Capítulo 2

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Irritación. Es lo único que emana del cuerpo de Sebastián. ¿Tan raro es que alguien sea gay? Mientras se dirige a su sala, fulmina con la mirada a cualquiera que ose posar sus ojos en él, como si con eso le fueran a mirar en menos, pero tuvo el efecto contrario, incluso se acercaban a saludarle. Estos son los momentos que más odia de su indeseada popularidad, que ya venía acompañándolo antes del rumor. Al llegar, su amigo lo esperaba en el asiento de siempre, y sólo se limitó a sentarse a su lado. No está de humor para nada más.

-Esto... aquí te mandaron algo - comentó Ian, para estabilizar el ambiente levemente incomodo que se estaba formando, y, acto seguido, pone sobre la mesa algo que se parecía a un celular, sólo que se veía más destrozado y mojado, como si lo hubieran golpeado hasta el cansancio y le hubieran dado una buena remojada en el wc. El teléfono era lo de menos, estaba por comprarse otro mejor, pero el estado del que se encuentra frente suyo lo deja paralizado. Una mujer tan enojada es capaz de todo. Toda la furia que corría por su cuerpo fue aplastada por un miedo que lo dejó helado, incluso sus labios perdieron todo el color, quedando más blancos que las hojas de su croquera.

- Oye... tranquilo, no estás solo en esto- habló por fin Ian, que había pasado desapercibido

-¿Quieres irte a quedar a mi casa? Todo esto me tiene muy estresado

-Sabes que eso no se pregunta-

Desde el jardín infantil han sido inseparables y siempre se quedaban en la casa del otro, al menos una vez por mes.

Al finalizar la última clase, se dispusieron a ir a la casa de Sebastián cuando al salir de la sala se toparon con Alexander, que los estaba esperando.

-Hola... quería preguntarte si podía acompañarles- dijo timidamente a Sebastián quien se golpeó la frente, había olvidado avisarle a su amigo de su nueva compañía

-Ian, él es Alexander, yo le ofrecí juntarse con nosotros... no te molesta, ¿verdad?

Ian se limitó a mirarle de pies a cabeza para luego sólo hacer un gesto de negativa. Él no suele ser muy expresivo con quien no conoce, cosa que muchos se toman a mal, como gestos de pesadez, y hasta ahora, sólo Sebastián se había dado cuenta de que lo hacía por ser reservado. Luego de eso, caminaron a la salida, donde unos tipos con mala fama los miraron de forma despectiva, pero sin hacer nada, por lo que no les prestaron atención. Caminaron hasta unas cuadras hasta una plaza grande, con mucho pasto y árboles distintos. Hace poco habían puesto bancos de madera muy bonitos y unos juegos para hacerla un poco más concurrida, cosa que poco funcionó, ya que la gente no suele salir a los parques. Ian y Sebastián se quedaron sentados en un banco bajo un cerezo florecido. Alexander tuvo que irse, pues sus padres son muy estrictos en la hora de llegada. Al quedarse solos, Sebastian sacó su croquera y comenzó a dibujar a su amigo bajo el cerezo. No le gustaba mucho pintarle, puesto que los colores de sus lapices no conseguía ese tono castaño con reflejos rojos que su amigo tenía en el pelo, o sus ojos miel con un leve matiz verdoso que sólo se ve si te fijas lo suficiente, y una piel blanca, levemente tostada, hacía que hiciera todo juego y lo único que le hacía destacar era su fisico bien cuidado y ser uno de los pocos miembros antiguos del club de karate. Sebastián estaba sumido en sus pensamientos cuando la voz lejana de su acompañante lo sacó de ahí.

-¿Terminaste? Tengo hambre- dijo entre risas al ver que medio asustó a su amigo con sus palabras.

-Sí, terminé ¿te gusta?- medio atolondrado le extendió la croquera

-Me encanta- dijo, ladeando una sonrisa

Ambos estaban sentados frente a frente y el atardecer anaranjado se hacía presente entre ellos, y como quien dice, "entre broma y broma, la verdad se asoma" y así era en el caso de estos dos. Ian, de un salto, se le tiró a hacerle cosquillas y, en un ágil movimiento, lo tuvo sentado en su regazo, con sus rostros a escasos centímetros.

-Me gustas- soltó Ian, como solía hacerlo de vez en cuando, lo decía bajito para que el destinatario del mensaje no lo captara, pero como nunca, Sebastián escuchó esa improvisada declaración. Ambos se miraron unos segundos, que Ian sintió como si fueran horas, hasta que él mismo se puso a reír.

-Debiste haber visto tu cara- entre carcajadas, se burla de su amigo, lo que le ayuda a salir del paso.

-No bromees con eso- le riñe- estoy muy perseguido con todo esto- dice al final, bastante avergonzado.

-No es por nada, pero tengo hambre- el nudo en su garganta se estaba haciendo más difícil de contener, e iba a ser duro de explicar si se largaba a llorar de la nada. Se fueron bromeando, haciendo imitaciones de personajes las pocas cuadras que les faltaban para llegar.

-¿Leche y galletas?- dijo Sebastián, a sabiendas de la respuesta que recibiría a lo que Ian sólo asintió con la cabeza y fue al baño donde se lavó la cara y se permitió derramar algunas lágrimas. Ya van más de 5 años que lleva guardando este secreto y no lo iba a echar perder por una estupidez como esta. Al terminar, fue a la cocina a buscar a la razón de sus preocupaciones, pero en lugar de eso lo encontró en el sofá preparando unas películas y poniendo una. En la mesa de centro no sólo había leche y galletas, sino que había helado de pistacho, salsa de chocolate y una fuente con frutillas.

-¿Y esto?- preguntó, emocionado al ver todo eso.

-Lo tenía reservado para alguna ocasión especial, pero te ví bajoneado y pensé que esto te podía ayudar

Definitivamente, él se lo ponía cada vez más dificil, ¿Cómo no enamorarse de una persona que te conoce tanto y te mima como nadie? Sebastián se acercó mirandole a los ojos como sólo él lo hacía y esta vez con tono de real preocupación

-Si no me quieres contar, estás en todo tu derecho y yo lo respeto, sólo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea, si hay que pelear, pelearemos, y si hay que llorar, mi hombro es todo tuyo, sólo quiero no verte así, parece que te vas a quebrar en cualquier minuto

Dicho esto, Ian se puso a llorar como una magdalena. Todo este tiempo creyendo ocultar bien sus sentimientos, sin saber que a quien se los ocultaba le conocía lo suficiente como para captar mucho más de lo que le gustaría, sin llegar, por suerte, a la parte esncial de su tristeza. Ambos se abrazaron y comieron las cosas que al final no fueron tantas como se veían. Ian tomó la salsa de chocolate que quedó luego de la película y la puso peligrosamente cerca de la cara del pelinegro.

-Ni siquiera lo pienses- dijo imitando a un personaje de la película

-Nunca pienso- dijo siguiendole el diálogo y acto seguido, derrama un poco en su mejilla. Termina limpiándolo con la lengua, recibiendo un golpe de parte del otro. Un poco de chocolate le quedó en la comisura de la boca y se la lamió "para hacerlo más asqueroso" seguido de otro pequeño golpe de su amigo.

-¡Oye! ¡Me estás babeando todo!- dijo, quitándolo de encima sin darle importancia a lo que hizo Ian. Su confianza era tal que sólo les faltaba bañarse juntos. Ambos limpiaron y fueron hasta la habitación de Sebastian, donde éste le prestó ropa cómoda y ambos se cambiaron. Lo bueno es que a veces, Sebastian puede ser muy despistado y no se da cuenta de cómo su querido amigo se lo comía con la mirada. Sin nada más que hacer y ambos cansados, se durmieron nada más tocar la almohada.

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