Marx... un fantasma recorre Europa...Hilde se levantó de la cama y se puso junto a la ventana que daba ala bahía. Había empezado el sábado leyendo sobre el cumpleañosde Sofía. El día anterior había sido su propio cumpleaños.Si su padre había calculado que le iba a dar tiempo a leer hasta elcumpleaños de Sofía, había calculado muy por lo alto. No hizo otracosa que leer durante todo el día anterior. Pero había tenido razónen que sólo faltaba por llegar una última fe-licitación. Era cuandoAlberto y Sofía habían cantado «Cum-pleaños feliz». A Hilde lehabía dado un poco de vergüenza.Luego Sofía había hecho las invitaciones para su «fiesta filosóficaen el jardín», que se celebraría el mismo día en que el padre deHilde regresaba del Líbano. Hilde estaba conven-cida de que esedía sucedería algo que ni ella ni su padre te-nían bajo control.Una cosa sí era segura: antes de que su padre volviera a Berjerkelyle daría un pequeño susto. Era lo menos que podía hacer por Sofíay Alberto. Le habían pedido ayuda.Su madre seguía en la caseta. Hilde bajó de puntillas al piso deabajo y fue a la mesita del teléfono. Buscó el teléfono de Anne yOle en Copenhague y marcó todos los números, uno por uno.–Anne Kvamsdal.–Hola, soy Hilde.–¡Qué sorpresa! ¿Qué tal va todo por Lillesand?–Muy bien, de vacaciones. Y sólo falta una semana para que papávuelva del Líbano.–¡Qué contenta estarás, Hilde!–Sí me hace mucha ilusión. Sabes en realidad llamo por eso...–¿Ah sí?–Creo que su avión llega a Copenhague sobre las cinco el día 23.¿Estaréis en Copenhague ese día?–Creo que sí.–Quería pediros un pequeño favor.–¡Faltaría más!–Pero es un poco especial, ¿sabes?; no sé si se puede hacer.–Suena muy interesante...Y Hilde comenzó a explicarle. Habló de la carpeta de ani-llas, deAlberto y Sofía y todo lo demás. Varias veces tuvo que volver aempezar porque ella o su tía, al otro lado del teléfono, se echaban areír. Cuando por fin colgó su plan estaba en marcha.Luego tendría que hacer algunos preparativos allí mismo, pero aúnno corría prisa.Hilde pasó el resto de la tarde y noche con su madre. Fueron alcine a Kristiansand, porque tenían que «recuperar» un poco del díaanterior, que no había sido un verdadero cum-pleaños. Al pasar porla entrada del aeropuerto, Hilde colocó algunas piezas mas en elrompecabezas que tenía presente constantemente.Por fin, cuando ya tarde se fue a acostar, pudo seguir leyendo en lagran carpeta de anillas.Eran casi las ocho cuando Sofía se metió por el Ca-llejón. Sumadre estaba con las plantas delante de la casa cuando Sofíallegó.¿De dónde vienes?–Vengo por el seto.–¿Por el seto?–¿No sabes que hay un sendero al otro lado?–¿Pero dónde has estado, Sofía? Una vez más, no me has avisadode que no vendrías a comer.–Lo siento. Hacía tan bueno. He dado un paseo larguísimo.Su madre se levantó de la maleza y miró fijamente a su hija.–¿No habrás vuelto a ver a ese filósofo?–Pues sí. Ya te dije que le gusta mucho dar paseos.–¿Vendrá a la fiesta?–Sí, le hace mucha ilusión.–A mí también. Estoy contando los días que faltan, Sofía.¿Había un matiz irónico en la voz? Para asegurarse dijo:–Menos mal que también he invitado a los padres de Jorunn. Sino, hubiera sido un poco violento.–Bueno... de cualquier forma, yo quiero tener una conversaciónprivada con ese Alberto, una conversación de adultos.–Os dejaré mi cuarto. Estoy segura de que él te va a gustar–Hay algo más. Ha llegado una carta para ti.–Bueno...–Lleva el matasellos del Batallón de las Naciones Unidas.–Es del hermano de Alberto.–Pero Sofía, ¡ya está bien!Sofía pensó febrilmente. Y en un par de segundos le llegó unarespuesta oportuna. Fue como si alguien le hu-biera inspirado,echándole una mano.Le dije a Alberto que coleccionaba matasellos ra-ros. Y a loshermanos se les puede utilizar para muchas co-sas, ¿sabes?Con esta respuesta consiguió tranquilizar a su madre. La comidaestá en el frigorífico –dijo la madre en un tono un poco másconciliador.–¿Dónde esta la carta?–Encima del frigorífico.Sofía se apresuró a entrar en la casa. La fecha del ma-tasellos era15. 6. 90. Abrió el sobre, y encontró dentro una pequeña nota.¿De qué sirve esa constante creación a ciegassi todo lo creado simplemente desaparecerá?Sofía no tenía ninguna respuesta a esa pregunta. Antes desentarse a comer, dejó la nota en el armario junto con todas lasdemás cosas que había ido recogiendo du-rante las últimassemanas. Ya se enteraría de por qué le ha-bían hecho esapregunta.A la mañana siguiente, Jorunn fue a hacerle una vi-sita. Primerojugaron al badminton y luego se pusieron a hacer planes sobre lafiesta filosófica en el jardín. Tendrían que tener algunassorpresas preparadas por si la fiesta de-caía en algún momento.Cuando su madre volvió del trabajo, seguían hablan-do de lafiesta. La madre repetía una y otra vez: «Esta vez no seescatimará en nada». Y no lo decía en un sentido iró-nico.Era como si pensara que una «fiesta filosófica» era exactamente lo que Sofía necesitaba para volver a bajar a tierra después deesas intranquilas semanas de intensa for-mación filosófica.Aquella noche lo planearon todo, desde las tartas y los farolilloschinos, hasta concursos filosóficos con un li-bro de filosofía parajóvenes de premio. Si es que había al-gún libro para jóvenes...,Sofía no estaba muy segura.El jueves 21 de junio, cuando sólo quedaban dos días para SanJuan, volvió a llamar Alberto.–Sofía.–Alberto.–¿Qué tal?–Perfectamente. Creo que he encontrado una salida.–¿Una salida a qué?–A lo que tú sabes. A esta prisión espiritual en la que ya llevamosdemasiado tiempo.–Ah, eso...–Pero no puedo decir nada sobre el plan hasta no haberlo puestoen marcha.–¿Y eso no será muy tarde? Tendré que saber en qué estoyparticipando, ¿no?–Ay, qué ingenua eres. ¿No sabes que están escu-chando todo loque decimos? Lo más sensato sería, pues, callarse.–¿Tan mal está?–Claro que sí, hija mía. Lo más importante tiene que sucedercuando no hablemos entre nosotros.–Ah...–Vivimos nuestras vidas en una realidad ficticia de-trás de laspalabras de un cuento muy largo. Cada palabra es tecleada por elmayor en una barata máquina de escribir portátil. Por lo tanto, delo que está escrito nada escapa a su atención.–Entiendo. ¿Pero entonces cómo podríamos hacer algo aescondidas de él?–¡Chsss,.. !–¿Qué?También sucede algo entre líneas. Allí es donde in-tentomoverme con todo lo que tengo de doble fondo.–Entiendo.Pero tenemos que emplear juntos el tiempo que nos queda hoy ymañana. El sábado estallará. ¿Puedes ve-nir enseguida?–Iré ahora.Sofía dio de comer a los pájaros y a los peces, buscó una gran hoja de lechuga para Covinda y abrió una lata de comida degatos para Sherekan. Antes de irse, dejó el plato con la comidadel gato en la escalera.Luego se metió por el seto y cogió el sendero al otro lado.Cuando llevaba algún tiempo andando vio de repente un granescritorio en medio de la maleza. Detrás del escri-torio había unseñor mayor. Parecía como si estuviera cal-culando algo. Sofía sele acercó y le preguntó su nombre.El hombre ni siquiera se molestó en levantar la vista.–Scrooge –dijo, y volvió a inclinarse sobre los pa-peles.–Yo me llamo Sofía. ¿Eres un hombre de negocios?Él asintió con la cabeza.–E inmensamente rico. No quiero perder ni una co-rona, por esotengo que concentrarme en la contabilidad.–¡Qué aburrido!Sofía le dijo adiós con la mano y prosiguió su ca-mino. Pero habíaavanzado pocos metros cuando vio a una niña que estabasentada completamente sola debajo de uno de los altos árboles.Iba vestida con harapos y parecía pálida y enfermiza. Al pasarSofía, la niña metió la mano en una bolsita y sacó una caja decerillas.–¿Me compras una caja de cerillas? –preguntó.Sofía buscó en el bolsillo para ver si llevaba dinero encima. Sí,por lo menos tenía una moneda de una corona.–¿Cuánto cuestan?–Una corona.Sofía dio la moneda a la niña y se quedó parada con la caja decerillas en la mano.–Eres la primera persona que me ha comprado algo en más decien años. Algunas veces me muero de hambre, otras me muerocongelada.Sofía pensó que no era extraño que no vendiera cerillas ahí en elbosque, pero luego se acordó del rico hombre de negocios al queacababa de ver No era necesario que esa niña muriera dehambre, cuando ese hombre tenía tanto dinero.–Ven aquí –dijo Sofía.Cogió a la niña de la mano y la llevó hasta el rico hombre denegocios.–Tendrás que procurar que esta niña tenga una vida mejor –dijo.El hombre, sin levantar apenas la vista de los papeles, contestó:–Eso cuesta dinero, ya te he dicho que no quiero perder ni unasola corona.–Pero es injusto que tú seas tan rico y que esta niña sea tanpobre –insistió Sofía.–¡Tonterías! La justicia sólo se practica entre iguales.–¿Qué quieres decir con eso?–Yo empecé con las manos vacías, tiene que mere-cer la penatrabajar ¡Eso es el progreso!–¡Por favor!–Si no me ayudas me moriré –dijo la niña pobre.El hombre de negocios volvió a levantar la mirada de los papelesy golpeó la mesa con su pluma.–No eres una partida en mi contabilidad. Vete a la casa debeneficencia.–Si no me ayudas, incendiaré el bosque –prosiguió la niña pobre.Finalmente el señor de detrás del escritorio se le-vantó, pero laniña ya había encendido una cerilla y la ha-bía acercado a unaspajas secas, que empezaron a arder instantáneamente.El hombre rico levantó los brazos.–¡Socorro! –gritó–. ¡El gallo rojo está cantando!La niña le miró con una sonrisa burlona.–Al parecer no sabías que soy comunista.De repente habían desaparecido la niña, el hombre de negocios yel escritorio. Sofía se quedó sola, pero las llamas ardían cada vezcon más intensidad en la hierba seca. Intentó ahogarlaspisándolas, y al cabo de un rato ha-bía logrado apagar todo.–¡Gracias a Dios! –Sofía miró las hierbas ennegre-cidas. En lamano tenía una caja de cerillas.¿No habría sido ella misma la que provocó el incen-dio?Cuando se encontró con Alberto delante de la ca-baña le contó loque le había pasado.–Scrooge era un tacaño capitalista en Cuento le Navidad deCharles Dickens. Y a la niña de las cerillas la conocerás delcuento de H. C. Andersen.¿No es un poco extraño que me encontrara con ellos aquí en elbosque?–En absoluto. Este no es un bosque normal y co-rriente, y ahoratoca hablar de Karl Marx. Conviene que hayas visto un ejemplode las enormes diferencias entre clases a mediados del siglopasado. Entremos. Así estare-mos al fin y al cabo, uno poco másresguardados de la in-tervención del mayor.Se sentaron de nuevo delante de la mesa junto a la ventana quedaba al pequeño lago. Sofía todavía recor-daba la sensación quehabía experimentado al ver el lago, después de haber bebido de la botella azul.Las dos botellas estaban sobre la repisa de la chime-nea. En lamesa habían colocado una pequeña copia de un templo griego.–¿Qué es eso? –preguntó Sofía.–Todo a su debido tiempo, hija mía.Y con esto Alberto comenzó a hablar de Marx.–Cuando Kierkegaard llegó a Berlín en 1841, puede que sesentara al lado de Karl Marx para escuchar las clases deSchelling. Kierkegaard había escrito una tesis sobre Sócrates, yKarl Marx había escrito en la misma época una tesis doctoralsobre Demócrito y Epicuro, es decir sobre el materialismo de laAntigüedad. De este modo los dos ha-bían señalado lasdirecciones de sus propias filosofías.–¿Porque Kierkegaard se hizo filósofo existencialista y Marxmaterialista?–Marx fue lo que se suele llamar un materialista his-tórico.Volveremos sobre este tema más adelante.–¡Continúa!–Tanto Kierkegaard como Marx utilizaron, aunque cada uno a sumanera, a Hegel como punto de partida. Los dos están marcadospor la manera de pensar hegeliana, pero los dos se oponen a su«espíritu universal», o a lo que llamamos idealismo de Hegel.–Sería demasiado vago para ellos.–Decididamente. Generalizando, decimos que la época de losgrandes sistemas acaba con Hegel. Después de él, la filosofíatoma caminos muy distintos. En lugar de grandes sistemasespeculativos surgió una llamada «filoso-fía existencialista» o«filosofía de la acción». Marx observó que «los filósofossimplemente han interpretado el mundo de modos distintos; loque hay que hacer ahora es cam-biarlo». Precisamente estaspalabras señalan un importante giro en la historia de la filosofía.Después de haberme encontrado con Scrooge y la niña de lascerillas, no me cuesta nada comprender lo que Marx quería decir–La filosofía de Marx tiene por tanto una finalidad práctica ypolítica. También conviene recordar que no sólo era filósofo, sinotambién historiador, sociólogo y econo-mista.–¿Y fue un pionero en los tres campos?–Al menos no hay ningún otro filósofo que haya te-nido tantaimportancia para la política práctica. Por otra parte, debemoscuidarnos de identificar todo lo que se llama «marxismo» con elpensamiento del propio Marx. De Marx se dice que se convirtióen marxista a mediados de 1840, pero más tarde también tuvo a veces necesidad de señalar que no era marxista.–¿Jesús era cristiano?–También eso se puede discutir, claro.–Sigue.Desde el principio, su amigo y colega, Friedrich Engels,contribuyó a lo que más tarde se llamaría el «mar-xismo». Ennuestro propio siglo Lenin, Stalin, Mao y mu-chos otros hanhecho sus aportaciones al marxismo o «mar-xismo-leninismo».Entonces sugiero que nos atengamos al propio Marx. ¿Dijiste queera un «materialista histórico»?No era un «materialista filosófico», como los ato-mistas de laAntigüedad y el materialismo mecanicista de los siglos XVII yXVIII, pero pensaba que en gran medida son las condicionesmateriales de la sociedad las que deciden cómo pensamos.También para la evolución histórica son decisivas lascondiciones materiales.–Bastante diferente al «espíritu universal» de Hegel.–Hegel había señalado que la evolución histórica se mueve haciaadelante por una tensión entre contrastes, que a su vez essustituida por un cambio brusco. Esta idea es continuada porMarx. Pero según Marx, Hegel lo expre-saba al revés.–¿Durante toda su vida?–A la fuerza que impulsa la Historia hacia adelante, Hegel lallamaba «espíritu universal». Es esto lo que, según Marx, esponer las cosas al revés. Él quería mostrar que los cambiosmateriales son los decisivos. Por lo tanto, no son las«condiciones espirituales» las que crean los cambios materiales,sino al revés. Son los cambios materiales los que crean lasnuevas condiciones espirituales. Marx su-brayó especialmentelas fuerzas económicas de la socie-dad como las que crean loscambios y, de esa manera, im-pulsan la Historia hacia adelante.–¿No puedes ponerme un ejemplo?–La filosofía y la ciencia de la Antigüedad tenían una finalidadmeramente teórica. No se tenía mucho inte-rés por aplicar losconocimientos a mejoras prácticas.–¿Y?–Eso tenía que ver con la organización de la vida cotidianaeconómica en sí. La producción estaba más o menos basada en eltrabajo de los esclavos. Por eso los ciu-dadanos finos no teníannecesidad de mejorar la produc-ción mediante inventos prácticos.Éste es un ejemplo de cómo las condiciones materialescontribuyen a marcar la reflexión filosófica de la sociedad.–Entiendo.A estas condiciones materiales, económicas y so-ciales de lasociedad, Marx las llamó base de la sociedad. A cómo se piensaen una sociedad, qué clase de institucio-nes políticas se tienen,qué leyes y lo que no es menos im-portante, qué religión, moral,arte, filosofía y ciencia, Marx lo llama supraestructura de lasociedad.Base y supraestructura, entonces.Ahora alcánzame el templo griego, por favorAquí lo tienes.Esto es una copia reducida del viejo templo del Par-tenón de laAcrópolis. También lo has visto en la realidad.En vídeo, quieres decir–Ves que el edificio tiene un tejado muy elegante y elaborado.Puede incluso que en lo primero que uno se fije sea en el propiotejado y en la fachada. Eso es lo que po-dríamos llamar la«supraestructura». Pero el tejado no pue-de flotar en el aire.–Está sostenido por columnas.–Todo el edificio tiene ante sí un sólido fundamento, o una«base», que soporta toda la construcción. De la mis-ma maneraMarx opinaba que las condiciones materiales levantan, en ciertomodo, todo lo que hay de pensamientos e ideas en la sociedad.En este sentido la supraestructura de una sociedad es el reflejode la base de la misma.–¿Quieres decir que la teoría de las ideas de Platón es un reflejode la producción de vasijas y del cultivo de vino?–No, no es tan sencillo, y Marx lo subraya muy cla-ramente. Hayuna influencia recíproca entre la base y la supraestructura de lasociedad. Si hubiera negado esta reci-procidad, habría sido un«materialista mecanicista». Pero Marx reconoce que hay unarelación recíproca o «dialéc-tica» entre la base y lasupraestructura, y por eso decimos que es un materialistadialéctico. Por otra parte puedes to-mar nota de que Platón notrabajó ni como alfarero ni como viticultor.–Entiendo. ¿Pero vas a decir algo más sobre el tem-plo?–Sí, un poco más. Estudia detenidamente la base del templo eintenta describírmela.–Las columnas reposan sobre una base que consta de tresniveles o escalones.–De la misma manera también podemos distinguir tres niveles enla base de la sociedad. Lo más básico es lo que podemos llamar«condiciones de producción» de la sociedad, es decir las condiciones y los recursos naturales que existen en la sociedad,todo aquello que tiene que ver con el clima y las materias primas.Todo esto constituye los cimientos de la sociedad, y estoscimientos ponen límites clarísimos sobre qué tipo de producciónpuede tener esta sociedad. Y con ello, también se ponen límitesmuy claros sobre qué tipo de sociedad y qué tipo de cultura sepuede llegar a tener en general.–Por ejemplo no se pueden pescar arenques en el Sahara, ytampoco se pueden cultivar dátiles en el norte de Noruega.–Justo. Lo has entendido. Pero también hay mucha diferenciaentre la manera de pensar de la gente de una cultura nómada y lade un pueblecito pesquero del norte de Noruega. El siguientenivel abarca las «fuerzas producti-vas» que existen en lasociedad. Marx se refiere con esto a la clase de herramientas ymáquinas que se tienen.–Antiguamente se pescaba con barcas de remo, hoy se pesca congrandes barcos de arrastre.–Ya estás tocando el siguiente nivel de la base de la sociedad, esdecir quién es el propietario de los medios de producción. A lapropia organización del trabajo, es decir; a la división del trabajoy a las relaciones de propiedad, Marx las llamó relaciones deproducción de la sociedad.Entiendo.–Hasta aquí podemos concluir y decir que es el modo deproducción de una sociedad el que decide las condicionespolíticas e ideológicas que hay en esa socie-dad. No es unacasualidad que hoy en día pensemos de un modo algo distinto, yque tengamos una moral distinta a la que existía en una antiguasociedad feudal.–Entonces Marx no creía en un derecho natural vi-gente en todoslos tiempos.–No, la cuestión de lo que es moralmente correcto es, segúnMarx, un producto de la base de la sociedad. No es, por ejemplo,una casualidad el que en las viejas socie-dades campesinasfueran los padres los que decidieran con quién se iban a casarsus hijos, ya que entraba en juego la cuestión de quién iba aheredar la granja. En una ciudad moderna las relaciones socialesson distintas. Aquí te pue-des encontrar con tu futuro esposo oesposa en una fiesta o en una discoteca, y si uno estásuficientemente enamo-rado, encontrará, de alguna manera, unsitio donde vivir.–Yo nunca hubiera consentido que mis padres deci-dieran con quién tengo que casarme.–No, porque tú también eres hija de tu época. Marx señalóademás que, por regia general, es la clase domi-nante de unasociedad la que decide lo que es bueno y lo que es malo. Porquetoda la Historia es una historia de lu-chas de clases. Es decir, quela Historia trata, sobre todo, de quién va a ser propietario de losmedios de producción.–¿No contribuyen también los pensamientos e ideas de la gente acambiar la Historia?–Sí y no. Marx era consciente de que las relaciones de lasupraestructura de la sociedad pueden actuar sobre la base de lasociedad, pero rechazó la idea de que la supra-estructura de lasociedad tuviera una historia indepen-diente. Lo que haimpulsado a la Historia a evolucionar desde las sociedades deesclavos de la Antigüedad, hasta las sociedades industriales denuestra época, han sido so-bre todo los cambios que han tenidolugar en la base de la sociedad.–Sí, eso ya lo has dicho.