Hay personas que viven en el futuro. No literalmente, como si tuvieran una máquina del tiempo o todo de última generación, sino que viven del futuro. Sacar sobresalientes en el colegio para que tus padres colgaran los exámenes con un imán en la nevera. Pasar el instituto con Honores para poder elegir cualquier carrera que quisieran. Estudiar día y noche para los exámenes al final del semestre, incluso cuando todos tus compañeros estuvieran de fiesta y empezaran a estudiar dos semanas antes. Vivir en el presente pero para el futuro. Encontrar trabajo tras terminar la universidad. Poder permitirse la hipoteca de una casa con jardín. Tener un fondo de pensiones para cuando dejes de trabajar poder mantener la casa, y a lo mejor entonces, realizar un viaje por el Mediterráneo. Y una de esas personas soy yo. Más que persona, zombie. Vivo a base de café y de galletitas de chocolate. Podría estar morena sino me hubiera pasado el verano estudiando las asignaturas del próximo año, viendo prácticamente la luz proveniente del flexo... Cuando me di cuenta de que no estaba viviendo el hoy sin el mañana, la realización me dio en la cara como si fuera un puño cerrado. Y es eso por lo que estoy aquí: frente a un estudio de tatuajes y piercings.
Era la noche más fría del año y cada vez que expiraba, mi aliento se congelaba. Me hacía sentir como si estuviera fumando y el aire fuera humo. Llevaba media hora en la calle, andando diez metros a la derecha, luego volviendo frente la puerta, y luego otros diez metros a la izquierda.
-¡Esto es estúpido! ¿A quién quiero engañar?- dije más para mí misma que para alguien. No era capaz de hacerlo, solo estar frente a la puerta de este local mal iluminado en plena noche, aunque no eran más de las siete, era lo más atrevido que había hecho en mucho tiempo. Para ser exactos desde que me tiré sólo en ropa interior a una piscina hacía 4 años.- Me vuelvo a estudiar.
Y justamente cuando me voy a girar para irme de una vez por todas, mi cabeza da contra algo duro, muy duro, y caigo irremediablemente al suelo de culo. Si esperaba que la persona con quien había chocado se disculpase o incluso se ofreciera a ayudar, estaba muy equivocada. Parado frente a mí, y de pie, se encontraba un hombre, un monstruoso hombre mejor dicho.
-Mira por dónde vas patosa, podrías haberle hecho daño a alguien.
-¿Perdona?- dije mientras me levantaba, sacudiéndome el pantalón- Eras tú el que no prestaba atención ya que yo me acaba de girar, y obviamente no puedo ver lo que hay detrás de mí porque mis ojos están en mi cara, ¿ves?- y me señalé los ojos.
Me sentí tonta de remate, ¿pero qué tontería acabas de soltar, Ophelia? ¡Pues claro que tenía los ojos en la cara! Dónde iban a estar sino. Agradecí que apenas hubiera farolas en la calle porque si fuera así él podría haber visto que probablemente tenía la cara roja como un tomate. Él no era un hombre como primeramente pensé, sino un chico que quería parecer un hombre. Vestía todo de negro, y aunque era la noche más fría del año, solo llevaba un jersey fino y un gorro de lana que hacía que el pelo le quedase aplastado en la frente. Tenía también un aro en la nariz, pero no podría decirlo desde esta distancia. Me sonrojé más porque el capullo que me había tirado al suelo era guapísimo. Y me puse aún más colorada cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, mirando con la boca abierta a un chico de revista. Seguro que se me caía la baba y todo.
-¿Dónde ibas a tener los ojos sino? Aparta anda, que algunos sí queremos entrar.
-¿A qué te refieres?- pregunté yo en el mismo tono hostil que había usado él.
-No finjas que no has estado de aquí para allá toda la tarde pensando si entrar o no.
-¿Me has estado espiando? ¿Cómo sabes eso?- madre de Dios, de dónde ha salido este personaje acosador...
-No lo sabía, pero tú me lo acabas de decir.
No podía creer lo estúpida que era, me había dejado en ridículo a mí misma en frente del tío más bueno de toda la ciudad. Avergonzada y a punto de llorar, me di la vuelta.
-Eh, tú- dijo el desconocido. Sentí una mano alrededor de mi muñeca, sujetándome,- no te vaya. Si quieres puedes entrar conmigo, ves cómo es todo y decides si quieres hacerte el piercing o no.
-¿Cómo sabías que quería hacerme un piercing?
-Ahora lo sé.
Estuve a punto de volverme a girar, para ser una alumna de dieces, no estaba demostrando ser muy brillante que se diga. Me crucé de brazos.
-¿Y dónde quería hacérmelo, Señor Sabelotodo?
-Fácil, en el lóbulo de la oreja.
Me quedé estupefacta.
-No- mentí.
-¿Ah, no?- imitó mi postura y se cruzó de brazos también- Entonces dime dónde.
Como me pilló desprevenida totalmente, me quedé sin palabras, y tras medio minuto, mi cerebro dio con una respuesta ingeniosa:
-En un sitio que tú no podrías ver, porque está cubierto con ropa.
Entonces el chico, de unos veinte años más o menos, empezó a reírse como un loco. Se reía tanto que sus ojos verdes empezaron a lagrimear, y daba palmas con las manos. Me sentí atacada y podría jurar que ahora sí, iba a llorar como siempre hacía. Antes de que derramara alguna lágrima, me giré para que el imbécil no me pudiera ver.
-Eh, eh- me cogió de la muñeca de nuevo- ¿qué te pasa? ¿Estás llorando?
-No- dije, pero mi voz me delató- se me ha metido algo en el ojo.
-Déjame que lo vea- dijo y se acercó peligrosamente a mí. Con mi cabeza recta, podía ver solo el cuello de su abrigo. Este chico debía de medir un metro noventa o cerca de dos. Me cogió la cara con cuidado. Era la noche más fría del año, pero ningún frío podría compararse al de sus manos. Sentí que la piel se me erizaba, sus manos estaban muy frías y estaban en mis mejillas. Estábamos a meros centímetros, podría haber escuchado los latidos estables de su corazón si hubiera inclinado un poco más la cabeza. Sus ojos verdes se fundieron en los míos. Y juraría que estaba a punto de besarme. Estábamos tan cerca, un paso más y no quedaría espacio entre nosotros.
Entonces se acercó aún más a mí, pero en vez de besarme, me sopló en el ojo que había derramado la lágrima que se había congelado en el descenso por mi mejilla.
-Listo, ya te he sacado la mota del ojo. Ahora vamos dentro, que seguro que tienes que estar muriéndote de frío.- dijo el chico que tenía las manos más frías que el hielo. Me pregunté si sus labios estarían así de fríos.
Aumentó la distancia entre nosotros y se giró, entrando en el estudio sin esperar a ver si lo seguía o no.
Sentí más frío entonces que en toda mi vida, después de todo, era la noche más fría del año.

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NADA
أدب المراهقينLey de la conservación de la materia: "La materia no se crea ni se destruye solo se transforma" Somos materia, átomos que se unen formando enlaces. Hay el mismo número de átomos que desde la Creación, cada uno de nosotros tenemos cientos de átomos...