Juntos.

Cambio de ropa.

Sousuke se retiró de los hombros la cabeza felpuda y falsa, asfixiado. El sudor le corría por la cienes y el cabello se le pegaba a la frente. Frente a él había un "conejo" blanco y de mejillas sonrosadas.

— No haré esto —sentenció, dejándose caer en la cama.

— Ya aceptaste, no puedes renunciar —hablo el conejo sin mover ni una de sus falsas facciones de tela—. Anda, levántate o llegaremos tarde.

— Hace calor —gruñó, tratando de alcanzarse la bragueta en su espalda, pero su "aleta" se lo impedía—. Además, ¿por qué nos pusimos estas... cosas desde la casa? ¿En serio esperas que salga así por la calle?

— Para eso tienes la cabeza —el conejo se tomó la enorme cabeza de felpa mientras movía las orejas rosadas—. Así nadie sabrá quién eres.

— Me ahogaré.

— Vamos —el conejo blanco se dio media vuelta, decidido a salir de la habitación.

Makoto hacía eso todos los años, se ponía un traje caluroso de conejo e iba a visitar a los niños del club Iwatobi. Y aunque a Sousuke le tocaba ser el pato amarillo, morir de asfixia, sudar las calorías que no le sobraban y tener un nulo movimiento, cuando Makoto le sonreía al final del día y le daba las gracias con un beso en los labios, entonces valía la pena.

— Apúrate, Sousuke —los ojos turquesas se enfocaron inevitablemente en el rabo esponjoso colocado con maligna intención en el enorme trasero de Makoto.

— Voy.

Otra de las cosas que hacían que aquello valiera la pena, era cuando llegaba la hora de quitarse el traje por la noche. Si saben a lo que me refiero.

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