Felicidad.

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Y no, la felicidad no está en esa copa a medias, ni en el humo que quema el tiempo muerto, ni en esos suspiros que te arrancan el alma; ni siquiera en esos labios manchados de otro carmín. Quizás tampoco esté en ti, ni en esas cenizas en las que te estás convirtiendo. Puede que tampoco se  esconda detrás de los buenos actos o de los resultados admirables. Hay quien dice que está en los momentos, en cualquiera de ellos; hablan de que son efímeros y eternos. Dicen que, cuando los tienes, no quieres nada más, porque nada más te hace falta, ni importa. Cuentan que, además, nunca se desaprovechan y que, pese a que todos la han probado, sigue siendo tan especial y deseada como el primer instante en el que la saborearon. Otros opinan que la felicidad no existe, se remite a la simpleza de los humanos de desear y necesitar algo más que la desgracia en sus infelices vidas. Entonces... ¿Qué es la felicidad?
¿Existe? ¿Hay que buscarla? ¿O ella te encuentra? Puede que ambas.
Creí haberla encontrado, que me estaba esperando, e incluso, que nunca me dejaría. Pero ahí está: ¿fue eso felicidad? ¿tanto vacío deja? ¿tan rápido huye?
Borracha de ti, drogada de tu esencia, ahogada en tus besos, y enganchada de tu sonrisa. Felicidad.
¿Por qué esperar a que otros la sientan? ¿A que otros la vivan? No es egoísta el que la quiere más, sino ambicioso. Ambicioso del reír, del soñar y del querer. Ambicioso del tener, del dar y del mantener. Ambicioso del ser y del querer que otros sean. Ambicioso del vivir. Y la felicidad no es más que eso, vivir ambiciosamente día a día. Sin rendirse y sobretodo, sin dejar de sonreír al mundo.

Palabras a la nada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora