Capítulo 23

18.6K 1.3K 32
                                    


Abrí los ojos y vi el techo. Era la última vez que me despertaba en Nueva York porque esa misma noche viajábamos de vuelta a Buenos Aires, y todavía tenía la cabeza hecha un lío.

No pensaba bajar a desayunar. No quería verle la cara cuando había pasado toda la noche revolcándose con esa morena, no hacía falta. Ya demasiado tenía con mi imaginación.

En lugar de eso, me pedí un desayuno americano completo a la habitación, y lo disfruté leyendo una de mis revistas favoritas, pero de Estados Unidos. Afuera llovía un poco, y estaba gris, pero me obligué a levantar el ánimo.

No podía hundirme un simple arranque de celos. Hoy era otro día, y así lo iba a vivir.

Cuando terminé de comer, me di un largo baño de burbujas, aprovechando que era un hotel cinco estrellas, con hidromasaje y todo tipo de lujos incluidos. Había tantos frasquitos y botellitas, que no sabía por donde empezar. Todo olía de maravilla.

Uno ponía mascarilla de barro. "Dead sea mud mask"... algo así como máscara de barro del Mar Muerto. Me encogí de hombros y me lo pasé hasta cubrir toda la piel de mi rostro.

Tomé el mando del televisor, y elegí una comedia que tenían para alquilar, y la vi mientras el facial me hacía efecto.

Me dediqué todo el día a mí. Pinte mis uñas, me arreglé el cabello, me puse hasta arriba de la comida que traía el servicio de habitaciones, y con música de fondo, armé mi valija. Mi teléfono sonó varias veces, y al ver el nombre de mi compañero no lo atendí. Siete veces había sonado.

Cuando por fin se rindió me envió un mensaje preguntándome si estaba bien. Se había pasado el día al lado de César ayudándolo con unos asuntos, y no podía escaparse para verme. Tal vez imaginaba que aun me sentía mal del estómago, o que algo me había pasado, así que un poquito me compadecí y le mandé una respuesta corta, haciéndole saber que estaba perfecta. Que necesitaba descansar antes de volver, y que me iba a llevar un rato largo empacar.

Entre tantas cosas que hice, también pensé.

¿Por qué me había puesto celosa de Rodrigo? A veces, ni siquiera me gustaba... Resoplando llegué a una conclusión.

Si había algo en lo que éramos parecidos, era en que los dos éramos terriblemente posesivos. Como había sucedido con nuestros diseños, por algo es que llevábamos tres años de competencia. Nos sentíamos dueños de ese puesto de trabajo, no había lugar para compartirlo. Bueno, tal vez esto era lo mismo. No tenía ganas de compartir a Rodrigo. Me enfadaba la idea. Si estaba conmigo, ninguna podría tenerlo. Y ahí me di cuenta de lo ridícula que sonaba, y de lo mala idea que había sido todo el asunto.

Sabía que me traería algún problema, pero me había dejado llevar por la atracción que sentíamos. No tenía sentido, él tampoco era el hombre de mi vida. Así como había visto que Gino no lo era, Rodrigo evidentemente tampoco podía serlo. No debía complicarme la existencia con un lío que solo acarrearía problemas y era ridículo.

Tranquila con haber encontrado la respuesta que tanto buscaba, me cambié. En unas horas nos iríamos al aeropuerto.

Cerca de las nueve, bajé a la recepción con mi equipaje y mi mejor cara. Mi jefe, estaba hablando en recepción y sentado en los sillones de entrada, mi compañero. Levantó la mirada y me sonrió como solo él podía hacerlo y toda mi resolución flaqueó. No, más que eso. Se fue a la mierda, directamente.

Le sonreí, y me acerqué como si nada.

—¿Qué tal tu día de relax? – preguntó.

—Genial. – contesté más animada de lo que me sentía.

Nueva York (#1 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora