La nieve cubría los caminos de la carretera como un manto blanco y puro, pero a la vez sentía un ligero temor a que el camino congelado nos hiciera resbalar y accidentarnos. Mi padre iba conduciendo con su típica expresión seria. Él no siempre fue así, pero los acontecimientos de hace algunos años lo hicieron cambiar; hablo del fallecimiento de mi madre, cuando yo tenía como siete años, y mi hermana, que iba atrás tan tranquila y comportada como siempre, apenas había cumplido un año. Ella me recordaba a mi madre a veces, por su forma de ser tan amorosa y tranquilizante, que te hacía sentir que, donde sea que estuvieses, siempre estarías a gusto.
Estábamos de camino al Hospital General de Hokkaidou, esa mañana 28 de Julio del 2015 como a las diez y media, donde habían invitado a mi padre para conocerlo y enseñar a algunos practicantes universitarios de medicina de aquí, ya que él era uno de los mejores médicos de Inazuma. Y nosotros dos lo acompañábamos ya que mi hermanita siempre había querido venir a Hokkaidou, y yo no podía quedarme sólo en casa, a pesar de que ya tengo diecisiete años.
En ese momento íbamos por una carretera poco concurrida, aunque podía ser por el hecho de la seguridad sobre el camino congelado. Entonces vi algo extraño sobre la orilla de la carretera congelada, encima de la nieve y boca abajo, era, inconfundiblemente, una persona. Por un segundo creí que era un cadáver, pero ¿y si estaba vivo?
― Padre, detén el auto. ¡Mira! ―le dije haciendo un ademán con la mano que lo hizo reaccionar. Cuando miró para donde yo tenía mi vista, notó también lo que había sobre la nieve.
Desaceleró y se estacionó un poco más delante de donde estaba esa persona. Salí del auto rápidamente y fui corriendo hasta allá. Me agaché y con cuidado le di la vuelta. Me asusté de muerte al verlo; era un joven, con una gran herida en la cara, un rasguño del tamaño de una mano, en carne viva. Había empapado la nieve bajo él con esa sangre que le escurría. Tragué saliva, me sentía nervioso, pero me concentré. Revisé sus signos vitales; con mis dedos sentí sus latidos en su yugular. Fue difícil de sentir, y era porque estaban muy lentos. Estaba frío, parecía un muerto, pero sus ligeros latidos y su corta respiración indicaban que estaba vivo. Lo cargué entre mis brazos, y fui corriendo de vuelta al vehículo.
― Yukka, ábreme la puerta ―le dije desde afuera. Ella abrió, y lo senté en la parte de atrás al lado de ella―. Este chico está vivo, papá, pero está grave. Hay que llevarlo rápido al hospital. ―le dije al acomodarlo, y luego me subí yo.
Yo sabía que mi padre quería primero llegar al hotel, pero se apresuró ya que esto era una emergencia. Entonces él me habló serio.
― Shuuya, creo que ésta es una oportunidad perfecta para que hagas tus prácticas de medicina. ―me dijo él. Siempre me ha dicho que quería que siguiera sus pasos, y ahora, que llevo un año de haber entrado a la universidad para estudiar esa carrera, se la pasa buscando oportunidades para que me haga cada vez mejor.
― ¿Estás seguro? Este chico está grave, creo que sería mejor dejarlo a un profesional. Esperaba que tú lo atendieras. ―le dije.
Miré para atrás, viéndolo preocupado, y no sabía si su piel estaba tan pálida porque era así ―Ya que así eran usualmente en Hokkaidou― o por lo que yo suponía que era un Shock por el frío.
― Totalmente seguro, Shuuya. Sé que apenas comienzas a estudiar medicina, pero eres mi hijo, lo llevas en la sangre. Créeme, ese chico está en perfectas manos contigo. ―me dijo mostrándome una sonrisa que casi nunca dejaba ver, una pequeña y muy sutil, nada compatible con sus ojos negros y serios, pero que a mí me hacía tener más fe en mí mismo con sólo verla.
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❄Hokkaidou en Otoño❄ [Shuuya Gouenji x Shirou Fubuki]
RomanceGouenji Shuuya y su familia están de visita a la ciudad de Hokkaidou por negocios de su padre, pero ocurre el encuentro de un herido en el camino. Él se encarga de cuidarlo a petición de su padre. Al despertar, este joven llamado Shirou Fubuki, está...