–En todas las fases de la Historia ha habido, según Marx, unantagonismo entre las dos clases sociales domi-nantes. En lasociedad de esclavitud de la Antigüedad, el antagonismo estabaentre el ciudadano libre y el esclavo; en la sociedad feudal de laEdad Media entre el señor feu-dal y el siervo; y más adelanteentre el noble y el burgués. Pero en la época del propio Marx, enlo que él llama una sociedad burguesa o capitalista, losantagonismos están ante todo entre el capitalista y el obrero oproletario. Exis-te, pues, un antagonismo entre los que poseen ylos que no poseen los medios de producción. Y como la «clasesupe-rior» no quiere ceder su predominio, un cambio sólo pue-detener lugar mediante una revolución.–¿Qué sucede con la sociedad comunista?–A Marx le interesaba especialmente la transición de unasociedad capitalista a una sociedad comunista. También realizaun análisis detallado del modo de produc-ción capitalista, Peroantes de centrarnos en este tema, te-nemos que decir algo sobrela visión que tenía Marx del trabajo de las personas.–¡Venga!–Antes de convertirse en comunista, el joven Marx estuvointeresado en saber qué le ocurre al ser humano cuando trabaja.También Hegel había analizado este tema. Hegel pensaba quehay una relación recíproca o dialéctica entre el ser humano y lanaturaleza. Cuando el hombre tra-baja la naturaleza, al mismo hombre también se le trabaja. O dicho de un modo un pocodiferente: cuando el hombre trabaja, interviene en la naturaleza ydeja en ella su huella. Pero en este proceso labora también lanaturaleza inter-viene en el hombre y deja huella en suconciencia.–Dime qué clase de trabajo realizas y te diré quién eres.–Ésta es, muy resumida, la tesis de Marx. El cómo trabajamosmarca nuestra conciencia, pero nuestra con-ciencia tambiénmarca nuestro modo de trabajar. Se puede decir que hay unarelación recíproca entre la «mano» y el «espíritu». Así, laconciencia del hombre está en estrecha relación con su trabajo.–Entonces tiene que resultar bastante terrible estar en el paro.–Sí, porque el que no tiene trabajo está de alguna manera vacío.Hegel ya había pensado en esto. Tanto para Hegel como paraMarx, el trabajo es algo positivo, es algo íntimamenterelacionado con el hecho de ser persona.–Entonces también debe ser algo positivo ser obrero.–Sí, en un principio si. Pero precisamente en este punto Marxlanza su terrible crítica sobre la forma capita-lista de producción.–¡Cuéntame!–En el sistema capitalista el obrero trabaja para otro. Así eltrabajo se convierte en algo fuera de él. El obrero es un extraño asu propio trabajo y por tanto también se con-vierte en un extrañoa si mismo. Pierde su propia realidad humana. Marx dice con unaexpresión hegeliana que el obrero se siente alienado.–Yo tengo una tía que lleva veinte años en una fá-bricaempaquetando bombones, de modo que no me cues-ta nadaentender lo que dices. Dice que odia tener que ir al trabajo todaslas mañanas.–Pero si odia su trabajo, Sofía, entonces, en cierta manera,también debe de odiarse a sí misma.–Desde luego, odia los bombones.–En la sociedad capitalista el trabajo está organiza-do de maneraque el obrero está realizando, en realidad, un trabajo de esclavopara otra clase social. Así, el obrero transfiere su propia fuerzalaboral, y con ello toda su exis-tencia humana, a la burguesía.–¿Tan terrible es?–Estamos hablando de Marx. Tenemos que tener pre-sentes lascondiciones sociales existentes a mediados del si-glo pasado. Yla respuesta es un sonoro «sí». El obrero tenía fácilmente unajornada laboral de doce horas, en unas frías naves deproducción. La paga era a menudo tan escasa que también tenían que trabajar los niños y las mujeres que aca-baban de dar a luz.Todo esto llevó a condiciones sociales indescriptibles. Enalgunos lugares, parte del salario se pa-gaba en forma deaguardiente barato, y muchas mujeres se veían obligadas aprostituirse. Los clientes eran los «señores de la ciudad». Enpocas palabras: precisamente mediante lo que sería la marca denobleza del hombre, es decir, el tra-bajo, al obrero se le convertíaen un animal.–Es indignante.–Para Marx también lo era. Al mismo tiempo, los hi-jos de laburguesía podían tocar el violín en grandes y cáli-dos salonestras un baño refrescante, o sentarse al piano antes de unaespléndida cena de cuatro platos. Bueno, el Violín y el pianotambién podían tocarse por la tarde tras un estupendo paseo acaballo.¡Qué injusto!–Así opinó Marx también. En 1848 publicó, junto con Engels, unmanifiesto. La primera frase de ese mani-fiesto dice así: «Unfantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo»–Me entra hasta miedo.–A la burguesía también. Porque todo el proletariado habíaempezado a levantarse. ¿Quieres saber cómo acaba estemanifiesto?–Con mucho gusto.–«Los comunistas desprecian mantener en secreto sus propiasopiniones e intenciones. Declaran abierta-mente que su metasólo podrá alcanzarse cuando el régi-men social hasta ahoravigente sea derribado por la fuerza. Que las clases dominantestiemblen a la vista de una revo-lución comunista. El proletariadono tiene nada que perder excepto sus cadenas. Tiene un mundopor ganar «¡Proleta-rios del mundo entero, unios!»–Si las condiciones eran tan malas como dices, creo que yo habríafirmado ese manifiesto. Hoy en día son dife-rentes lascondiciones, ¿no?–En Noruega sí, pero no en todas partes. Sigue ha-biendo genteque vive en condiciones infrahumanas, al mismo tiempo que seproducen mercancías que hacen cada vez más ricos a loscapitalistas. Esto es lo que Marx llama explotación.–Entiendo.–El capitalista puede luego invertir parte de las ga-nancias ennuevo capital, por ejemplo, en la moderniza-ción de lasinstalaciones de producción. Lo hace con la es-peranza de poder producir la mercancía aún más barata y, por consiguiente,aumentar las ganancias en el futuro.–Es lógico.Sí, puede parecer lógico, pero tanto en este punto como en otros,a la larga no sucederá lo que se imagina el capitalista.–¿Qué quieres decir?–Marx opinaba que había varias contradicciones en la manera deproducción capitalista. El capitalismo es un sistema económicoautodestructivo, porque carece de una dirección racional.–Eso es, en cierta manera, bueno para los oprimidos.–Si, es inherente al sistema capitalista el caminar hacía su propiaperdición. De esa manera el capitalismo es «progresivo», o está«dirigido hacia el futuro», porque es una fase en el camino haciael comunismo.–¿Puedes poner un ejemplo sobre lo de que el capi-talismo esautodestructivo?–Acabamos de mencionar al capitalista al que le so-bra un buenmontón de dinero y que usa parte de ese supe-rávit paramodernizar la empresa; pero algo se gastará tam-bién en clasesde violín, además de hacer frente a los caros hábitos que sumujer ha ido adquiriendo.–¿Ah, si?Compra maquinaria nueva y no necesita ya tantos empleados.Esto lo hace con el fin de aumentar su capaci-dad decompetitividad.–Entiendo.–Pero él no es el único que piensa así, lo que significa que todo elsector de producción se hace más eficaz. Las fábricas se hacencada vez más grandes, y se van con-centrando en menos manoscada vez. ¿Entonces qué ocu-rre, Sofía?–Pues...–Entonces se necesitará cada vez menos mano de obra, y habrámás y más parados. Consecuenteniente, crecerán los problemassociales y esas crisis constituyen un aviso de que el capitalismose está acercando a su fin. Pero también hay otros rasgos deautodestrucción del capita-lismo. Cuando hay que sacar cada vezmás ganancias al sistema de producción sin que se cree unexcedente sufi-cientemente grande como para seguirproduciendo a pre-cios competitivos...–¿Sí?–¿Entonces qué hace el capitalista? ¿Me lo puedes decir?–No, no lo sé.–Imagínate que eres la dueña de una fábrica. Tienes problemaseconómicos. Estás a punto de arruinarte. Y yo te pregunto: ¿quépuedes hacer para ahorrar dinero?–¿Bajar los sueldos, tal vez?–¡Muy lista! Pues sí, es lo más inteligente que pue-des hacer. Perosi todos los capitalistas son igual de listos que tú, y lo son, dichosea de paso, los obreros serán tan pobres que ya no podráncomprar nada. Decimos que baja el poder adquisitivo. Y ahoranos encontramos dentro de un círculo vicioso. «A la propiedadprivada capitalista le ha llegado su hora», dice Marx. Pronto nosencontraremos en una situación revolucionaria.–Entiendo.–Para resumir, acaba con que se levantan los proleta-riosasumiendo la propiedad de los medios de producción.–¿Y entonces qué pasa?–Durante un cierto período tendremos una nueva «sociedad declases» en la que los proletarios mantendrán sometida por lafuerza a la burguesía. A esta etapa Marx la llamó dictadura delproletariado. Pero tras un período de transición, la dictadura delproletariado será sustituida por una «sociedad sin clases», ocomunismo. En esta sociedad los medios de producción seránpropiedad de «todos», es decir del propio pueblo. En unasociedad así cada uno «rendirá según su capacidad y recibirásegún su necesi-dad». Además ahora el trabajo pertenecerá alpropio pue-blo y cesará la «alienación» capitalista.–Todo esto suena maravillosamente bien, ¿pero có-mo fue luego?¿Llegó la revolución?–Sí y no. Hoy los economistas pueden afirmar que Marx seequivocó en varios puntos importantes, por ejem-plo en suanálisis de las crisis del capitalismo. Marx tam-poco tuvosuficientemente en cuenta la explotación de la naturaleza, quehoy en día vivimos cada vez con más gra-vedad. Pero... y hay unpero muy grande...¿Sí?–El marxismo condujo de todos modos a grandes cambios. Nocabe duda de que el socialismo ha logrado combatir, en granmedida, una sociedad inhumana. Al me-nos, en Europa, vivimosen una sociedad más justa y más solidaria que en los tiempos deMarx. Y esto se debe en gran parte al propio Marx y a todo elmovimiento socia-lista.–¿Qué pasó?–Después de Marx el movimiento socialista se divi-dió en dos tendencias principales. Por un lado surgió la so-cialdemocracia ypor otro el leninismo. La socialdemocra-cia, que había abogadopor una aproximación pacífica al socialismo, fue el caminoelegido por la Europa Occiden-tal. Este proceso lo podríamosllamar «revolución lenta». El leninismo, que conservó la fe deMarx en que sólo la revo-lución podía combatir la vieja sociedadde clases, tuvo una gran importancia en Europa Oriental, Asia yÁfrica. Pero los dos movimientos, cada uno desde su lado, hancomba-tido la miseria y la represión.¿Pero no se creó una nueva forma de represión? Por ejemplo enla Unión Soviética y la Europa del Este.–Sin duda, y aquí vemos de nuevo que todo lo que tocan los sereshumanos se convierte en una mezcla de bueno y malo. Por otraparte sería muy injusto echar la culpa a Marx de las condicionesnegativas en los llamados países comunistas, cincuenta o inclusocien años después de su muerte. Pero tal vez Marx no pensó quetambién eran humanos aquellos que luego iban a administrar elcomu-nismo. No habrá nunca ningún"país de la suerte», supongo.Los hombres siempre crearán nuevos problemas contralos que luchar.–Seguro.–Y con esto terminamos el capitulo sobre Marx, Sofía.–¡Espérate un momento! ¿No dijiste algo de que la justicia sólo secumple entre iguales?–No, lo dijo Scrooge.–¿Cómo puedes saber que lo dijo?–Bueno, porque tú y yo somos obra del mismo au-tor. En esesentido estamos mucho más relacionados el uno con el otro de loque pueda parecer a primera vista.–¡Maldito irónico!–Doble, Sofía, es una ironía doble.–Pero volvamos a lo de la justicia. Dijiste que Marx opinaba quela sociedad capitalista era injusta. ¿Cómo de-finirías unasociedad justa?–Un filósofo moralista inspirado por el marxismo, John Rawls,intentó decir algo al respecto con el siguien-te ejemplo:imagínate que eres miembro de un consejo muy serio que va aelaborar todas las leyes de una futura sociedad.–Me encantaría estar en ese consejo.–Tendrían que evaluar absolutamente todo, pues nada más haberllegado al acuerdo y haber firmado las le-yes se morirían.¡Qué dices!–Pero después volverían a despertarse inmediatamente en esasociedad para la que elaboraron las leyes. El punto clave es queno tendrían la más leve idea sobre qué lugar ocuparían en lasociedad.–Entiendo.–Una sociedad de ese tipo sería una sociedad justa. Porquehabría surgido entre «hombres iguales».–Y mujeres.–Es una condición evidente. No se sabría si se iba a despertarcomo hombre o como mujer. Como habría el cincuenta por cientode probabilidad, esto significa que la sociedad sería igual debuena para las mujeres que para los hombres.–Suena fascinante.–Dime, ¿fue Europa una sociedad así en la época de Marx?¡No!–Entonces a lo mejor puedes señalar una sociedad de ese tipohoy en día.–Bueno, no se...–Piénsalo un poco. Por ahora no habrá más sobre Marx.–¿Qué has dicho?–¡Final del capítulo!