Capítulo XIII (Gisela & Déborah F. Muñoz)

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Me encontraba otra vez en la comisaría en menos de dos días. Por más que el ambiente fuera el de una oficina típica, no era un lugar al que quería volverme asidua. Las cosas en el lugar estaban igual, hombres uniformados, caminando de un lado a otro, hablando entre ellos, bromeando. Se notaba que tenían un buen compañerismo y que vivían ajenos a los problemas de los demás; a nuestros problemas.

El detective Bennet nos esperaba en su oficina, leía unos archivos que estaban apoyados sobre su mesa, al costado tenía una pequeña torre de carpetas. Se veía bastante atareado, y —por la postura de su cuerpo— podía decirse que cansado. Pero no logré notar en sus fríos ojos azules, cuando se fijaron en mí, nada que delatara sus emociones.

Nada más verme entrar en su despacho, se acomodó en el asiento y me miró analizándome, para después fijarse en mi madre.

—Señora y señorita Iduarte —saludó contrito, mi madre respondió al saludo con una inclinación de la cabeza yo solo desvié la vista—, siéntense por favor.

Mamá y yo nos sentamos en silencio, el hombre me ponía nerviosa, sus ojos estaban fijos en mí.

Si ese era un método de intimidación, le funcionaba perfectamente conmigo. Todavía me sentía un poco shockeada, no podía creer que Vincent estuviera muerto.

Esto se estaba transformando en una historia de terror de la que no quería formar parte. La muerte, los asesinatos... Toda la fealdad de este mundo jamás me había tocado tan de cerca.

Cómo estaba ocurriendo ahora. Esas eran cosas que veía en las noticias, y estaba lejos de mí. Y ahora me veía indirectamente involucrada en dos homicidios. Tragué con dificultad, no quería pasar por esto, pero no estaba dispuesta a hacerme a un lado y dejar que acusaran a Roberto de algo que él no había hecho.

Me erguí levemente para enfrentar al detective. Él me miró unos segundos antes de comenzar a hablar. El interrogatorio comenzó de inmediato, y esta vez me pareció un poco diferente al anterior. Sus preguntas me llegaban una detrás de otra sin darme tiempo a respirar, mucho menos a pensar.

Al momento en que me preguntó dónde habíamos estado, no tuve los suficientes reflejos para evadir la cuestión, e inventarme una excusa... y tampoco quería, estaba harta de mentiras.

Estaba asustada; muy asustada, y si con la verdad podía salvar a Roberto, lo demás no importaba, ni la reprimenda de mi madre o del detective.

—Estuvimos en una de las casas de Roberto —mascullé con la vista fija en la mesa. El detective me hizo repetir lo que dije. Levanté la cabeza y lo miré a los ojos.

—Roberto y yo estuvimos en uno de sus edificios.

El rostro de Anthony Bennet era una máscara de impasibilidad.

—¿Por qué? —preguntó sin miramientos.

Suspiré, aunque no había nada malo en lo que decía, por dentro sentía que estaba traicionando la confianza de Roberto.

—Porque... él quería revisar los vídeos de seguridad.

El hombre alzó una ceja, pero el resto de su rostro permanecía sin expresión.

—Los vídeos de seguridad... —repitió con voz pensativa— ¿Y encontraron algo?

Desvié la mirada una vez más. Me sentía una idiota diciéndole a un profesional que habíamos jugado hacernos los detectives y había salido mal.

—No —respondí pesarosa—, todos los vídeos habían sido eliminados, todos los de las últimas semanas.

—¿Roberto tiene la contraseña de los vídeos de seguridad?

Hilo Rojo Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora