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Capítulo 12 : Cabos sueltos

— ¡No jodas, ya son novios! —me molestó Andy, yo me acomodaba el cabello en el espejo del pasillo. Ya estaba casi arreglado para la salida con Tom, en verdad la hora no se había pasado más rápido porque iba en mi contra, por suerte ya faltaban unos minutos para las nueve y saldríamos a cenar.

—No lo sé —dije suspirando, me miraba el maquillaje y moldeaba las pestañas con el dedo. —supongo que es el comienzo de algo.

—Es que ya están en... Algo. —lo último lo dijo con énfasis y yo asentí. No sabía si era cierto, pero el que me sucedieran cosas al tenerlo frente a mí ya indicaba que algo tomaba rumbo. Salí al living y mi mejor amigo silbó a modo de broma. —A qué hora paso a recogerte.

—Tonto —me reí bajito y me senté en el sofá. Él estaba mirando las noticias, había un incendio en un almacén y no sé que otras cosas más.

—Me alegra que ya no estés tan deprimido —se refería al tema de Alex, le miré con seriedad. —Ese idiota no te merecía, tú siempre buscas a los adultos porque piensas que son más maduros, pero al final terminan comportándose peor que adolescentes.

En ese momento, la curiosidad se disparó sin filtro alguno. En todo lo que llevaba con Tom, jamás le había preguntado la edad, ¡Pero qué idiota! ¿Cuántos años podía tener? No pasaba los treinta, eso era seguro, ¿Veintiséis? Am, podía ser, ¿Veintidós? No, eso era demasiado. Vale, debía preguntarle la edad esta noche, una vergüenza iba a pasar frente a él por eso pero necesitaba saberlo.

— ¿No sabes la edad de Tom, verdad? —me preguntó Andy al contemplar mi asombro infinito, negué manteniendo esa expresión. —Mierda, Bill... Es como follarte a alguien que no sabes su nombre.

—Lo siento, se me pasó, no me di cuenta —me defendí con lo primero que se me ocurrió, aunque en realidad era cierto. Era un despistado a veces, qué idiota.

—No debe pasar los treinta —hizo la misma hipótesis que yo y cambió de canal. —Blas tiene veintitrés, es el más grande de la banda, supongo que solo se llevan por un par de años.

El timbre sonó y los dos nos exaltamos, Andy fue al intercomunicador y le dijo que ya bajaría. Suspiré, tomé el bolso y me coloqué la campera, mi mejor amigo me abrazó con demasiado entusiasmo.

—Por favor, no me hagas tío todavía —bromeó y yo salí sonriendo. En el ascensor, por una extraña razón, volvieron esos nervios en el estómago, ya quería golpearme en ese lugar solo para que se calmara.

Podía entender que me comportaba como un enamorado cuando lo tenía cerca, que mi corazón quería salirse de control, incluso que mis labios temblaban a la espera de probar los suyos una vez más, pero el que se me revolviera el estómago era algo que no podía evitarlo. Era como una advertencia a una muerte hermosa, una consecuencia dolorosa soportable. No era esa pena o compasión por lo que le había pasado en su vida, sino que había otra cosa por la que me sujetaba tanto a él, tal vez era el que nos llevábamos muy bien, y cada que pasábamos momentos juntos todo a nuestro alrededor no tenía importancia.

Al salir del edificio, Tom estaba parado en la vereda, su auto estaba estacionado al frente, y apreté mis labios, evitando una sonrisa divertida. Caminé a él a pasos agigantados, desesperado por abrazarlo y sentir su perfume, que me estrechara hasta sacarme el aire y mezclar nuestros calores corporales. Me metí bajo sus brazos, abrazándolo como si fuera el fin de los tiempos, sintiendo la comodidad y cerrando los ojos al disfrutar del contacto.

Todo era como me lo imaginaba, sus brazos rodeándome con fuerza, apoyando su mentón sobre mi cabeza, yo sujetando su espalda con mis manos y sintiendo los latidos de su corazón. Me recordaba al primer abrazo que nos habíamos dado, sonreí ante aquello y escondí la cara en su pecho de la vergüenza.