Él lo sabía, entendía la necesidad que crecía dentro de ella. Ella también notaba su deseo; lo percibía en su respiración agitada.
Se buscaron con las manos, bajo las sábanas frías, hasta que se encontraron el uno al otro. Entrelazaron los dedos y se agarraron con fuerza...
«Mírame».
Él no la miró. Se tendió sobre ella y comenzó a subirle el bajo del camisón, y a acariciarle los muslos con las yemas de los pulgares, indicándole en silencio que los separara.
«Sí, acaríciame... Acaríciame todo el cuerpo con esas preciosas manos...».
Dios, cuánto adoraba sus manos. Sus palmas eran calientes y fuertes, y sus dedos, largos y elegantes. Aquellas manos podían darle tanto placer, tantos deleites exquisitos...Lentamente, él siguió recorriéndole los muslos con los dedos expertos. ___ contuvo el aliento y esperó a que él le separara el sexo y se hundiera en su cuerpo. Un cuerpo que había estado preparado para él, esperándolo, durante toda la noche.
A medida que la pasión aumentaba, y que el dolor de su útero se intensificaba, ella dejó vagar la mente y fantaseó con todas las cosas que quería que él le hiciera. Mentalmente, vio su mano recorriendo hasta el último centímetro de su piel, y después metiendo dos dedos en su cuerpo, y después tres... y después, la lengua.
Gimió y cerró los ojos. Hacía mucho tiempo que él no le hacía el amor con la boca. Tuvo ganas de ponerle la mano en los hombros y guiarle hacia abajo, por su cuerpo, y apretar su boca contra sí para que él se tomara su tiempo lamiéndola y acariciándola, sin dejar un solo centímetro sin descubrir.
Él sabía lo que necesitaba, y la acarició con la yema del dedo hasta que ella no podía esperar más, hasta que se agarró a la sábana y permitió que la imagen de su cabeza oscura entre sus piernas le llenara la mente. Podría llegar al éxtasis así, con aquella fantasía y sus caricias. Sin embargo, no quería tener un orgasmo simplemente pensando en lo que él le había hecho. Quería algo real. Quería sentir su boca, sus labios, la aspereza de su barba, su lengua cálida y su respiración mientras se arqueaba y temblaba.
Estaba cansada de fantasear. Estaba cansada de soñar con actos sexuales que deseaba, pero que nunca llegaban a realizarse.«Bésame», le rogó mentalmente. Tenía miedo de pronunciar sus deseos en voz alta, de que él supiera lo insatisfecha que se había sentido durante aquellos últimos meses. «Hace tanto tiempo que no nos besamos como amantes...».
Se oyó un trueno, y un rayo iluminó el cielo. ___ vio, por la ventana de la habitación, las copas de los árboles agitadas por el viento, que soplaba cada vez con más violencia. Otro trueno... otro relámpago.
«Todavía no... todavía no... por favor...». Gimió, y movió la cabeza por la almohada cuando él le agarró las nalgas y le alzó las caderas para presionarla contra su erección.
«Todavía no...».
Ni siquiera ella entendía aquella plegaria silenciosa. ¿Acaso pensaba que todavía era demasiado
pronto para que él la tomara, o estaba rogándole a la Madre Naturaleza que contuviera la tormenta un poco más... solo unos minutos más...¡Demonios! Necesitaba tomarla en aquel mismo instante. ¿Por qué se empeñaba en llevar camisón a la cama? Todas aquellas capas de encaje y volantes le estaban impidiendo moverse con facilidad y hundir su miembro en ella, profundamente. Le temblaban los dedos como si fuera un jovenzuelo inexperto, y se enredaba en aquellos volantes como si fuera un principiante.
Ella se retorcía debajo de él, moviendo lánguidamente los muslos. Con sus movimientos, le friccionaba el miembro con el vientre. Él se apretó contra su blandura mientras buscaba el bajo del camisón para subírselo por las caderas.
Debería arrancarle aquel endemoniado camisón, rasgarlo y dejarla expuesta para poder sentir su piel. Y toda aquella carne suave...
Un trueno restalló de nuevo e hizo vibrar los cristales de las ventanas. Él notó que ella se ponía rígida, y oyó que contenía la respiración para escuchar los sonidos nocturnos y la tormenta que rugía fuera. «No, todavía no». Soltó una maldición y le subió el bajo del camisón, sin contemplaciones, hasta el vientre.
La habitación estaba oscura. No la veía, pero la olía. Era un olor a excitación femenina y a jabón floral. No podía esperar más. Ardía por ella, por su cuerpo húmedo, y por el hecho de sentir sus piernas rodeándole la cintura. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un mes? Sí. Un mes entero sin estar con su esposa, aunque ella no se hubiera alejado nunca de su hogar, Sutcliffe Hall. Sin embargo, sí se había alejado de él. De hecho, de un modo u otro, llevaba más de tres años lejos de él.