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Al abrir los ojos, me hallaba en un largo y oscuro corredor. Fue en ese momento cuando la incertidumbre superó a la acción. Finalmente, decidí avanzar a través. Minutos más tarde descubrí un pequeño paño al que me condujo ante una galería repleta de puertas iguales entre sí de madera cerezo, empuñadas por un robusto paño cristalizado formando 11 en su totalidad. Una imagen desconcertante se aposentó en mí. Dada mi curiosa naturaleza no pude menos que abrir la primera de las 11 puertas dispuestas ante mi insaciable sentido del descubrimiento.

Al abrir se produjo un chirrido espeluznante y una brisa procedente de su interior chocó con mi rostro. Hubo un intento de ver que me deparaba en la intimidad de un cuarto sumido a una atezada lumbre y a una esencia maderil centenaria. Más en vaga importancia cayó. Caminé despacio para no lastimarme pero de repente topé con algo parecido a una mesa, empecé a tocar su superficie por si encontraba algo que pudiera servirme para iluminarme.

Al fin lo encontré, cogí según mi intuición lo que parecía corresponder a un mísero y humilde fósforo pero al instante mi dedo meñique topó con la figura de una vela; la encendí y una gran iluminación inundó la sala dejando ver así todo su conjunto. Deshaciendo mis dudas previas vi que a mi izquierda, se encontraba una pequeña mesa de madera de la que habían reposado la vela y la cerilla. En curiosidad recayó tal situación: ¿por qué dejar dos objetos como aquellos en el epicentro de una sala invadida por una completa oscuridad?

Al instante, levanté la cabeza y pude observar cientos de estanterías elevadas por encima de mí y en sus sonrisas reposaban cientos tal vez miles de sombreros que correspondían a una pronunciada copa de todos los tamaños, colores, ornamentados o sin ellos; allí se encontraban expuestos ante mi atónita mirada.

Mis dudas empezaron a surgir con un efecto algo perturbador.

¿Cuál era el motivo de albergar tales objetos en una habitación como aquella?

Una respuesta la acalló de forma contundente, simple y correcta: seguir hacia delante. Deseosa de abrir las demás puertas....

Al volver al pasillo me dispuse a abrir la primera puerta a la derecha, pero pareció estar cerrada. Así que me dirigí a la segunda de al lado, que a diferencia de las demás no tenía cerradura ni siquiera paño; valió con un solo empujoncito y se abrió.

Al entrar, un resplandor pareció centellear en la oscuridad. Cogí el fósforo junto con la vela que había encontrado en la habitación de los sombreros y la encendí. No podía distinguir que era lo que me rodeaba pero al girarme vi algo que respondía a una lámpara de aceite. Procedí a encenderla, graduando su iluminación. Al instante una gran lumbre me cegó.

No obstante, progresivamente mi visión fue aconteciendo y ese fue el principio de ver lo que acechaba a mi alrededor: miles de llaves; de toda forma, tamaño, material y diseño se encontraban colgadas. ¡Extraordinario! Tal era la fascinación que me acerqué a ver cómo eran las más cercanas a mí y descubrí que todas y cada una de ellas tenían una inscripción en su empuñadura.

Tales como: "Arriba es abajo", "Del principio al fin y vuelta a empezar", "Frío y caliente", "Mechas", "Velas", "Herramientas", "Botones, hilo y agujas", "Lápices", "Carbón y azúcar", "Porcelana y cristal", "Clavos y chinchetas", "Chocolate y quesos"....

Ante aquella impresionante excentricidad solo cabía esperar una sorpresa aún mayor que lo que se veía en mi faz.

Aun así, no me detuve a responder preguntas sobre lo que veía. Una vez más opté por la opción de continuidad.

Intenté abrir la puerta pero resultó inútil. Miré y recordé que la puerta por la que había entrado no disponía de paño ni cerradura a nivel exterior lo que hacía imposible forzar su apertura interior. Empecé a buscar alguna que otra manera de abrirla; de entre todas aquellas llaves debería haber alguna que era la ideal ¿no?

De pronto, mi vista recayó en un pequeño cajón situado en la mesita de la habitación. Lo abrí y encontré una diminuta llave y junto a ella una aguja. Cogí los dos objetos discurriendo dudosamente sobre la posesión de la aguja.

Me acerqué a la puerta con esperanzas de abrirla, más en vanidad recayó todo intento.

Pero vi que en la esquina principal de la sala asomaba una madera carcomida por el tiempo y las telarañas aproximándome pude ver que a su siniestra se dibujaba un pequeño paño de madera y en su alto se esbozaba un agujero de pocas proporciones.

Hubo unos instantes de absoluta conmoción sobre mi persona.

Mas mi capacidad de cavilar empezó a cobrar auge y en escasos minutos me aconteció: la Idea.

Si una cerradura responde a la súplica de una llave, ¿por qué no pudiera ser que un boquete interpretara ese mismo papel?

Con aguja y llave en mano logré abrir aquel acertijo maderil.

De repente, la puerta dejándose caer estrepitosamente produjo un estruendoso eco ante un pasillo teñido de la más profunda oscuridad.





La puerta de SchopenhawerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora