00

42 6 2
                                    

Había una vez un niño. No era un niño normal, como todos los demás. Era diferente. Tenía algo que a la gente le asustaba. Sus ojos azules reflejaban poder, y hacía que las personas se apartasen de él cuando se paraba en la tienda de juguetes que solía frecuentar.

Su infancia fue dura, apagada, insensible. Sus padres, de algún modo, tenían miedo, aunque no sabían de qué. Él, con paso de los años, se iba haciendo más inhumano. Hasta que llegó un punto en el que dejó de saber amar.

Estaba acostumbrado a la soledad, a que las personas ajenas le tuviesen respeto, miedo. Y eso fue así, hasta la onceava primavera. Un día cualquiera de abril vio a una niña, en su amada tienda de juguetes; una niña con el pelo tan largo que le recorría la espalda hasta llegar a casi los pies, recogido en una trenza. El niño la saludó, y ella, simplemente, cubrió su horrorizada cara con una máscara de amabilidad, retirándose de inmediato. No era tonto, es más, captaba las cosas con rapidez.

Y decidió que ese mundo tan extraño en el que vivía no estaba hecho para él.

Así que desapareció en los bosques, a simple vista impenetrables. Sus padres, atemorizados de lo que pudiera haber hecho -más que preocupados por él-, denunciaron el caso.

Después de cinco años buscando a ese niño rubio, la policía dio finiquitado al asunto, declarándolo probablemente muerto.

Pero, lo que no sabían, es que él estaba vivo.

Más de lo que la humanidad pudiese desear.


part iiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora