Capítulo V (Déborah F. Muñoz y Astrid)

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—De verdad, Dylan, no hay nada que explicar —improvisé, avergonzada y fingiendo que no me daba cuenta de los apuros que estaba pasando Jane para abrocharse correctamente la blusa— he tenido que salir un momento, nada más.

—Dios, Caroline, ¿eso es un chupetón? —preguntó incrédula la novia de mi hermano, a la que fulminé con la mirada. Acababa de pasar de no caerme mal a caerme fatal con una sola frase. Dylan se acercó y lo miró de cerca frunciendo el ceño.

—Mira, hermana, sé que ahora mismo estáis en una etapa difícil, pero realmente creo que Michael y tú deberíais esperar un poco antes de ir a mayores y...

—¿Qué tiene que ver Michael con esto? —pensé en voz alta interrumpiéndole.

—¿Me estás diciendo que no te lo ha hecho Michael? De verdad, no imaginaba que fueras así, quizás deberíamos tener una larga charla de hermano a hermana…

—¡Alto, alto! —exclamé bastante cabreada ya de por sí desde antes de que empezara esta conversación absurda— ¿Desde cuándo Michael es mi novio? Porque parece que todo el mundo lo sabe menos yo. ¡Si ya ni siquiera le puedo considerar amigo! ¿Me he perdido algo? —mi hermano abrió la boca para hablar, pero yo alcé la mano para callarle—. Mira, estoy agotada y es tardísimo. He cometido un error saliendo hasta tan tarde y no volverá a pasar, así que, si no se lo dices a mamá, yo no le contaré lo que hacéis tú y Jane en su sofá favorito. ¿Te parece bien?

Jane le hizo un imperceptible gesto con la cabeza, aun sonrojada, y él acabó por rendirse y asentir, diciendo que de todas formas teníamos que hablar un día de estos sobre el tema. Ignorándole, subí a mi habitación y me quedé dormida casi antes de tocar la cama.

A la mañana siguiente, me levanté con unas profundas ojeras y maldije a Roberto por hacer una fiesta en día lectivo y por todo el día anterior, en general, aunque en el fondo sabía que la culpa era casi exclusivamente mía.

Con cierto alivio, me di cuenta de que ni Roberto ni sus amigos habían asistido a clase (probablemente siguieran con la fiesta), y me dispuse a entrar en el aula bajo las atentas miradas y cuchicheos de todos los presentes. No tardé en enterarme, escuchando a hurtadillas, que alguien me había visto la noche anterior en la fiesta, entrando con Roberto en su habitación, y me sentí terriblemente avergonzada cuando me di cuenta de lo que todos pensaban de mí. Me había convertido en la nueva Stacy Holkman de la clase.

No me hizo falta ni acercarme a hablar con Michael e Iris para saber que ellos también habían oído el rumor. Él se quedó enfurruñado, sin saludarme siquiera y con la vista al frente, mientras Iris escribía rápidamente una notita y me la pasaba.

Iris: ¿K a pasao? ¿S cierto lo d la fista?
Caroline: No s lo k andan contando x ahí, pro no pasó na!!!!
Iris: ¿ntoncs s vrdad?????
Caroline: Solo fui a darl las gracis, malpnsada!
Iris: ¿Y el xuptón?
Caroline: ¿D k diablos hablas?
Iris: No disimuls, hac calor pa ir con bufanda.

Para mi bochorno, el profesor Vincent interceptó entonces la nota y la leyó en voz alta, haciendo las delicias del resto de la clase (¿Desde cuándo los profes son capaces de descifrar una notita?) Nada más acabar, y después de haber pasado la mayor vergüenza de mi vida, Iris me cogió del brazo y me arrastró hasta un rincón solitario. Pronto comenzó a llenarse de curiosos que hacían lo posible por escuchar nuestra conversación en susurros, en la cual le contaba todo lo que había pasado la noche anterior.

—Yo lo flipo —dijo cuando acabé.

Y más lo iba a flipar, porque en ese momento apareció Roberto, con un enorme ramo de rosas sospechosamente parecidas a las de mi vecina de enfrente y una invitación a cenar...

No creía lo que veían mis ojos. Todos nos observaban incrédulos. ¿Un chico como Roberto siendo atento? Sin duda se trataba de una broma.

—Hola, Caroline —tomó mi mano y besó mis nudillos. Estaba paralizada, pero Iris me golpeó en el costado con el codo y reaccioné.

—¿Qué demonios haces? —sin quitar la estúpida sonrisa de su rostro me entregó las rosas— Consintiendo a mi chica.

—¿Tu chica? —él simplemente asintió sin dejar de sonreír.

—Nena, te dije que me gustaban los retos —me miró fijamente con sus penetrantes ojos verdes —. Paso por ti a las siete.

Sin esperar a que le respondiera algo, se giró y se fue por el pasillo. Esto era solo un reto para él, no niego que me ilusioné un poco al verlo con un detalle así, pero yo tenía claro que no caería en su juego.

Caminé molesta a mi siguiente clase, mientras Iris iba a mi lado en total silencio, al parecer tan sorprendida como yo. Roberto era el idiota más grande que había conocido en mi vida y por lo visto. Haría lo que fuera por meterme en su cama... Pero estaba loco si creía que lo iba a conseguir. Si pensaba que con flores y una cena me tendría. Estaba muy equivocado.

Entramos al aula y buscamos nuestros asientos.

—¿Tienes una cita entonces? —me giré hacía Iris quién me observaba con una enorme sonrisa.

—No —dije rotundamente.

—Yo diría que sí, pasará por ti a las siete, ¿no escuchaste? Creo que todo el mundo se enteró.

—No iré a ningún lado con él.

—Yo creo que si —la fulminé con la mirada y ella solo encogió los hombros—. Solo digo lo que pienso.

—No estoy demente, o al menos eso creía.

Durante las clases anteriores a la hora del almuerzo, no dejé que Iris iniciara de nuevo ese tema de conversación. Yo tenía claro que no quería salir con nadie. Nos encontramos con Michael cuando íbamos a la cafetería del instituto y él simplemente pasó de mí e hizo todo lo posible para evitar mirarme. Aunque todavía estaba molesta con él, ese gesto me dolió. Al fin y al cabo, siempre habíamos sido buenos amigos.

Seguimos nuestros caminos hacía la cafetería y por los pasillos todos murmuraban y me miraban como a un bicho raro. Tal vez al verme cargar el ramo de rosas todo el día pensaban que yo estaba con él y que era “su chica”, pero solo iba a devolvérselo. Entramos y vi al fondo a Roberto y su grupo de amigos, los del “Club de los Idiotas”. Caminé decidida hacía su mesa, reuniendo todo el valor que pude encontrar.

—Hola nena, veo que te gustaron —dijo nada más verme enfrente suyo, señalando las flores que aún tenía entre mis manos y con una sonrisa de triunfo en su bello rostro. Aquello me dio el valor necesario que me faltaba, así que tomé el ramo y lo arrojé a su cara.

—¡No me llames nena! Y entiende de una vez que no saldré contigo. ¡Aléjate de mí! —toda la cafetería miraba expectante la escena. No sé cómo me atreví. El ceño fruncido de Roberto me intimidó un poco. Se levantó de su silla y se acercó a mí. Yo no iba a retroceder, no le tenía miedo... ¿Verdad?

—Nena, no me alejaré nunca de ti. Además, tú no quieres que lo haga —di un paso hacia atrás temiendo su furiosa mirada y él en respuesta, me tomó por las muñecas acercándome más a él. Nuestros rostros estaban a una distancia
nula y su respiración chocaba con la mía—. Acéptalo.

Quería torturarlo, estrangularlo, matarlo. ¿Cómo se atrevía decirme eso? Apenas me conocía y se creía el centro de mi universo...

Dejé de pensar cuando rozó sus labios con los míos y me aprisionó con sus brazos. Todo era silencio a nuestro alrededor.

Se me escapó un suspiro y Roberto sonrió con arrogancia entre mis labios. Él me volvió a besar con más pasión y yo casi olvido que estábamos en un lugar público. ¿Podía ser cierto que estuviera equivocada y que realmente no quería que Roberto me dejara en paz?

Hilo Rojo Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora