Prólogo.

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— Señorita Lucía.— reclamo una voz algo áspera y gruñona, Mistress Verónica había hablado.— Ya es la décimo cuarta vez que llega tarde en los dos primeros meses de clases, si sigue así, no tendré de otra que llamar a sus representantes.

La muchacha de cabellos castaños, piel marfil y ojos de un castaño tan oscuro, un poco regordeta y de con flexión atlética un poco gruesa, con un cabello largo y sedoso, solo procuraba no hacer contacto visual, con su quijada afincando a su dorso.

— Lo siento profesora.— se disculpó la joven.— Solo agarre el bus tarde...de nuevo.

— Señorita Lucía.— volvió a repetir.— No aceptamos este tipo de interrupciones en su vida cotidiana.— hizo una pausa, para luego continuar.— Si ha tomado el autobús catorce veces, tarde. Debería dar por entendido que debe pararse unas cuantas horas temprano, además, aquí no admitimos excusas.

Parecía como si los ojos de la profesora se la comieron viva, unos ojos llenos de odio puro, una cosa de las que odiaba esa profesora, era que sus alumnos llegaran tardes e interrumpieran la clase como si nada. Dejaba de explicar en cuanto la persona pasara, para luego, dejar un silencio incomodo y atormentador, era horrible la sensación de tener todos los ojos fijos en ti, como si acabaras de asesinar a alguien, pero no, solo acababas de llegar tarde.

En esta ocasión, no hizo tal cosa, solo le pidió a Lucía salir afuera, para posiblemente, darle el regaño de su vida, y ahora, están en eso. Mistress Verónica solo siguió demostrando su manifiesta repugnancia en llegar tarde a clases, como si fuera un pecado capital.

— Escúcheme Lucía.— alzó un poco la voz, casi al borde de gritar llena de cólera.— Qué sea la última vez que usted llega tarde, sino, tendré que llevarla a detención y llamar a sus padres, ¿quedó claro?

— Sí, maestra.

Al instante que había terminado todo, Mistress Verónica abrió la puerta y entro, para hacer lo mismo de costumbre. Lucía entro, había un silencio infernal y los murmullos se escuchaban a lo lejos, tenía los ojos de sus compañeros clavados en ella, mientras subía, se percataba de que su habitual compañera de mesa no se encontraba ahí. La recordó; Lisa era una chica muy hermosa de piel morena y una personalidad única, era algo desinteresada e interesada al mismo tiempo, nunca logro entenderla, pero aún así, era una excelente compañía.

Se sentó rápidamente en la mesa vacía, sin ninguna compañía, quedaba al rincón cerca de la gran ventana que se encontraba cubierta por una inmensa cortina de tela roja, posiblemente por el sol que se encontraba, era primavera, y había que entenderlo bien.

— Bien, como seguíamos antes de que la Señorita Lucía interrumpiera.— continuo Mistress Verónica, una vez que Lucía acomodo todo en su mesa.— La Nomenclatura sistemática "Stock" para sales oxisales neutras.

Mistress Verónica alzó una tiza de color blanco, y empezó a escribir con una lentitud eterna una fórmula, que para Lucía, ya era tan común como sumar.

Lucía vio a sus compañeros, algunos tan atentos a la clase y otros ni molestándose en prestar atención, solo cuchicheando acerca de algo, Lucía intento escuchar mejor.

— ¿Escuchaste lo de Lisa?.— comentó una muchacha de la tercera fila, dos antes que la de ella.

— Si.— contestó su compañera.— Supuestamente se suicido, dijo que tenía muchos problemas, pobrecita.

— ¿Por qué pobrecita? ¡Eso solo lo hacen los que tienen posibles enfermedades mentales!

— No sabemos sus problemas, así que...

— No se suicido estimadas alumnas.— les interrumpió Mistress Verónica, con los ojos de una arpía enfurecida.—  Solo se cambio de ciudad, si van a chismorrear en mi clase, procuren hacerlo bien y afuera de la misma.

— Discúlpenos Mistress.— pidieron al unísono.— Solo queríamos compartir información mútuamente.

— Vaya, comprendo.— dijo la Mistress en un tono sarcástico.— ¿Qué tal si comparten información mútuamente afuera de mi clase?

— Espere Mistress.— dijo con rapidez la primera muchacha.— No queríamos interrumpirle, en serio, lo sentimos mucho.

— Que sea la última vez señoritas.— dijo tranquilamente y con una voz colérica.— La primera y la última.

Añadió eso, para luego volver al pizarrón a explicar. Lucía solo las miro.

" Qué afortunadas son"

Pensó al instante que volvía a ver a Mistress Verónica explicar.

El día se había pasado rápido, las clases con aquella Mistress eran un infierno, sobre todo las de química, ¡debías hacer las formulas perfectas! ¡Sino te tachaba todo y decía que estaba mal! Solo un error en el procedimiento, y aunque el resultado te diera bien, ya estaba mal, ¿por qué?, simplemente quiere que sus alumnos piensen como ella, hagan todo como ella y posiblemente sean tan gruñones como ella.

— Al fin salí.— dijo Lucía, quien estaba saliendo de la escuela técnica.— Faltan solo dos días  y será de nuevo fin de semana, qué emoción.

Su voz era tan sarcástica, que a pesar de que hablaba para si misma, si una persona estuviera lo suficientemente cerca para escuchar, detectaría su sarcasmo sin rechistes.

El camino hacia su casa era infernal, quedaba prácticamente aislada del mundo, en unas montañas, debía tener un bus para quedar al menos unos cinco kilómetros cerca, lo demás, lo subía caminando o en bicicleta, a veces, su padre se tomaba la molestia de recogerla.

Fue caminando por el caluroso asfalto, era todo un infierno ahí, ¡había demasiado calor! Lucía solo deseaba llegar a su casa y meterse en el ventilador, refrescarse un poco...era lo único que tenía en su mente.

En cuestión de segundos, vagando entre sus pensamientos, chocó contra la realidad, un choque entre carne y carne se produjo, mandando a Lucía al suelo.

Despabilo en cuanto estaba tirada en el asfalto, a lo cual, vio sus libros tirados por todas las direcciones, empezó a recogerlos con rapidez.

Al instante, volvió a chocar de nuevo, un muchacho de una piel blanco caucásico y un cabello negro azabache y algo maltratado, con unos ojos azules como el mar, la observo, su mirada era tan fría, más fría que la de Mistress Verónica, a Lucía le corrió un escalofrío en la nuca.

— Lo siento mucho...en serio.— comento al instante que la faceta gélida del muchacho no hizo ni una mueca.

— No importa, toma.— dijo con una voz helada, mientras levantaba unos tres libros con una sola mano, Lucía se impresiono, ¿¡¿tres enciclopedias de 500 hojas?!? ¿¡¿Era una broma?!?

— Gracias.— dijo con una voz dulce, intentado al menos disimular la impresión, a lo cual se percató de una carta que se encontraba en uno de sus libros, a lo cual, devolviéndole el favor, se la entrego.— Esto debe ser tuyo.

— Si, es mío.— menciono, para luego, levantarse y estirar su mano, a lo cual, Lucía accedió a su ayuda,  levantándose también.— Gracias.— agradeció secamente, para luego retirarse como si nada.

" Que sujeto más extraño "

Pensó Lucía, a lo cual, reanudó su rumbo.

Tal vez ese encuentro no haya sido tan emocionante, pero...era el inicio de una parte, que le cambiaría el rumbo de su vida, y juntaría por fin...dos almas separadas por el mundo.

Corazones conectadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora