Mi vampiresco...extraño

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Estaba cocinando algo para saciar el hambre que lo había hostigado desde hace horas. Suspiraba mientras revolvía una y otra vez porque aunque tratara con toda el alma seguir la receta que había sacado de un blog por internet, el alimento se le pegaba a la olla y ya comenzaba a quemarse. En fin, no le estaba resultando nada bien.

Cuando terminó y vio finalmente el resultado de su arduo esfuerzo, se rindió y tiro todo a la basura. Probablemente lo que tenía en el plato podría matarlo. Ya que ni siquiera sabía con exactitud si lo que le había echado era sal o azúcar o alguna otra cosa extraña, por culpa de no haber leído lo que cogía.

Cansado, miró en su mueble, encontrando un jugo algo extraño, con un sabor que jamás había probado. -Algo es algo- pensó y se dispuso a llenar un jarrón con agua, antes de tomar una cucharita para poder revolver el fluido.

Sintiéndose satisfecho cuando el líquido rojo que ahora bajaba por su cuello era más que espeso y con pulpas lo suficientemente grandes para masticarlas y poder engañar al estómago.

—Odio la noche de brujas— Se secó los labios mientras masticaba aún el resto que quedaba en su boca. Lo único que quería era dormir, pero ahora tenía que hacerle frente a esa noche problemática. Porque aunque no quisiera estar levantado a esa hora, tampoco le apetecía que su casa fuera bañada en huevos podridos y terminar con uno que otro vidrio roto por la violencia que azotaba en esos días.

Se miró en el espejo y junto un montón de dulces en un pote, dejándolo cercano a la puerta.

Permaneció parado ahí durante unos minutos porque aunque no quisiera lo presentía, los niños estaban por golpear a su puerta, seguramente, listos para decir la estúpida frase de "Dulce o truco" y él no estaba dispuesto a que le hicieran algún truco.

La puerta fue golpeada con mucho ánimo por lo que tomó su pote y abrió con dificultad, evitando botar los dulces que estaban al borde, les sonrió antes que nada y procedió a echar un montón de caramelos, en cada una de las bolsitas que tenía enfrente. Se despidió y volvió a entrar, con una sonrisa en la cara que se desvaneció al instante. Le encantaban los niños pero ahora solo quería que el tiempo pasara rápido para poder ir a dormir en su increíble cuarto, en su enorme cama junto a las almohada más suave del mundo, que él mismo había mandado a pedir exclusivamente al extranjero.

Bufó cuando la puerta fue golpeada de nuevo. Fue tan fuerte y tan grave el sonido que no pudo no sentirse.

—¿Quién será ahora?— Se devolvió a toda prisa, tomando con rapidez los dulces que hace tan solo segundos había soltado.

Su corazón se aceleró cuando vio a ese chico de pelo negro, de una piel bastante blanca y unos labios carnosos y sutiles.

—¿Quién eres tú?— Soltó Minho cuando su fascinación se disipó y solo le dejo el paso a la incertidumbre, porque estaba seguro que el chico no estaba buscando precisamente dulces, o por lo menos eso aparentaba.

—Minho— Módulo y entró como si fuera su casa. Observó todo un momento y se fue a sentar en una de las tantas sillas que estaban alrededor de la mesa.

Minho no le dijo nada, no lo detuvo y solo lo miro por el comportamiento que estaba teniendo en una casa que claramente no era la suya. No procesando el hecho de que el tipo extraño si le sabía el nombre.

—¿Quién eres tú?

Le preguntó sin cerrar la puerta, invitándolo a que saliera en el momento en que quisiera, tal y como había entrado. De forma sarcástica le sonrió y el tipo solo tomo del jugo rojo que aún quedaba en la mesa sin inmutarse.

—¿Que es esta cosa?— Lo escupió al piso —Sabe horrible ¡Que asco!

—Es jugo en polvo con pulpa de fruta.

Mi vampiresco...¿que? (2MIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora