La alarma hace que Sebastián se caiga de la cama, el fin de semana fue tan corto como extraño.
El sabado terminó almorzando en el parque con más personas de las que tenía planeadas, pero de alguna manera no le molestó, es más, se divirtió. Si bien era popular por su físico y su talento en el arte, jamás se acostumbró a estar rodeado de gente, mostrandose frío y distante, cosa que, como siempre no tuvo el efecto deseado. Los domingos tiene la costumbre de pasárselo leyendo con Ian, es como el día sólo para ellos. En eso, se puso a divagar y, sin darse cuenta se retrasó media hora. Alcanzó a vestirse con lo primero que encontró y salió a toda prisa. Mientras corría, no se fijó por donde iba, por lo que chocó estrepitosamente con un niño rubio que también corría, y cayó sobre él.
-¡Alex!- el nombrado estaba bajo suyo, rojo como un tomate producto de su cercanía- lo siento, debí haberme fijado por donde iba- Tardaron varios minutos en ponerse de pie.
-No te preocupes, es bueno saber que tenemos más confianza- ahí cayó en la cuenta de que lo había llamado por su apodo. Suele referirse a los demás por su nombre sin apodo, ya que prefiere mantener distancias con la gente. Sólo a Paulina la había llamado con apodo, pero eso fue porque ella lo presionó hasta cansarlo.
-Será mejor que nos apuremos, ¿Seba?- lo último medio lo preguntó, no sabía si podía tomarse esa confianza, pero él sólo asintió y ambos salieron corriendo hacia su destino. Al llegar, todos les quedaron mirando, primero porque llegaron diez minutos tarde, y segundo, porque ambos venísn juntos, con las caras completamente rojas y bastante agitados. Los cuchicheos no se hicieron esperar. Sebastián se sentó junto a Ian y Alexander junto a Elixabeth. Al fin de la primera, Sebastián ya se había quedado sin paciencia. Fueron directo a un lugar apartado del patio, con abundante pasto y un cerezo en flor que daba sombra.
-¡Estoy harto!- gritó Sebastián, recostándose bajo el árbol, mientras los demas se sentaron a su lado.
-En algún momento se tienen que olvidar- Ian hacía lo mejor que podía para tranquilizarlo.
-Siento haberte metido en mi problema, Alex- dijo, mirando a su amigo - debe ser incómodo que estén hablando de tí también.
En ese momento, todos se asustaron. Ian puso una cara de dolor, como si le hubieran dado una buena bofetada.
-Discúlpenme, tengo que ir al baño- dijo, para alejarse rápidamente- solo- añadió para que no lo acompañaran. Pasados un par de minutos, Sebastián también se paró.
-Tengo que ver qué es lo que le pasa a Ian. Por favor, quédense acá, creo que tendremos que hablar- dicho esto, avanzó hacia el baño sin esperar una respuesta. Ya en él, se dispuso a buscar a Ian, quien estaba en una de las duchas. Solía ir siempre que se sentía mal. Al encontrarlo, se sorprendió, sólo una vez había visto a su amigo tan destrozado, y no creía que esto fuera tan grave como lo que pasó la vez aquella.
-Amigo, ¿qué te pasa? Me preocupa verte así- quiso expresarle toda su preocupación pero en vez de calmarlo, Ian se enfureció muchísimo más.
-¡No me digas amigo! No después de lo que me hiciste...
-¿Yo? ¿Qué hice?- Sebastián estaba confundido, ¿ahora el malo era él?
-¿No lo entiendes? ¿Te lo explico?- preguntó en forma retórica y con la voz más cínica que pudo, pero luego continuó con su explicación - ¡Te declare mi amor! Y tú me rechazaste, no esperaba que me aceptaras, pero ni siquiera fuiste capaz de tomarme en serio... creí que podía vivir con eso, que tarde o temprano mi corazón aceptaría tu rechazo y te olvidaría pero... - se queda sin aire, como si le doliera lo que acababa de decir y lo que estaba por decir- Acabas de llamar a ese bastardo por su puto apodo... ni siquiera después de más de cinco años de amistad, me has dejado llamarte una vez por tu apodo - se apoyó en la pared y se dejó caer en el suelo. Sebastián estaba atónito, no se creía nada de lo que acababa de escuchar.
-¿Desde cuándo...?- logró pronunciar, al fin, luego de un incómodo silencio.
- Desde lo que pasó en el bosque, ¿recuerdas?.
Claro que lo recordaba. Ellos pertenecían a un grupo scout e iban a su primera acampada. Un bosque cerca de la ciudad era su destino. En el bus, se sentaron juntos en los asientos del final.
-¿Estás nervioso?- preguntó Ian, quien estaba hecho un manojo de nervios
-No tanto... tú lo pareces más-
Ian se enrojeció al instante, pues su amigo de hace ya más de un año le resultaba bastante atractivo. A pesar de tener once años, tenía claras sus preferencias, aunque no se le notara.- Ya he venido a acampar varias veces con mis padres- añadió felizmente - conozco la zona.
Apenas llegaron al campamento empezaron a jugar infinidad de juegos, nadie se dió cuenta de que ya eran las ocho hasta que los pocos adultos que fueron les llamaron a cenar. El profesor Joaquín llamó a la oficina a Ian para hablar de sus alergias. Sebastián lo esperó afuera sin que nadie lo viera porque ya no tenían permiso de salir de las cabañas, estaba oscuro y podían perderse. "Qué raro, a nadie más le llamó para ver las alergias" pensó. A pesar de la inocencia de su edad, una chispa cruzó por su cabeza e inmediatamente fue a la cabaña, abriendo la puerta de golpe. En ese instante, vio la imagen más horrible de su vida: Ian estaba en una esquina, forcejeando con el profesor, que intentaba, por todos los medios, quitarle la ropa. Sin dudarlo, tomó un jarrón y golpeó la cabeza del profesor, dejándolo inconsciente. Ian salió corriendo con Sebastián detrás. Ya luego de un rato, Ian paró en seco, sentándose en el suelo, cansado, y shockeado por lo que acababa de pasar.-¿Cómo estás?- le preguntó, luego de que sus respiraciones se calmaran.
-Bien, creo... trató de convencerme, pero al ver que me iba, comenzó a obligarme... apareciste en el momento justo- añadió, con una pequeña sonrisa, pero ésta no llegó a sus ojos. De pronto, Sebastián se puso frente a su amigo, sus rostros estaban a escasos centímetros, no alcanzó a decir nada cuando éste lo abrazó muy fuertemente, como masajeándole. Los ojos de Ian se abrieron de par en par para luego cerrarlos y dejarse llevar. Cuando el abrazo terminó, ambos estaban sonrojados
-¿Porque hiciste eso?- preguntó Ian, tal vez ilusionándose con una respuesta que no llegó.
-Eso me lo enseñó una amiga de mi mamá. Decía que eso la ayudaba a sentirse mejor, nunca funcionó conmigo pero creí que contigo podría- Ian no creía lo que oía, Sebastián siempre había sido bastante ingenuo, pero no pensó que lo fuera tanto. Junto a este pensamiento se fueron todas sus ilusiones. O casi. En ese instante, le quedó claro que su amigo era un poco bastante ingenuo, y también que amaba esa ingenuidad.
Ambos quedan en silencio al recordar aquella situación.
-Sebastián- dijo Ian, rompiendo el silencio y aclarando la garganta- creo que ya no podemos ser amigos. Esto me está matando... sé que no ha pasado mucho tiempo desde que te lo confesé, pero lo llevo guardando durante mucho y ya cada vez me es más difícil aguantar estas ganas que tengo de besarte. Quiero que seas mío, pero sé que ese no es tu deseo. Por favor, sólo aléjate y no me hables, me lastimas- Luego de decir eso, se fue sin esperar la respuesta, dejando a su amigo con las palabras en la boca y completamente confundido. "Siempre que crees que tu vida está bien como está, no debes confiarte, la vida siempre puede dar giros inesperados" fue lo que pensó antes de ir a la biblioteca. La campana del fin del recreo había sonado hace un rato. Ya no le dejarían entrar a la sala.
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Una foto de Sebastián.
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No te confundas
RomanceSebastian es un joven de 15 años al que se le ha dado todo en bandeja de plata, pero todo cambiará cuando un rumor se expanda por todo el colegio.