Capítulo 3.

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En clase de lengua, la niña volvía a mirarme, solo que ya no tan seguido.
El profesor comenzó a hablar:
-Empecemos con los textos. El primero será Alberto.
Un chico poco arreglado salió a la pizarra.
-Esto si que tiene que ser una forma de tortura- dijo mientras pasaba por mi lado.
No pude evitar reírme teniendo en cuenta que sus textos no eran los más bonitos del mundo.
Tosió y empezó a leer:
-Me gusta la hierba tanto como a un friolero le gusta el sol en una tarde de invierno, o como a alguien sudado le gusta darse una ducha.
-¿Y ya?- preguntó el profesor, sin creer que eso pudiese ser escrito por alguien de dieciséis años.
-Es más bonito si tienes en cuenta a que hierba me refiero.
Más de la mitad de la clase estalló en carcajadas.
Pasaron los minutos hasta que por fin me tocó a mí. Salí andando a la pizarra y comencé:
-Nos encuentro en una noche oscura, negra, fría y solitaria. Las estrellas no brillan, no parpadean, ya no cumplen más deseos, porque ahora son tan oscuras como el alma de un hombre que ha matado a otros mil. A veces, si hay suerte, una nube tormentosa cae sobre nosotros. Creemos que después de eso todo estará bien, pero no es así. No es tan simple. En cuanto se va, ya no sabes distinguir entre estrellas y cielo, con lo cual no hay brillo en tu alma. Y que pena que todos tengamos esta parte dentro de nosotros, y que nadie nos ayude a librarnos de estas estrellas negras. Qué pena.
Vuelvo a mi pupitre y guardo la hoja en mi bolsillo del pantalón. La niña repelente me mira sonriendo muy fuertemente. Le señalo la boca y le susurro:
-Como sonrías mas, te estallan los brackets.
No se si es que no lo entendió, o si es que de verdad es estúpida, pero no dejo de mirarme.
Sin darme cuenta, el chico de ayer estaba en frente de la pizarra.
-Bien, Carl, léenos lo que tengas.
-Primero darle las gracias por dejar que me una a esta clase.
El profesor le sonrió.
Pero Carl no tenía papel. De todas formas, me miró y, serio, dijo:
-Había una vez una Luna que se sentía solitaria, porque siempre que ella aparecía, casi todo el mundo se iba. El Sol, listo, se dio cuenta de esto y, al no poder estar junto a ella, le regaló el ahora mas preciado tesoro de la Luna: las estrellas, las constelaciones, el brillo. El Sol le dio todo lo que pudo, desde lejos, y así, viendo como la Luna ya no se sentía fría, la dejó escapar. Ahora están distantes, pero dicen que a veces la luna sale antes solo para poder darle las gracias al Sol, y este, en un susurro, se marcha, dando lugar a un atardecer.
Carl se sentó de nuevo en su mesa rápidamente.
Decidí no darle importancia alguna a su texto. Era bonito para no habérselo preparado en ningún momento, sí, pero ya esta.
Al terminar la clase, Alexandra entró y fue a hablar con él. Pude escuchar lo que le decía.
-Oye, celebro una fiesta en mi casa el viernes, y quiero que vengas.- explicó, acercándose demasiado a su boca.
Él se alejó todo lo posible.
-Tal vez vaya.
-Bien.
Alexandra salio y fue con su grupo de amigas.
Yo cogí mi mochila y fui a mi taquilla.
Al cerrarla, Amber vino corriendo hacia mi. Le puse las manos para que no nos chocáramos.
-¡Toma!
Amber me tendió la carta en la mano.
-Hmm, gracias- respondí dubitativa.
-¡Es la de la editorial!
Entonces lo recordé, se me había olvidado por completo. Amber se lanzo a mis brazos.
-Estoy tan orgullosa de ti...
-Gracias Amber.
-Tía, ¿ves a ese chico de ahí?
Dijo, señalando a un chico de pelo rubio medio castaño y que vestía una camiseta negra ancha.
-Sí, lo veo, ¿Qué le pasa?
Me cogió de las manos.
-¡Dicen que se ha colado por ti!
Hice una mueca.
-Ni siquiera sabe mi nombre.
-¡Pero sabe el color de tus ojos!
Me reí. Amber se acercó a mi oído y me susurró:
-También dicen que te va a invitar a la fiesta que celebra Alexandra en su casa.
Puse la cara de asco más significativa de toda mi vida.
-¡Odio a Alexandra!
-¡Pero es una fiesta en una casa enorme!¡Seguro que ni os veis!
-Anda, tonta, déjame ir a clase de mate.
-¡Odias mate!
-¡Pero odio más que hablemos de Alexandra!-dije, mientras me alejaba.
-¡Irás con él o conmigo, a rastras si es necesario!
No le dediqué más palabras, la vería después del instituto y ahí ya podríamos hablar más tranquilamente.
Pasé por el lado del chico rubio, y le miré durante exactamente un segundo y medio, (el tiempo exacto que él tardó en mirarme a mí).

Mirando A La Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora