VIII

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Esta historia, por nada, podría llamarse anécdota. Solemos llamar anécdotas a recuerdos pasados sobre rememoradas ocasiones las cuales nos dejan marcadas alguna parte del cuerpo, la ropa, la mente, el alma o el corazón. Esto, podrías ser mejor llamada como "historia actual". Quizás es por el hecho de que pudo haberme pasado hace relativamente poco, o tal vez porque el tiempo jamás nos premió, pero es siempre un recuerdo que tengo presente, aunque con el pasar de los días pueda llegar a cambiar drásticamente.
La primera estación que tomé hacia New Gold Island se encontraba en medio del pueblo Owl Town, bastante parecido a una aldea inglesa. Había estado toda la noche esperando en la banca abandonada de aquella estación, durmiendo cuando sentía que el mundo me caía en los hombros, ignorando descaradamente cada pequeño ruido que la realidad filtraba por mis oídos. El día cayó lento y pesado, La mañana fue un infierno, la tarde calurosa y la noche fresca, la gran desventaja es que mi próximo tren de seguro se había varado en medio de algún tramo perdido, retrasándose varias horas hasta llegar a su destino. Me quedé esperando como idiota durante todo el día completo hasta que al fin, a más tardar de las doce treinta en la noche, la locomotora se encontraba llegando a la estación. A veces me pregunto si fue cosa divina o un simple acto de puro instinto, pero aún sin saber con completa seguridad que tren tenía que tomar, algo me hizo abordar el primero en llegar. Tal vez era el frío que comenzaba a traspasar mis poros o el vapor asfixiante en el aire, pero aquel impulso me obligó a continuar, aún sin tener destino ni futuro pautado. Con una sensación de pesadez sobre mis hombros cargué las valijas y subí al tren. No había ninguna señal de equivocación por mi parte y luego de haber sido verificado correctamente el destino al que la maquinaria llegaba, decidí al fin sentarme y descansar. No iba a dormir, era temprano y el frío me quitaba el sueño, pero al menos encontraría algún lugar en donde apoyar las piernas. Buscando de asiento entre asiento fue en que lo vi. No quise sentarme al principio, ya que su apariencia tan profesional, la mirada austera y los fuertes brazos me habían intimidado un poco. Tenía los ojos fijos tras sus lentes finos sobre un libro de estudios claramente adaptado a un nivel mayor que el de los pocos años que pasé en la universidad. Estaba sentado contra la ventana, pero el movimiento tan rápido del universo no parecía tocarlo, tan concentrado, tanto que el aire parecía tratar de esquivarlo. A lo mejor la mirada de imbécil no se me había quitado desde el segundo en que lo vi, y lo peor fue que él se había dado cuenta. Me miró directo a los ojos, como si los hubiese estado viendo desde hace años. Luego me sonrió, movió su cuello y me hizo señas de sentarme. Los lugares estaban ocupados así que no le vi un punto a ignorar aquella proposición cuando sabía que sería el único asiento libre en todo el tren completo. Me senté a su lado y nadie de los dos dijo palabra alguna. Aquel hombre me cedió su lugar frente a la ventana al notar el calor que el día entero bajo el sol me había provocado y al segundo ya estaba dormido.
Desperté al pasar de un par de horas, la noche seguía tranquila, la ventana daba al campo nocturno que se fundía con las estrellas cuando pasaban a toda velocidad a través del cielo entero. El hombre...él seguía leyendo. Tenía sueño, tanto como para comenzar a hablarle aun sabiendo que nunca lo había visto. No descubrimos mucho del otro a la primera conversación, pero reímos mucho y al menos pude averiguar su nombre. Allen. Sonaba como un hombre, maduro y coqueto lleno de un gran conocimiento sobre el mundo, estudiaba generales en su colegio. Cada materia que encontraba la cursaba, como un deporte practicado de la manera más sublime.

Tal vez no estábamos destinados a llegar al mismo lugar, tal vez alguno de los dos se pasó un par de estaciones para estar con el otro, pero el problema fue que de momento nos encontrábamos completamente desorientados, sin siquiera suponer a donde se dirigía el contrario. Dimos vueltas por todo el día hasta encontrar un lugar digno de hospedaje el cual pudiésemos pagar entre ambos. Tal vez era el nuevo aroma en el aire o el calor que comenzaba a florecer, cualquier cosa que haya sido creaba un aura calma, celeste y hermosamente cálida cada vez que Allen estaba cerca mio. Pero por un bien común tuve que ignorarlo, esa noche dormiríamos juntos.
El cuarto era cómodo, rústico y simple. Tenía un baño completo, varios utensilios y una cama tamaño matrimonial. Al decir las palabras mi mente se revuelve como nunca. La noche pasó tranquila, no como lo hubiésemos esperado la primera vez que nos vimos, pero tranquila. Tocamos nuestros pies, nos acariciamos las manos, nos susurramos cursilerías al oído, se nos aceleró la respiración y cuando el contacto se volvía insoportablemente lejano hicimos algunas cosas de las que es mejor no hablar siempre que se preguntan. Se nos cortó el alma al amanecer, y como extraños fingimos que no había pasado nada, cuando, al menos a mí, me había pasado todo.
Nos ignoramos un tiempo, de a ratos volvimos a querernos, luego a amarnos y el círculo volvía al principio. Pero claro, las palabras hieren, y alguna vez me encantaron, pero inconscientemente me hirieron también.
Decidimos dejar de lanzarnos miradas mudas una temporada cuando nos enteramos que habría una fiesta de año nuevo en casa de un par de personas a las que Allen les había hablado alguna vez. No iba a negarme, el círculo se volvía cada vez más agobiante y doloroso, tanto que llegué a cometer una idiotez seguida del acto más cruel de mi adolescencia.
Al iniciar la fiesta me había puesto la meta de no separarme de Allen, estar con él y reír un rato como hace días no lo hacíamos, tocar sus fuertes manos tan llenas de experiencias, chocar sus labios ávidos de momentos que yo no había visto, sentir su cuerpo rebosante de expectativas y expresiones que yo jamás había experimentado. Después de todo le era mayor, sensible y mayor. Y yo tan chiquito...
El aire se hacía sofocante, y por adolescente idiota, como todos alguna vez lo fuimos, busqué refugio en una botella mientras ambos escapábamos de los ojos del otro. Alguno por orgullo, otro por deporte.
Allen tuvo que llevarme a casa sobre sus brazos, repitiéndome mil y una veces lo imbécil que había sido. Tenía toda la razón del mundo, y aunque fría y dolorosa se oyera su voz, sabía o al menos quería sentir que aquella melodiosa agonía era el amor que en algún momento ambos guardamos por el otro. Claro que al llegar al hotel sentía que las cosas no iban a mejorar.
No hubo besos de buenas noches, no hubo caricias furtivas en medio de la oscuridad latente, no respondió a mis manos con más que un "Ahora no, pequeño". En ese momento sentí que el mundo que había creado se había destruido. Era eso, eso y nada más. Aprendí, con el tiempo de las horas muertas de aquella noche en las que Allen dormía y yo me recuperaba, a deslizar mis manos lentamente lejos de él. No volví a tocarlo, sabía que no debía. Aunque jamás supe lo que él quería, siempre fui solo un pequeño y mi energía frenética de adolescente empedernido no sería suficiente para hacerlo a él arrancar. Pero nunca dejé de intentarlo. Las horas pasaron, los días se fueron y los suspiros a media noche, poco a poco y lentamente tortuoso, dejaron de existir. Ambos, cierta vez, detuvimos nuestro cause. Nos tomamos las manos por última vez y a la mañana siguiente las cosas se volvieron claras. Pero, muchas veces, claro puede significar la oscuridad más larga y profunda dentro de las fauces hambrientas de las que ambos nos intentamos proteger. Fuera del cuarto casi vacío estaba el living, en living la mesa, y en la mesa una nota. Al ya no estaba, yo sentía que el hotel se volvía frio y ausente, cubierto por aquel terciopelo azul transparente y un penetrante oxígeno gris. "Algún día, las cosas cambiarán. De: Allen. Para: Pequeño~". Mi respiración pesaba tanto como aquel extraño aire, tan viciados mis pulmones, tan vacío al contrario mi corazón. Fuera del living, estaba la puerta, y a través de la puerta, el mundo.
Jamás volví a verlo en persona, de vez en cuando recibo cartas y mensajes de texto de su parte. No hablábamos de la mis manera, pero hablábamos, las expectativas no eran las mismas, pero era nuevas, y haya terminado de cualquier forma u otra, no había una manera exacta en la que debía terminar, ya que pudo haber sido bueno o malo, quizás ambas al mismo tiempo. Pero estábamos juntos, y sabíamos que nadie se apartaría del aire lejano del otro.
¿Qué aprendí de todo esto? El amor...es extraño. Pude haberme enamorado con tal fuerza que sería capaz de besar al mismo Apolo en los labios y jamás abrir los ojos ante la molestia. Pude haber sido abrazado por una ninfa perdida la cual bañaba de temblores agradables mi corazón, o pude haberme roto en mil pedazos. Pero es que él siempre fue mi Apolo, aquel que alguna vez perdí hace mucho tiempo antes de haberlo conocido, y aquel que jamás dejaría ir. Nunca supe que sentía por mí, pero tampoco me importó en el momento que el amor colapsó contra mis puertas, y mi cuerpo me obligó a dejarlo pasar. El amor es extraño, y siempre me gustó sentirme extraño con vos.

Hola gente! Lamento la tardanza de este capítulo, es uno muy especial para mi y sentía que debía terminarlo bien antes de subirlo, espero les haya gustado y puedan perdonarme ya que no suelo tener un día fijo para subir!! lo quiero muchísimo, Kisses on the Cheeks, Teery~




Danny Aidem: Historia de la guerra más larga de mi vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora