La habitación huele a hospital, a limpieza extrema, intentando por todos los medios ocultar el aroma putrefacto. Es ese tipo de olor desagradable que marea e incomoda. El ambiente, cerrado y frío, se complementa como un puzzle con el hedor a rancio. Igual que el que acostumbra su visión a la oscuridad y luego, ante la brillante luz solar, siente arder sus ojos, los habitantes de este lugar llevan conviviendo tanto tiempo con ello que ya ni les molesta.
También el catre de aspecto duro, las paredes sin ventanas de color ceniciento y el pequeño armario blanco empotrado en una esquina parecen sacados de una dimensión triste y apagada, donde la gama de colores se ha visto reducida al blanco y al negro.
El aspecto del lugar no le importa a Abigaíl, que duerme tranquilamente entre las sábanas sin nada que pueda importunar su descanso. Su cabello rubio, cortado por encima del hombro, hace que parezca más pequeña de lo que aparenta con sus dieciocho años recién cumplidos.
Su sueño es ligero, de esos que mantienen fresco pero no dejan completamente satisfecho. Como el resto de los habitantes de Erial, la joven nunca ha dormido realmente. Nunca ha soñado.
Por su carácter imaginativo y rebelde, que durante tantos años sus padres se han empeñado en pulir sin resultado, seguro que no dormiría tan tranquila si alguna vez, por casualidades del destino o puro milagro, un sueño hubiese cruzado su mente dormida. Durante meses, años quizás, intentaría volver a vivirlo, al igual que esos amantes que, empeñados en no aceptar el fin de un amor, se aferran de manera insana a algo que fue pero ya no es.
Por suerte duerme ajena a todo esto, y sólo esa parte oculta en cada naturaleza humana parece añorar lo que nunca ha tenido.
La casa debe de haber sido diseñada por un arquitecto sin un ápice de imaginación. Habitaciones estrictamente iguales conectadas por pasillos estrechos, paredes de un color ceniciento tan simples que ni una ventana puede encontrarse. Y así son todas y cada una de las casas de Erial; pequeños habitáculos donde residen las personas apiladas ordenadamente. Todo es lo mismo, nada destaca.
Lo único diferente en la casa de Abigaíl es su hermano. Lo que hace diferente ese lugar del resto es un niño que no duerme por las noches.
Su mirada es cansada y triste, demasiado seria para unas facciones todavía aniñadas. Tumbado en la cama mira al infinito, esperando que ocurra de una vez lo que tanto ansía: poder dormir.
No es la primera vez que Leo no duerme. Lleva despertándose durante meses en mitad de la noche, en esas horas donde toda la ciudad descansa, agotada por toda la actividad cerebral que se necesita para mantenerse conectado a La Red.
Ningún pariente ha notado el problema que sufre, y él tampoco lo ha comentado. Cuando toda su familia se despierta, exactamente a la misma hora, el pequeño ya les está esperando, intentando ocultar su mirada cansada con una sonrisa falsa en el rostro. El resto, con los ojos legañosos y la mirada vacía, le observa sin notar las ojeras que empiezan a mostrarse en Leo.
El niño prefiere guardarse el secreto, sin nadie en quien confiar lo suficiente para comentárselo y desahogarse. Debe de ser el único habitante de la ciudad que padece insomnio, y eso le hace tener miedo. Como todos, el también ha escuchado las historias. Sabe qué son los defectuosos.
Helena, que siempre se sienta junto a él en clase, le contó una vez que a su padre empezó a fallarle el GG3000 y un día sin previo aviso unos hombres aparecieron y se lo llevaron a la fuerza. Nunca volvió a saber de él.
Leo no quiere ser como el padre de Helena, no quiere que ese fastidioso chip que todo el mundo tiene implantado al cerebro para poder conectarse a La Red empiece a fallar y le hagan desaparecer. Por eso guarda el secreto e implora cada día para que nadie note su falta de sueño y le delate a las autoridades. Nadie sabe qué ocurre exactamente cuando te hacen desaparecer, pero algo si está claro: ser un defectuoso significa la muerte.
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Erial. Historia de la ciudad que no soñaba
Ciencia FicciónEs el año 2404, y la humanidad vive conectada a una realidad virtual llamada La Red. Cuando Leo, un niño de poco más de doce años, desconecta a toda la población con ayuda de un misterioso personaje llamado ConejoBlanco, el caos se apodera de todos...