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Me pediste perdón al día siguiente
y yo acepté las disculpas,
porque el amor nos llena
y nos ciega.      

Pensé «se habrá drogado esa noche», porque,
sinceramente,
ya nada me extrañaba de vos, oh, Mercurio.

Al final viniste a vivir conmigo,
y yo irradiaba felicidad
(qué pena que no pude contagiártela durante los
primeros días),
imaginando situaciones descabelladas que podríamos vivir,
aunque
jamás
pensé que te convertirías
en Venus.


mercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora