Parte sin título 33

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La fiesta en el jardín... una corneja blanca...Hilde estaba como petrificada en la cama. Notaba los brazosrígidos. y las manos, con las que tenía sujeta la carpeta letemblaban.Eran casi las once. Había estado leyendo durante más de dos horas.Alguna que otra vez, había levantado la vista de la carpeta riéndosea carcajadas pero también pasaba hojas gimoteando. Menos malque no había nadie en casa¡Todo lo que había leído en dos horas! Empezó con que Sofía teníaque despertar la atención del mayor cuando regresaba a casadespués de haber estado en la Cabaña del Mayor. Al final se habíasubido a un árbol, y entonces llegó Morten, el ganso que venía delLíbano, como un ángel liberador.Hilde se acordaba siempre de que su padre le había leído cuandoera pequeña El maravilloso viaje de Nils Holgersson. Durantemuchos años, ella y su padre habían tenido un idioma secretorelacionado con aquel libro. Y ahora su padre volvía a sacar arelucir al viejo ganso.Luego Sofía estuvo sola, por primera vez, en un café. A Hilde lellamó especialmente la atención lo que Alberto contó sobre Sartrey el existencialismo. Casi había conseguido convertirla, perotambién era verdad que había estado a punto de convertirla enmuchas otras ocasiones durante la lectura.Hacia un año Hilde había comprado un libro sobre astrología. Enotra ocasión había llevado a casa unas cartas de ta-rot. Y otra vezse había presentado con un pequeño libro sobre espiritismo. Todaslas veces, su padre le había echado un pe-queño sermón, utilizandopalabras como «sentido crítico» y «superstición», pero hasta ahora no se había vengado. Y lo ha-bía preparado bien. Estaba claro quesu hija no iba a hacerse mayor sin haber sido seriamente advertidacontra esas cosas. Para estar totalmente seguro, la había saludadocon la mano a través de un televisor en una tienda deelectrodomésticos. Se podría haber ahorrado eso último...Lo que más le intrigaba era la chica del pelo negro.Sofía... ¿quién eres, Sofía? ¿De dónde vienes? ¿Por qué te hascruzado en mi camino?Al final Sofía había recibido un libro sobre ella misma. ¿Sería elmismo libro que Hilde tenía en las manos en ese mo-mento, y queno era más que una carpeta? Pero, de todos mo-dos, ¿cómo eraposible encontrarse con un libro sobre una misma en un libro sobreuna misma? ¿Qué ocurriría si Sofía empezaba a leer ese libro?¿Qué iba a ocurrir ahora? ¿Qué podía ocurrir ahora?Hilde notó con los dedos que quedaban ya muy pocas hojas.Al volver a casa, Sofía se encontró con su madre en el autobús.¡Qué mala suerte! ¿Qué diría cuando viera el li-bro que llevaba enla mano?Sofía intentó meterlo en la bolsa con los confetis y los globosque había comprado para la fiesta, pero no le dio tiempo.-¡Hola, Sofía! ¡Qué casualidad que hayamos cogido el mismoautobús! ¡Qué bien!-Hola...-¿Has comprado un libro?-No exactamente.-El mundo de Sofía, qué curioso.Sofía se dio cuenta de que ni siquiera tenía una míni-maposibilidad de mentir.-Me lo ha regalado Alberto.-Ya me lo figuro. Bueno, como ya he dicho antes, tengo muchasganas de conocer a ese hombre. ¿Me dejas ver?:-Mamá, ¿no puedes esperar por lo menos hasta que lleguemos acasa? Es mi libro.-Sí, sí, es tu libro. Sólo quiero mirar la primera pá-gina. Pero...«Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto».-¿Lo pone de verdad?-Sí, Sofía, lo pone. Está escrito por alguien que se llama Albert Knag. Es desconocido. ¿Cómo se llama ese Al-berto tuyo?-Knox.-Tal vez ese extraño hombre haya escrito un libro entero sobreti, Sofía. Puede que haya usado lo que se lla-ma un pseudónimo.-No es él, mamá. Déjalo, de todos modos no vas a entender nada.-Bueno, si tú lo dices. Mañana será por fin la fiesta. Ya veráscomo todo se arregla.-Alberto Knag vive en otra realidad. Este libro es una cornejablanca.