesinos, desgraciados en general. Yo soy uno más, no me salvo. No estoy orgulloso, pero tampoco me avergüenzo de ello; son las opciones que nos dejaron, ellos me hicieron ser como soy. Paso algo de mierda, voy a lo que me va saliendo, suficiente como para echar una mano en casa. Vivo con mi madre y mi hermana pequeña, de siete años. No tengo noticias de mi padre, un jodido borracho que nos abandonó al nacer yo. Tampoco conozco al padre de mi hermana. Tampoco me importa. A decir verdad solo me importan ellas. Bueno. Ellas y Sick. Mi mejor amigo desde siempre.
Conozco a Sick desde que tengo uso de razón. Vive en la misma manzana que yo. Su madre es adicta a los tranquilizantes y su padre un timador de poca monta. Seguros fraudulentos y cosas así, ya sabéis. Su situación no era mucho más envidiable que la mía. Queremos salir de aquí. Teníamos que hacerlo si queríamos tener aunque solo fuera una oportunidad.
Esa oportunidad parecía que comenzaba por fin a acercarse gracias precisamente a Sick. Consiguió una oferta de trabajo de parte de Ambel, un judío del barrio con muy malos huevos que estaba metido en bastante mierda y que, quizás, nos ayudara a conseguir algo de pasta extra.