Turi Giuliano 1943 - 3

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La banda de Giuliano estaba integrada por treinta hombres. Unos eran antiguos miembros de las partidas de Passatempo y Terranova. Otros eran algunos de los habitantes de Montelepre que, liberados por Giuliano durante su asalto al cuartel, se dieron cuenta de que, a pesar de su inocencia, las autoridades no les perdonaban y les seguían hostigando, con lo cual prefirieron ser acosados junto a Giuliano antes que ser atrapados solos y sin amigos.

Una hermosa mañana de diciembre los confidentes que Giuliano tenía en Montelepre le mandaron decir que un hombre de aspecto peligroso, tal vez un espía de la policía, estaba haciendo averiguaciones sobre el modo de unirse a la banda. Se encontraba en la taberna de Cesáreo Ferra. Giuliano envió a Terranova y otros cuatro hombres a investigar a Montelepre. Si el sospechoso era un espía, le matarían y, si fuera útil, sería reclutado.

A primera hora de la tarde, Terranova regresó y le dijo a Giuliano:

-Tenemos a este sujeto y, antes de pegarle un tiro, hemos pensado que quizá te gustaría conocerle.

Giuliano se echó a reír cuando vio al gigantón enfundado en las tradicionales prendas de trabajo de los campesinos sicilianos.

-Vaya, pero si es mi viejo amigo. ¿Pensabas que se me iba a despintar tu cara? ¿Traes mejores balas esta vez?

Era el cabo de carabinieri Canio Silvestro, el que había disparado contra Giuliano durante el famoso asalto al cuartel.

El ancho rostro de Silvestro, marcado por la cicatriz, estaba muy serio. Era un rostro que atraía a Giuliano por alguna inexplicable razón. El forajido sentía una especial debilidad por aquel hombre, que había contribuido a probar su inmortalidad.

-He venido para unirme a tu banda -dijo Silvestro-. Te puedo ser muy útil.

Hablaba con el orgullo de quien se dispone a hacer un regalo. Giuliano se mostró muy complacido y permitió que Silvestro le contara su historia.

Tras el asalto al cuartel, el cabo Silvestro fue enviado a Palermo para ser juzgado en consejo de guerra por negligencia en el cumplimiento de su deber. El maresciallo se puso furioso con él y le interrogó minuciosamente antes de recomendar su procesamiento. Curiosamente, lo que más recelos despertó en el maresciallo fue el hecho de que hubiera intentado disparar contra Giuliano. El motivo del fallido tiro fue una bala defectuosa. El maresciallo afirmó que el cabo había cargado su pistola con aquella bala inofensiva, a sabiendas de que era defectuosa. Que el intento de resistencia fue una comedia y que el cabo Silvestro ayudó a Giuliano a organizar la fuga de los presos y dispuso a sus guardias de tal forma que contribuyeran a favorecer el éxito del asalto.

-¿Qué les hizo pensar que tú sabías lo de la bala defectuosa? -le interrumpió Giuliano.

-Hubiera tenido que saberlo -contestó Silvestro muy avergonzado-. Yo era armero de infantería, un experto -se puso muy serio y después se encogió de hombros-. Cometí un error, es cierto. Me convirtieron en un hombre de oficina y no presté demasiada atención a mi verdadera misión. Pero a ti te puedo ser muy útil. Puedo ser tu armero. Revisar todas las armas y reparártelas. Encargarme de que se manejen adecuadamente las municiones, para que no estalle tu depósito de suministros y te haga saltar por los aires. Puedo modificar tus armas aquí, en el monte, para que las destines al uso que prefieras.

-Cuéntame el resto de tu historia -le dijo Giuliano, estudiándole con atención.

Podía ser un plan para introducir en la banda a un confidente. Vio que Pisciotta, Passatempo y Terranova desconfiaban de aquel hombre.

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