-Por favor, déjalo ya. ¿No era un conejo blanco?-¡Basta!La conversación entre madre e hija no dio más de si, antes deque tuvieran que bajarse en Camino del Trébol. Allí seencontraron con una manifestación.-¡Qué fastidio! -exclamó Helene Amundsen. Creía que por lomenos en este barrio nos libraríamos del parlamento callejero».No había más que diez o doce personas. En las pan-cartas ponía:«PRONTO LLECARÁ EL MAYOR», «SÍ A LA RICA COMIDA EN SANJUAN» y .Conforme iban llegando los invitados, la madre de Sofía lesservia sidra en copas altas de vino blanco.-Bienvenido... ¿Cómo se llama este joven?... A ti no te conozco...Cuánto me alegro de verte, Cecilie.Cuando todos los jóvenes habían llegado y estaban bajo losárboles frutales con sus copas, el Mercedes blanco de los padres de Jorunn aparcó delante de la casa. El asesor fiscal vestía uncorrecto traje gris de irreprochable corte. La señora llevaba untraje pantalón rojo con lentejuelas de color rojo oscuro. Sofíahabría jurado que la señora había entrado en una tienda dejuguetes a comprar una muñeca Barbie que llevara ese trajepantalón. Luego le había dado la muñeca a un sastre,encargándole que le hiciera uno idéntico. También podría ser queel asesor fiscal hubiese comprado la muñeca y que se la hubieseentregado a un mago para que la convirtiera en una mujer decarne y hueso. Pero esta posibilidad era tan improbable que Sofíala rechazó.Bajaron del Mercedes y, al entrar en el jardín, los jó-venes sequedaron mudos de asombro. El asesor fiscal en persona, departe de toda la familia Ingebrigtsen, entregó a Sofía un paquetelargo y estrecho. Sofía intentó no perder los estribos cuandoresultó ser una... si eso... una muñeca Barbie.-¿Estáis tontos o qué? ¡Sofía ya no juega con muñecas!La señora Ingebrigtsen acudió en seguida, haciendo tintinear laslentejuelas.-Es para que la tenga de adorno, claro está.-Bueno, muchas gracias -dijo Sofía intentando sua-vizar lasituación.La gente empezaba a circular alrededor de la mesa.-Entonces ya sólo falta Alberto -dijo la madre de Sofía en un tonoligeramente excitado, intentando ocultar su preocupación. Yaentre los demás invitados había co-rrido el rumor sobre eseinvitado tan especial.-Ha prometido venir, y vendrá.-Entonces no nos podemos sentar antes de que ven-ga, ¿no?-Si, sentémonos.Helene Amundsen se puso a colocar a los invitados alrededor dela larga mesa, cuidando de que quedara una silla libre entre ellay Sofía. Hizo algún comentario sobre lo que iban a comer, sobreel tiempo, y sobre el hecho de que Sofía era ya una mujer adulta.Llevaban ya media hora en la mesa cuando un hom-bre demediana edad, con perilla y boina, llegó andando por el Caminodel Trébol. Traía un gran ramo con quince rosas rojas.-¡Alberto!Sofía se levantó de la mesa y fue a recibirle. Le dio un fuerteabrazo y cogió el ramo. Él contestó a la bienvenida hurgando enlos bolsillos de su chaqueta, de donde sacó un par de grandespetardos a los que prendió fuego y lanzó al aire. Luego se colocó en el sitio libre entre Sofía y su madre.-¡Felicidades de todo corazón! -dijo.El grupo estaba atónito. La señora Ingebrigtsen lanzó unaelocuente mirada a su marido. La madre de Sofía, por elcontrario, experimentó tal alivio al ver que el hombre habíavenido, que podría perdonarle cualquier cosa. La homenajeadatuvo que reprimir la risa que le estaba ha-ciendo cosquillas en latripa.Helene Amundsen pidió la palabra y dijo:-Doy la bienvenida también a Alberto Knox a esta fiestafilosófica. Él no es mi nuevo amante; aunque mi ma-rido estésiempre viajando no tengo ningún amante. Este extraño señor esel nuevo profesor de filosofía de Sofía. Además de saber lanzarpetardos, sabe muchas más cosas. Este hombre es capaz desacar un conejo vivo de un som-brero negro de copa. ¿O era unacorneja, Sofía?-Gracias, muchas gracias -dijo Alberto, y se sentó.-¡Salud! -dijo Sofía, y todos levantaron sus copas con coca-cola.Estuvieron sentados comiendo durante mucho tiem-po. Depronto Jorunn se levantó de la mesa, se acercó con paso decididoa Jorgen y le dio un sonoro beso en la boca, a lo que él respondióintentando tumbarla sobre la mesa para poder agarrarla mejor ydevolverle el beso.-Creo que voy a desmayarme -exclamó la señora Ingebrigtsen.-En la mesa no, hijos míos -fue el único comenta-rio de la señoraAmundsen.-¿Por qué no? -preguntó Alberto volviéndose hacia ella.-¡Qué pregunta tan extraña!Para un auténtico filósofo nunca está de más pre-guntar.Y entonces, algunos de los chicos que no habían reci-bido ningúnbeso empezaron a tirar huesos de pollo al te-jado. Esto tambiénprovocó un comentario de la madre de Sofía:-No hagáis eso, por favor. Resulta muy molesto te-ner huesos depollo en los canalones.Pedimos disculpas dijo uno de los chicos. Y co-menzaron a tirarlos huesos de pollo al otro lado de la verja.-Creo que ha llegado la hora de recoger los platos y sacar elpostre -dijo finalmente la señora Amundsen¿Cuántos quieren café?Los señores Ingebrigtsen, Alberto y otros dos invita-doslevantaron la mano.-Sofía y Jorunn, ¿queréis ayudarme?En el camino hacia la cocina, las dos amigas pudie-ron charlar unpoco.-¿Por qué le besaste?-Estaba mirando su boca, y de repente me entraron muchasganas de besarle. No pude resistirme.-¿A qué te supo?-Un poco distinto de lo que me había imaginado, pero...¿Era la primera vez?-Pero no será la última.En seguida estuvieron sobre la mesa el café y las tar-tas. Albertohabía empezado a repartir petardos entre los chicos, pero lamadre de Sofía pidió la palabra otra vez.-No haré un gran discurso -dijo-. Pero sólo tengo una hija, y hapasado exactamente una semana y un día desde que cumplióquince años. Como podéis ver, no he-mos escatimado en nada. Enel pastel hay veinticuatro ani-llas, así que por lo menos hay unaanilla para cada uno. Los que se sirvan primero, pueden cogerdos anillas, por-que empezamos desde arriba, y las anillas sehacen cada vez más grandes. Lo mismo pasa con nuestras vidas.Cuan-do Sofía era pequeña, daba pasitos en redondo en círculospequeños y modestos. Pero con los años, los círculos han idoensanchándose cada vez más. Ahora van desde casa hasta elcasco viejo y luego vuelven otra vez a casa. Y co-mo ademástiene un padre que viaja mucho, ella llama por teléfono a todo elmundo. ¡Felicidades, Sofía!-¡Qué delicia! -exclamó la señora Ingebrigtsen.Sofía no sabía si se refería a la madre, al discurso en si, al pastelde anillas o a la propia Sofía.El grupo aplaudía, y un chico lanzó un petardo a un peral. Jorunnse levantó de la mesa e intentó levantar a Jorgen de su silla. Él sedejó llevar, se tumbaron en la hierba y siguieron besándose. Alcabo de un rato, rodaron por el suelo bajo unos groselleros.-Hoy en día son las chicas las que llevan la inicia-tiva -dijo elasesor fiscal.Dicho esto, se levantó de la mesa y se fue hacia los groselleros,donde se quedó para estudiar el fenómeno de cerca.Todos los invitados siguieron su ejemplo. Sólo Sofía y Alberto sequedaron sentados en sus sitios. Pronto los invitados estabanformando un semicírculo alrededor de Jorunn y Jorgen, que yahabían abandonado los inocen-tes besos, para pasar a una formamás descarada de cari-cias.-No hay manera de pararlos -dijo la señora Inge-brigtsen, no sin cierto orgullo.-Cierto -dijo su marido-. Las generaciones siguen a lasgeneraciones.Miró a su alrededor para ver si sus acertadas palabras habíansido bien recibidas. Como sólo se encontró con ca-bezas mudas,añadió:-¡Qué remedio!Desde lejos, Sofía vio que Jorgen intentaba desabro-char la blusade Jorunn, que ya estaba bastante manchada de hierba. Ellaestaba manoseando el cinturón de él.-A ver si os vais a acatarrar -dijo la señora Inge-brigtsen.Sofía miró abatida a Alberto.-Esto avanza más deprisa de lo que yo había pen-sado -dijo él-.Tenemos que marcharnos de aquí; pero antes, quiero deciralgunas palabras.Sofía comenzó a dar palmas.-¿Queréis volver a sentaros? Alberto va a decir algo.Todos, menos Jorunn y Jorgen, se acercaron a la mesa y sesentaron.-¿Nos va a hablar? -dijo Helene Amundsen-. ¡Qué amable!-Gracias a usted.-Y luego le encanta pasear, ¿verdad que si? Dicen que es muyimportante mantenerse en forma. Resulta muy simpático, en miopinión, llevarse al perro de paseo. Se llama Hermes, ¿no?Alberto se levantó y pidió la palabra.-Querida Sofía -dijo-, creo recordar que ésta es una fiestafilosófica y, por lo tanto, voy a dar un discurso fi-losófico.Y fue interrumpido por un aplauso.-En esta desenfrenada fiesta no vendría mal un poco de razón.Pero no nos olvidemos de felicitar a la anfitriona, que hacumplido quince años.Aún no había acabado la frase, cuando se oyó el ruido de unavión que se estaba acercando. Pronto se en-contraba volandomuy bajo sobre el jardín. El avión lle-vaba una especie debandera muy larga en la que ponía:¡Felicidades en tu decimoquinto cumpleaños! Más aplausos y másfuertes.-Ya veis -exclamó la señora Amundsen-. Este hombre sabe otrascosas aparte de lanzar petardos.-Gracias, no ha sido nada. Durante las últimas sema-nas, Sofía yyo hemos realizado una investigación filosófica de granenvergadura. Deseo aquí y ahora exponer los resul-tados a los que hemos llegado. Vamos a desvelar los secre-tos más íntimosde la existencia.De pronto se hizo tal silencio que se oía el canto de los pájaros.También se oían sonoros besos que venían de los groselleros.-¡Continúa! -dijo Sofía!-Tras profundas indagaciones, que han abarcado desde losprimeros filósofos griegos hasta hoy, nos hemos encontrado conque vivimos nuestras vidas en la concien-cia de un mayor. Esteseñor presta en la actualidad sus ser-vicios como observador delas Naciones Unidas en el Líbano, pero también ha escrito unlibro a su hija, que vive en Lillesand. Ella se llama Hilde MøllerKnag y cumplió quince años el mismo día que Sofía. El libro, quetrata so-bre todos nosotros, estaba encima de su mesilla cuandoella se despertó temprano en la mañana del día 15 de ju-nio. Enrealidad se trata de una carpeta de anillas. Y justo en estemomento está notando que las últimas hojas le ha-cen cosquillasen los dedos.Una especie de nerviosismo había comenzado a ex-tendersealrededor de la mesa.-Nuestra existencia no es ni más ni menos que una especie deentretenimiento para el cumpleaños de Hilde Møller Knag.Porque todos hemos sido creados por la ima-ginación del mayor,sirviéndole como una especie de fondo para la enseñanzafilosófica que ha recibido su hija. Esto quiere decir, por ejemplo,que el Mercedes blanco que hay en la puerta no vale un céntimo.No es nada. No vale más que todos esos Mercedes blancos queruedan y ruedan por la cabeza de un pobre mayor de lasNaciones Unidas, que en este momento acaba de sentarse a lasom-bra de una palmera, con el fin de evitar una insolación. Hacemucho calor en el Líbano, amigos míos.-¡Tonterías -exclamó el asesor fiscal-. No son más que disparates.-La palabra es libre, desde luego -dijo Alberto, que seguíaimperturbable-. Pero la verdad es que lo que es un disparate esesta fiesta, y la única pequeña dosis de razón en todo esto es midiscurso.Entonces el asesor fiscal se levantó y dijo:-Uno intenta llevar adelante sus negocios de la me-jor maneraposible. Y además procura tener cuidado en to-dos los sentidos.Y encima tiene que tolerar que venga un sinvergüenza vago que,con ciertas aseveraciones «filosófi-cas», intenta derribar todo loque has conseguido.Alberto asintió con la cabeza.-Contra este tipo de comprensión filosófica no sirve ningúnseguro. Estamos ante algo peor que las catástrofes naturales,señor asesor fiscal. Como usted sabe, el seguro tampoco cubreese tipo de catástrofes.-Esto no es ninguna catástrofe de la naturaleza.-No, es una catástrofe existencial. Eche usted un vistazo a losgroselleros y comprenderá lo que quiero de-cir. Uno no puedeasegurarse contra el derrumbamiento de su existencia. Tampocopuede asegurarse contra el apagón del sol.-¿Tenemos que tolerar esto? -dijo el padre de Jo-runn mirando asu mujer.Ella dijo que no con la cabeza y lo mismo hizo la ma-dre de Sofía.-Qué pena -dijo. Y aquí era donde no se había escatimado ennada.Sin embargo, los jóvenes tenían las miradas clavadas en Alberto.Pues suele ocurrir que la juventud está más abierta a nuevospensamientos e ideas que la gente que ya ha vivido bastantesaños.-Nos gustaría seguir oyéndote -dijo un chico de pelo rubiorizado y gafas.Gracias, pero en realidad no queda mucho por de-cir. Cuando seha llegado a la certeza de que se es una ima-gen soñada en laconciencia adormecida de otra persona, entonces, en mi opinión,es más sensato callarse. Pero puedo concluir recomendando a losjóvenes un pequeño curso sobre la historia de la filosofía. Asídesarrollaréis una postura crítica ante el mundo en el que vivís.Es muy im-portante adoptar una postura crítica ante los valoresde la generación de los padres. Si en algo me he esforzado, es enenseñarle a Sofía a pensar críticamente. Hegel lo llamó "pensarnegativamente»El asesor fiscal aún no se había vuelto a sentar. Se ha-bíaquedado de pie dando pequeños golpes en la mesa con lasyemas de los dedos.-Este agitador intenta destruir todas esas posturas sanas ante laescuela y la Iglesia que intentamos inculcar en las nuevasgeneraciones, pues ellos son los que tienen la vida por delante, ylos que algún día heredarán nuestras propiedades. Si esteagitador no abandona inmediata-mente la fiesta, llamaré a miabogado. Él sabrá lo que hay que hacer.-Poco importa lo que quiera hacer, pues usted no es más que unaimagen de sombras. Por otra parte, Sofía y yo abandonaremos lafiesta dentro de un instante. Pues el curso de filosofía no ha sido simplemente un proyecto filo-sófico. También ha tenido su ladopráctico. Cuando llegue el momento, desapareceremos por artede magia. De esa manera también queremos salirnos aescondidas de la con-ciencia del mayor.Helene Amundsen agarró a su hija por el brazo.¡No irás a dejarme, Sofía!Sofía abrazó a su madre. Miró a Alberto y dijo:-Mamá se pondrá muy triste...-No, eso es una tontería. No debes olvidar lo que has aprendido.Es precisamente de esa tontería de la que debemos librarnos. Tumadre es una mujer tan agradable y simpática como la cesta deCaperucita Roja, que estaba llena de comida para su abuelita.Pero su tristeza no es ma-yor que la necesidad que tiene eseavión que acaba de pa-sar de coger combustible.-Creo que entiendo lo que quieres decir admitió Sofía. Se volvióhacia su madre. Por eso tengo que de-jarte, mamá. Algún díatendría que hacerlo.-Te echaré de menos dijo la madre-. Pero si hay un cielo porencima de éste, más vale que vueles. Me ocu-paré de Govinda.¿Debo ponerle una o dos hojas de le-chuga al día?Alberto le puso una mano en el hombro.-Ni tú ni nadie más nos echaréis de menos, y la ra-zón essimplemente que no existís. Y entonces tampoco te-néis ningúnmecanismo con el que echarnos de menos.-¡Ésta es la ofensa más grave que pueda imaginarse!-exclamó la señora Ingebrigtsen.El asesor fiscal le dio la razón.-De cualquier forma, le cogeremos por injurias. A lo mejor escomunista. Quiere quitarnos todo aquello que apreciamos. Es uncanalla. Un malvado grosero...Tras esto, Alberto y el asesor fiscal se sentaron. Este últimoestaba rojo de ira. Jorunn y Jorgen vinieron a sen-tarse a la mesa.Sus ropas estaban sucias y arrugadas. El pelo rubio de Jorunnestaba lleno de barro y tierra.-Mamá, estoy embarazada -dijo.-Bueno, pero espera a que lleguemos a casa.En seguida recibió el apoyo de su marido.-Tendrá que aguantarse. Y si el bautismo es esta no-che, tendráque arreglárselas ella sola.Alberto lanzó una seria mirada a Sofía.-Ha llegado la hora.-¿Por qué no nos haces un poco de café antes de ir-te? -dijo la madre.-Sí, mamá, lo haré.Sofía se llevó el termo a la cocina y se puso a hacer más café.Mientras esperaba a que se hiciera el café, dio de comer a lospájaros y a los peces. También entró en el baño para dar unahoja de lechuga a Govinda. Al gato no lo vio, pero abrió una latagrande de comida para gatos y la echó en un plato hondo quepuso delante de la puerta. Notó que tenía los ojos humedecidos.Cuando volvió al jardín, se dio cuenta de que la fiesta parecía yamás una fiesta infantil que la de alguien que acabara de cumplirquince años. Había botellas volcadas, habían untado por toda lamesa un trozo de tarta de choco-late, la fuente de los bollosestaba tirada en el suelo. En el momento de salir Sofía, un chicoestaba poniendo un pe-tardo en la tarta de nata. Estalló y toda lanata se esparció entre la mesa y los invitados. El másperjudicado fue el traje pantalón de la señora Ingebrigtsen.Lo curioso fue que tanto ella, como todos los demás, lo tomaroncon la mayor naturalidad del mundo. Jorunn cogió un gran trozode tarta de chocolate y le untó la cara a Jorgen. Después, empezóa lamerle.La madre de Sofía y Alberto se habían sentado en el balancín, unpoco alejados de los demás. Llamaron a Sofía.-Por fin habéis podido hablar a solas -dijo Sofía.-Y tú tenías toda la razón -dijo la madre, entusias-mada-. Albertoes una persona muy generosa. Te dejo en sus fuertes brazos.Sofía se sentó entre ellos.Dos de los chicos habían logrado llegar al tejado. Una chica sededicaba a pinchar todos los globos con una horquilla. Tambiénllegó en moto un huésped no invitado. Traía vino y aguardiente.Fue recibido por algunos que se prestaron gustosamente aayudarle a descargar.El asesor fiscal se levantó de la mesa. Dio unas pal-madas y dijo:¿Vamos a jugar, niños?Se aseguró una de las botellas de cerveza, la vació y la colocó enmedio de la hierba. Luego volvió a la mesa y co-gió las últimascinco anillas del pastel. Mostró a los invitados cómo había quetirar las anillas por encima de la botella.¡Qué pueril! -dijo Alberto. Tenemos que esca-parnos antes de queel mayor ponga el punto final y Hilde cierre la carpeta.-Entonces vas a tener que recoger todo tú sola, mamá.-No importa, hijita. Esto no es vida para ti. Si Alber-to te puedeproporcionar una existencia mejor, nadie se alegrará más que yo. ¿Dijiste que tenía un caballo blanco?Sofía miró al jardín. Estaba irreconocible. Botellas y huesos depollo, bollos y globos estaban pisoteados en la hierba.-Esto fue mi pequeño paraíso -dijo.-Y ahora serás expulsada del paraíso -contestó Alberto.Uno de los chicos se había sentado dentro del Merce-des blanco.Arrancó y se precipitó por la puerta cerrada del jardín, entró enel camino de gravilla y bajó al jardín.Sofía notó que alguien la agarraba fuertemente por el brazo. Algola llevó hacia el Callejón. Oyó la voz de Alber-to que decía:-¡Ahora!Al mismo tiempo, el Mercedes blanco destrozó un manzano. Lasmanzanas verdes rodaron por el capó.-¡Esto es demasiado! -gritó el asesor fiscal. Exijo una sustanciosaindemnización.Recibió el apoyo incondicional de su encantadora mujer.La culpa la tiene ese grosero. ¿Dónde está?Es como si se los hubiera tragado la tierra dijo HeleneAmundsen, y lo dijo no sin cierto orgullo.Se enderezó, se acercó a la mesa manchada y co-menzó a recogeralgo de la fiesta filosófica del jardín.-¿Quiere alguien más café? Ás>


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