La muerte

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IV

Al volverme hacía donde posaba mi espalda, percibí una presencia clara y deslumbrante, entre vagas líneas de una aurora cristalina, y en medio de luces centelleantes, escuché de nuevo la voz que había escuchado antes:

Te he encomendado una tarea, mi querido Dante, la de volver con las letras lo que había sido antes, reescribirás la historia de los que ya ausentes, aún pudiesen gozar de la vida, del regalo del presente, tendrá que ser dadivoso y con la intención incorrupta, porque si no fuese así el destino se cerrará de manera abrupta, demuéstrale así a los seres moribundos y banales, que las letras son más que deseos e impulsos carnales. Regresa ahora a esta, tu querida, regrésala pronto a la vida, escribe con ímpetu su regreso, y ¡ponle fin a su angustia antes que ya sea tarde en su triste deceso!

El tiempo volvió a su empresa, y con él, el aleteo de las gaviotas volando en el cielo aterciopelado con las nubes, que se dispersaban a merced del reino de los vientos, interponiéndose ante un índigo cielo, azul violáceo que ya opacaba a totalidad la serena luz del ausente astro radiante, también volvieron los cantos de las olas casi en milonga del mar vacilante que bailaba aquella tarde frente a la calle Miraflores, testigo de aquella visión, por así pensar que fue, que me recordaba mis años de juventud en el balcón de la casa de mi padre, la que es mía ahora, solo por heredad y no por merecerla, me recordaba aquel amor temprano por las letras, la lectura y la escritura, esta última de la cual nunca hice ostento de ella, porque siempre me parecía más un regalo, y que todo aquello no era propio de mi naturaleza.

Recordé las palabras de aquel personaje misterioso, que en prosa me declamó algo oculto, inclusive desconocido a totalidad por mí en aquel momento, no entendía porque había sido yo el elegido, pero toqué el bolsillo de mi saco, y saqué la pluma y una agenda vieja que usaba para anotar los números de teléfono de algún querido amigo, de los que fueron cercanos en mis años de juventud y brío, y me dispuse a retomar aquella tarea, que había abandonado desde hacía mucho tiempo, una tarea para despolvar hasta las más ínfimas influencias dentro de mi inconsciente, y las que directamente habían penetrado por medio la lectura a mi cabeza, a través de aquellas aventuras inolvidables para mi alma.

¿Qué puedo escribir? ¿Qué tengo que hacer? ¿Por dónde comenzar? ¿Qué se supone que debo mencionar? Tantas preguntas invadían mi cabeza, pero no pude tardar demasiado, ya que tocando lastimosamente el cuerpo de la querida Jazmín, estaba helado y su tiempo, se agotaba.

Apoyando mi pluma en la agenda, escribí:

Jazmín.

Una tarde secreta en las faenas cotidianas, me hizo conocer, por un destino enlazado, a la azucena de cálida sonrisa liviana, a las puertas de mi patio verde y floreado, nunca imaginaba en mi triste vida, que aquella tarde me acercaba, a una historia querida, que jugaba en mis días desde hacía tiempo, quizá antes de que existiera el cielo y con él, el viento, no lo sé, y creo que nunca lo sabría, en el tiempo que me resta en el universo, en mi presente estadía. Tardes de libros, cuentos y tazas de té, tardes de tiempo, de sueño, de juegos y café, tardes de abril, de marzo, tardes de junio, tardes que te llevarían tristes a este lamentable infortunio, mas escribo ahora tus virtudes, mi querida, que te amaba como se ama a una hija, y que cada tarde en mi mente no había cabida, para imaginarte grande, hermosa y prolija, eres tan dulce como la palabra misma, eres tan viva como la muerte, hoy no se acaba tu preciosa carisma, hoy y siempre, te alcanzará la suerte.

Apenas terminé de escribir, una lágrima corrió por mi mejilla, y se encontró con mis labios temblorosos, viendo a la pálida Jazmín que aún yacía en el pavimento, las personas que vivían por la calle Miraflores no tardaron en llamar a una ambulancia, que llegó en cuestión de minutos, y fue llevada al Hospital Agustín del Perla Azul, donde fue confirmada su muerte, con múltiples fracturas en sus costillas, que atravesaron como flechas sus pulmones, extinguiendo su respiración de manera casi inmediata, Jazmín Carolina Rodríguez Arias murió el 5 de agosto del año 1992 a las 5 horas y 43 minutos de la tarde.

Esa noche velamos en su casa, en la calle San Lorenzo, el cuerpo de quién fue mi amiga desde aquellas tardes de abril, hija en mi corazón, admiración de mis ojos, joya de los Rodríguez, y hoy, quizá danzaba con los ángeles, mientras nosotros llorábamos su pérdida. Les di mi más sincero pésame a sus familiares, en especial a mi amigo Juan, que desde hacía años no veía, y con una sonrisa y ojos aguados, le agradecí en silencio por la presencia casi fugaz de su preciosa nieta. Caminé por las oscuras calles del Perla Azul, me arropé en mi lecho con mi sábana, y luego de un largo silencio y sollozos con lágrimas ahogadas, me dormí.





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⏰ Última actualización: Apr 09, 2017 ⏰

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