Capítulo 7

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A Camila le dio un vuelco el corazón y la adrenalina empezó a correrle por las venas. Ya estaba; esperaba no tener que llegar a esta situación, pero era realista y se había preparado. Tenía que resultar más convincente que jamás en su vida o acabaría hirviendo. No, no era así. Era otro término culinario pero... cociendo, asándose... ¡ah, sí! Acabaría quemándose.

Aquel ridículo pensamiento la calmó un poco. Sin protestar, se abrió la chaqueta y, con un gesto poco natural, sacó la pistola con el pulgar y el índice de la mano izquierda. La dejó encima de la mesa, con el cañón apuntando hacia un lado. La mano de Lauren cogió el arma y la alejó de ella.

—Tiene derecho a guardar silencio —empezó a citar mientras la levantaba y le ponía las esposas, primero en la muñeca derecha, y luego en la izquierda. El frío acero la sorprendió y le apretaban tanto que era como si le hubieran unido los huesos de ambos brazos. No se molestó en escuchar cómo le leía sus derechos; se los sabía de memoria.

—Por favor, vacíe el contenido de mi bolso en la mesa -dijo Camila, tranquilamente, mirándola a los ojos. Todavía estaba cerca de ella, cogiéndola del brazo; tan cerca que Camila podía notar su temperatura corporal. A los policías les enseñaban a servirse de sus cuerpos para someter y controlar, sujetar, para realizar los agonizantes movimientos que paralizaban con su propio dolor a un sospechoso que se resistía. Camila no hizo ni un solo movimiento de resistencia; de hecho, se inclinó hacia Lauren, tanto que su pelo acarició el hombro de la inspectora-. Por favor.

La mirada de Lauren era implacable y lejana, con el mismo rostro inexpresivo, sin rastro de la afabilidad anterior.

—¿Por qué?

—Llevo varias cosas de las que me gustaría hablarle. Si cree que voy a intentar huir, áteme a la silla o a la mesa. Le prometo que no voy a hacer nada, pero quizás usted esté nerviosa.

—¿Nerviosa? —preguntó ella, sorprendida e intrigada—. ¿Por qué iba a estarlo?

—Porque me han enseñado técnicas que usted desconoce. —Quizás estaba dando resultado, porque Lauren parecía ligeramente interesada.

—Si de verdad fuera una agente del FBI, puede que le creyera.

—Soy una agente del FBI pero no... ahora.

—Puede que convenza a un juez de que sufre enajenación mental, pero yo no me lo trago. En la agencia federal no conta ninguna Camila Cabello como agente, ni antigua agente ni nada.

—Yo no dije «antigua». Por favor, vacíe el bolso sobre la mesa. Se lo explicaré todo.

Por un segundo, Camila creyó que se negaría, pero al final la curiosidad pudo con ella. Sin embargo, Lauren no se arriesgó; la hizo senatrse y le esposó un tobillo a la pata de la silla.

Las esposas en las manos eran muy incómodas, porque le hacían arquear la espalda hacia atrás. Los prisioneros experimentados no intentaban mantener rectos los hombros; dejaban caer uno para que las esposas se deslizaran hacia el otro lado, lo que aliviaba la presión de ambos hombros. Lo intentó y estuvo a punto de suspirar cuando el dolor desapareció al instante.

Lauren cogió su bolso y vació el contenido encima de la mesa. Al cabo de un segundo, frunció en ceño ante la multitud de objetos.

—¿Qué es todo esto?

—Primero, mire en mi cartera. En el compartimiento de la cremallera hay una tarjeta. Sáquela y échele un vistazo.

Lauren abrió la cremallera y sacó una tarjeta. Era más gruesa de lo habitual, como si hubieran juntado tres trajetas profesionales, y estaba hecha de un material ligero y traslúcido que era virtualmente indestructible. No podía quemarse, y lo sabía porque ella misma lo había probado cuando se lo habían dicho. Y tenían razón.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2016 ⏰

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