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Sentía como si el hielo le quemase en la cara, y un dolor frío bajaba hasta sus pulmones. Estaba completamente perdida, y no había querido aceptarlo hasta hace unos instantes, cuando salió corriendo después de la corta conversación con aquel chico. Cada paso que daba, cada sitio a donde iba a parar, le parecía siempre el mismo.

Una vez derrotada, cayó al suelo, y observó el cielo, el cual se encontraba despejado. De pequeña solía jugar con su padre a ese juego de adivinar formas que proyectaban las nubes. También le encantaba hacerlo sola. Pero aquel día no podía hacer ninguna de las dos cosas. Sólo había trocitos de lana de oveja -como solía decir su padre-, que parecían haberse perdido de la nube original.

No debía dormirse, ni por asomo. Sin embargo, los ojos le pesaban, y los párpados amenazaban con cerrarse. Para evitar eso, se levantó, e intentó ubicarse. Después de un rato mirando al horizonte -y hacia todas partes, en realidad-, pareció darse un poco de cuenta de dónde estaba.

Ahora, su misión, era volver a la ciudad. Pandora estaría preocupada por ella, y a nadie le gustaban los enfados de esa chica.


Se sorprendió a ella misma pensando en el chico que se había encontrado en el lago. Nadie debería saber de ella, ni de sus condiciones. Si su secreto de destapaba, podría original algo catastrófico. Muy catastrófico.

Suspiró, intentando no pensar en su familia, cosa que no funcionó. Se acordó de su madre, la loca de su madre. Los médicos decían que había perdido la cabeza, y que no se podía hacer nada por ella ya. Sin embargo, eso nunca impidió que se quedase con ella en vez de ser internada. Desde luego, no era ni mucho menos lo que podías esperar de una madre. Por eso la quería tanto. Más que una adulta, actuaba como una niña. Una niña feliz y sonriente, que siempre hacía todo por complacer a los demás. Era su mejor amiga.

Se sintió tonta por haber pensado en ella, ya que ahora las lágrimas amenazaban de salir de sus ojos. Realmente la extrañaba.

Y, lo peor de todo, es que Gloria era la única persona que sabía que su madre no había perdido la cordura. Era la única persona que sabía que no eran humanas. Su madre nunca se lo dijo directamente, pero se fue dando cuenta poco a poco. Primero, su piel. Se volvía pálida, de un blanco casi enfermizo, perfectamente hermoso. Sus ojos se tornaban de un color que recordaba al agua. El pelo crecía y crecía. Sus facciones se volvían más finas. Y, por último, aparecían las marcas en la piel. Tatuajes compuestos de líneas que se dibujaban por sus brazos. No era doloroso, podría decir, incluso, que era relajante.

Había olvidado el miedo que le desembocaban los personajes como Luke. Siempre los veía en sueños, oscuros, peligrosos. Al menos para ella. Pero él le resultaba diferente; lo supo desde aquel día hace tantos años, en la tienda de juguetes. Nunca había visto a alguno de ellos, y, desde luego, una vez visto, no hacía falta volver a verlo. Se sentía como si el miedo emergiese de la nada, y te subiera desde la punta de los pies hasta el final de la cabeza. Pero, ese niño rubio rompió los patrones. Sintió miedo, sí, pero ella vio una luz en sus ojos azules que nunca había visto en ningún sueño. Una luz que gritaba socorro, que quería salir. En un momento dado, sintió la necesitad de ayudarle, aunque se esfumó justo cuando ese niño la saludó.

Vio la misma luz en el chico del lago. Estaba segura de que era la misma persona. Y sintió la misma necesidad de ayudarle.

Pero no sabía todo lo que podía desembocar eso.


Ahí estás. Tan pequeña, delicada, bonita. Estoy muy orgullosa de ti. No quería abandonarte. Lo siento tanto. Nunca me lo perdonaré. Mi cabeza no dejará de reproducir esa escena en la que decidí que irme era lo mejor que podía hacer por tu vida. Y ahora, tengo tantas ganas de volver contigo, podría...

Ella despertó, sobresaltada. No era la primera vez que tenía ese sueño. La tranquila voz de su madre ya le había visitado en varias ocasiones. Siempre terminaba con una mano temblorosa que trataba de agarrarle. No era muy agradable, la verdad. Despertaba justo en ese instante, y tenía miedo de volver a soñar por si el sueño se alargaba, porque no quería saber cómo podría acabar.

Después de todo, ella no era humana, y su vida no era normal. No era extraño que sucediesen cosas fantasiosas en su día a día.

Observó lo que le rodeaba, haciéndole recordar que debería avanzar hacia la ciudad si no quería problemas.

No lo sabía, pero los problemas estaban realmente cerca de ella.


part iiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora