-Esto es difícil- se queja Sebastian. Siempre ha sido bueno en casi todas las materias pero jamás ha podido con matematicas. Alexander hace todo lo que puede para explicarle, aún estando casi tan perdido cómo él. La única persona que lograba que entendiera esta materia había dejado de hablarle hace unas 2 semanas, pero para él parecían más de 2 meses.
-¿Entendiste?- preguntó Alex a su lado. La verdad es que había estado mirando el puesto de Ian toda la hora y no escuchó nada de lo que le explicaron, por lo que sólo pudo responder con cara de idiota
-¿Ah?-
-Pon atención- le riñó Alex desde su lado- Así nunca vas a aprobar. Hace media hora que te estoy explicando lo mismo- aunque no le molestaba tener que explicárselo otra media hora, lo que le molestaba era que mirase tanto a Ian, pero no podía decírselo. Se estaban conociendo recién y no se atrevía a decirse a sí mismo que le gustaba, pero sería una mentira muy descarada decir que no le resultaba horriblemente atractivo. La campana de fin de clases hizo su aparición, finalizando el calvario de Sebastián.
-Estás distraído- comentó Alex, tratando de sonar despreocupado, lo que no le salió muy bien.
-Tranquilo, sólo estoy preocupado por Ian- y no era para menos, el objeto de su preocupación jamás faltaba clases y desde la discusión no se había dejado ver. No contestaba llamadas y pidió a todos en su casa que dijeran que no estaba.
-Tal vez pronto vuelva, a lo mejor no por ti, pero tiene que terminar el año- Alex tenía razon, ya volvería y hablarían. De camino a la salida iba tan distraído que chocó con un tipo, quien le dió tal empujon que cayó de espaldas, golpeandose la cabeza. Miró hacia arriba para hacerle frente a su agresor, pero su sorpresa fue mayor que su enfado, tanto que se atraganta con su propia saliva
-¡Ian!- consigue gritar, con la voz entrecortada. Aún tenía la garganta incómoda, su estómago se retorció al ver a su ex- amigo darse la vuelta y hacerle frente. ¿Quién era ese? Era el cuerpo de su amigo, pero su mirada era como de cuchillas heladas y afiladas, tanto que hizo que un escalofrío recorriera su espina y su vello se erizara.
-¿Qué quieres?- su voz era aún peor, estaba llena de odio y asco, todo esto combinado con un cuerpo muy tonificado, tanto que parecía que todo el tiempo que no fue al colegio, se lo hubiera pasado en el gym.
-¿Por qué has faltado tanto?- se atrevió a preguntar Alex, que estaba junto a Sebastián, alzando la pregunta que éste se moría por formular, pero no se atrevía.
-Cállate, tú no te metas- le dijo en un tono que nadie se atrevió a contradecir- y tú- dijo, apuntando a Sebastián -no vuelvas a acercarte a mi de nuevo, o seré la ultima persona que verás-
Dicho esto, se fue en dirección a la oficina, debía entregar un justificativo para compensar las inasistencias. Ian se alejaba mientrad Alex y Seba se quedaron paralizados en el pasillo. Ni siquiera se dieron cuenta que Elizabeth había llegado junto a ellos.
-Será mejor que nos vayamos- dijo la muchacha. Ella era mucho más perceptiva de lo que parecía y sabía cuando exactamente hablar y que decir, intuición femenina, según ella.
Caminaron juntos hasta el parque, donde se separaron para ir a sus casas. Sebastián se quedó ahí, necesitaba estar un rato solo, no podía creer que su mejor amigo de muchos años se pudiera haber convertido en ese personaje. Sentado en una banca, reflexiona sobre cómo han ocurrido las cosas.
-Oye... ¿estás bien?- escuchó preguntar a una voz femenina, pero no prestó mucha atención- te estoy hablando a ti- vuelve a decir y, esta vez, Sebastián se digna a mirar a la muchacha que se tomó la molestia de preocuparse por él, luego se arrepentiría.
-Scarleth- dijo, apenas con un hilo de voz y completamente conmocionado. Si su día había sido malo, se ponía peor
-¿Qué haces aquí?- inquirió de manera entrecortada, entre todas las personas, ella era la última persona que queía ver.
-Vine a verte, ¿no se nota?- preguntó esta vez, de forma hipócrita. Por supuesto que no lo parecía. Simplemente, le sonaba ridícula la sola idea de que esa persona, a quien había amado tanto, una que le juró que lo amaba y que luego le abandonó dejándole desolado sin siquiera una explicación, sin siquiera molestarse en despedirse, lo viniera a ver. Sebastián sintió cómo su corazón, aún después de años, seguía latiendo frenéticamete con su presencia, que sus ojos de esmeralda aún le envolvían y le atrapaban, las pecas en sus mejillas aún le hipnotizaban. Para qué hablar de su pelo rojo, ese que siempre había sido una debilidad en sus gustos, a ella le encajaba perfecto. Sólo por un instante se quedó perdido en esa imagen. Sólo por un instante, cerró los ojos y sacudió su cabeza para deshacerse del hechizo que, según él , ella ejercía con su mirada.
-Por favor, déjame sólo- logró decir, aprovechando el segundo de cordura que consiguió obtener.
-Sólo escúchame, tienes que conocer mi versión
Ella rogaba con tal determinación que casi le creyó, casi.
-¡Sólo vete! ¡No quiero saber tu versión! ¡No quiero oir nada que tenga que ver contigo!
Luego de gritale con toda la fuerza que pudo, y ya al borde de un ataque de nervios, se fue corriendo, dejándola sola. Estaba desesperado y no quería ver ni hablar con nadie. Mucha fue su sorpresa cuando al entrar en su casa encontró a sus padres en la sala. Estaban esperándole.
- ¿Mamá? Papá? No los esperaba...
-Pero si te avisamos que regresábamos hoy- intervino al fin su padre ¿Tenías planes?- dijo, alzando una ceja.
-No, no es eso.. es sólo que se me había olvidado- la voz se le quebró. Esto no es bueno, él jamás ha querido que sus padres se preocupen de más por lo que le pasa.
-¿Qué te pasa?- preguntó su madre que notó algo extraño en su voz, a pesar de no pasar mucho tiempo juntos, se da cuenta de todo.
-Sabemos que te pasa algo, no nos vayas a decir que no- esta vez, intervino su padre- sabes que puedes contar con nosotros, ¿verdad?- preguntó de forma afectuosa.
-Sí, lo sé
Sabía perfectamente que su familia le amaba mucho y por eso, precisamente, no les quería preocupar con tonterías de adolescentes
-¿Puedo irme a dormir? De verdad tengo sueño- añadió para no ser mal educado. Sabía a la perfección que cuando intentaba sonar de buen humor cuando no lo estaba, terminaba castigado por su mal comportamiento.
-Adelante- su madre estaba un poco triste, esperaba otro recibimiento, pero conocía lo suficiente a su hijo como para saber que no lo tendría. Se despidieron y se fue al dormitorio, donde se escondió bajo las sabanas, deseando que el mañana no llegara.
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Foto de Ian.
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No te confundas
RomansaSebastian es un joven de 15 años al que se le ha dado todo en bandeja de plata, pero todo cambiará cuando un rumor se expanda por todo el colegio.