II

24 5 2
                                    

Podría decirse que no empezamos del todo bien.
Soy una persona distraída, y podría estarte hablando horas y horas sin siquiera haberte dicho mi nombre. Aunque jamás me consideré un caballero apropiado, es bueno comenzar de vez en cuando con pequeñas reglas que pueden ayudarte para conocer a alguien en una conversación.

Me llamo Anthony Miles, actualmente tengo diecinueve años y de orgulloso que soy podría hasta incluso presumir que he vivido casi dos décadas hasta ahora, cuando al lado de mi asiento en el tren viajaba un anciano de probablemente cinco décadas más que yo. Ya he tenido mis malas etapas, mis malos momentos y estoy seguro de que alguna vez los volveré a tener, como sea y cuando sea al menos tengo un poco de experiencia en cuanto a situaciones que te obligan a volverte fuerte...¿Mencioné ya que soy muy presumido?
Me dediqué a estudiar filosofía y letras alrededor de tres años. La educación en donde vivía no era la ideal pero tampoco mala. Si nos adentrábamos al menos una o dos tardes dentro de aquella casi aldea escondida podríamos llegar a encontrar de los mejores pensadores de la Tierra, esos que muchas veces la televisión o la radio no se fija en conocer, ya que la mayoría de las más maravillosas personas comenzaron como completos desconocidos.
Me levantaba temprano y comía un desayuno bastante completo, guardaba mis libros, tenía buenas notas. Estaba empeñado en terminar esa carrera hasta que los brotes del instinto adolescente nos llevan a resignarnos, algo que jamás debí haber hecho y nadie debería hacer.

Antes de que mi mal genio me llevase a salir de casa por razones absolutamente incompetentes se podría decir que era uno de los mejores de mi clase. ¿Tuve rivalidades? Por supuesto. ¿Alguna vez me importaron? Claro que sí. ¿Me importan ahora? Claro que no. Pero debo admitir, que si a estas alturas pudiese ver en donde están mis viejos rivales, sentir en que se han convertido, no dudaría en pensar a primera vista "Sigo sabiendo más que vos" aun siendo cierto o no.
Pasé esos tres años con facilidad y mucho interés obre mis estudios, sin salir mucho aunque de todos modos durmiendo poco, descubriendo cine y cultura, hasta llegué a tener una novia muy bonita por una temporada. Y luego, la desesperanza, oh la desesperanza...esa de la que no se escapa, la que te toquetea y te investiga a las tres de la madrugada para hacerte recordar que no hay nadie despierto; salimos al balcón inútilmente, recibiendo el vago deseo de que aquella dama tan azul y triste que lleva el nombre de desesperanza desaparezca, y así nos alegramos al ver un mísero auto pasar por la ruta, sabiendo que alguien más sigue despierto. Somos desconocidos siguiéndonos a la par, ya que a todos nos ha sentido la desesperanza.
Luego de haber dejado a Cara, aquella bonita novia, supe que continuó su carrera como actriz teatral; con la humildad que ella siempre presentaba en el día a día sus obras se hicieron gratuitas y públicas, por lo cual conserva dos trabajos para cubrir gastos y expensas. Incluso si esa dama alguna vez me había tocado con ella, la desesperanza nunca me impidió sonreír cada vez que, con el debido respeto que los amigos deben tenerse, me llegase por correo un afiche oficial de sus nuevos proyectos.
Durante los tres años que pasé en la universidad desarrollé un gran interés por la gastronomía general. Tomé cursos de cocina, especialmente postres y como es de esperarse en mi vida, los desastres me acompañaron desde que entré. No soy nadie especial, bueno todos somos especiales a nuestro modo, pero muchas veces creo que esa regla no se aplica a mí. Al empezar uno de los cursos gastronómicos, a los 15 años, tuve mi primer accidente en el sector de los estudios. La señorita Sullivan, mujer voluptuosa y de seductora voz, fue nuestra instructora ese año. Tenía el pelo más bajo de su cintura completamente negro, lleno de unos preciosos rulos tan perfectamente formados que se podría decir que había nacido con un cabello ideal. Eso o gastaba mucho dinero en productos. De cualquier manera, siempre se veía espléndida. Sus piernas largas y torneadas, los labios delgados y muy discretos, no solía usar maquillaje a menos que la situación lo ameritase. Ojos azules brillantes y claros como el agua fina, llenos de romance y sensual convicción. Con tal mujer a cargo, estaba más que seguro de que sería el amor a primera vista de todo quien que tomase su clase. Además de todo esto, estaba dotada con una inteligencia impresionante en el campo de las matemáticas, la ingeniería y la hidromecánica, había llegado a dar estos cursos de un año completo sobre gastronomía como un pequeño pasatiempo a seguir mientras continuaba sus estudios en la escuela técnica. Claro, el curso era tan ideal que de alguna manera me las ingenió el mundo o cualquier entidad sea cual sea si es que existe sobre nosotros, para arruinarlo. Todo ocurrió una mañana de primavera, el aire cálido y el aroma floral que esta estación traía creaba un ambiente calmo y apacible. Llegué más temprano que nadie ya que era mi turno de limpiar es salón, tarea que se repartía cada viernes entre los alumnos. El día transcurría tranquilo, terminé de barrer el suelo cuando la señorita Sullivan entró al salón. Nos saludamos cordialmente y ambos seguimos con nuestras tareas hasta que los chicos comenzaron a entrar; ella dio la clase y todos nos dirigimos a nuestras casas como era de costumbre siempre. Ahora bien, esto hubiese pasado si, como una persona con un mínimo de sentido común, hubiese respetado las advetencias. Antes de que siquiera la señorita Sullivan entrase, tenía que limpiar los estantes en donde guardábamos la masa, harina y huevos. Frente a estos se encontraba un cartel con letra mayúscula y de color oscura en donde se leía "NO LIMPIAR LOS ESTANTES, SE ENCUENTRAN INESTABLES. Atte: Sophie"; pero yo odiaba a Sophie, la alumna preferida de la señorita Sullivan, y como es de costumbre en mi aura orgullosa y presumida, no le hice caso y limpié los susodichos muebles como si yo tuviese la razón. No tenía la razón, definitivamente no la tenía. El incidente no fue coincidencia, mucho menos algo premeditado, pero si fue una imbecilidad que bien pudo haber sido evitada si no hubiese querido, como siempre, demostrarle algo a un rival.
Sullivan entró al curso como solía, me preguntó cómo estaba y como había pasado la mañana, si algo me había complicado, respondí que no con una leve sonrisa, dejando que ella se dirigiera a terminar sus propios deberes. Como era todos los días, la señorita se sentó en el mismo lugar de siempre, claro, ella no sabía de mi gran equivocación, no iba a sentarse en otro lugar. Sacó sus carpetas y comenzó sus nuevos planos de ingeniería dejando al lado los viejos. Yo le di la espalda confiando en que nada saldría mal, pero mis instintos no suelen ser los más acertados. Al cabo de unos minutos, cuando el chirriar de las tablas se hacía insoportable, decidimos inspeccionar los estantes. En un segundo repentino, cada elemento que allí arriba se encontraba cayó uno por uno sobre los estudios de la señorita Sullivan, arruinándolos de manera inevitable.
Ambos quedamos en shock. Ninguno, ni siquiera yo quién había limpiado los estantes nos esperábamos que esto pudiese ocurrir. Al darnos cuenta de que los papeles y planos no tenían arreglo, Sullivan decidió que ya no podría tomar su clase, que buscara mis cosas y me marchara del salón.

Al mes siguiente recibí la noticia de que aquella mujer tuvo que volver a cursar la materia, y aunque pudo graduarse con honores y un título de primera, hasta el día de hoy me carcome la culpa de que un incidente tan simple y estúpido como la caída de un estante por mi propia ignorancia le hubiese arruinado tal esfuerzo.

Así solían ser los obstáculos en mi vida. Simples y estúpidos, pero siempre perjudicaban a otra persona, y eso me destrozaba el alma. Son momentos en donde nada nos alcanza, porque sabemos bien que decepcionamos a alguien más, sea importante como tus padres, un profesor, o sea tan personal como un romance o un amigo, siempre se siente terrible.

El mismo año en que tuve que dejar las clases de la señorita Sullivan, también tuve que mudarme casi dos veces. Nunca fuimos una familia quieta. Quizás ese fue en parte uno de los motivos por los cuales decidí irme, lo cual me hace en cierta forma, mucho más egoísta. ¿Qué me ha enseñando todo esto? No siempre se tiene razón, y no siempre se debe rogar por un perdón cuando aún no se ha aprendido la lección, porque si algo nos enseña la vida es ser responsable de nuestros propios actos, antes de que estos perjudiquen a alguien más.






Hola que tal gente, les dejo la parte II de esta historia para quién quiera leerla, tengan un buen día!! Kisses on the cheek, Terry~


Danny Aidem: Historia de la guerra más larga de mi vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora