2. Abrazos reencontradores.

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La idea de cocinar algo no fue buena. Era evidente. Volví a probar con la esperanza de que el gusto de la mezcla había cambiado por tan solo mirarla. No. Seguía igual o peor. Estoy tan feliz por el reencuentro, aún así la felicidad no alcanza para poder cocinar algo decente. Le bajé a la música y comencé a ordenar el desastre de la cocina. Todo parecía ir moviéndose a su lugar cuando una de mis torpezas arruinó todo más de lo que estaba. Toda la sal en una mezcla que ni siquiera pudo ser mezcla. Si esto alguna vez fue una torta de manzana ahora es una torta de sal. Agarré un cucharón y lo hundí en la mezcla. Lo hice con toda la concentración que se podría llegar a tener, no quiero volver a hacer lío. No alcancé a sacarlo cuando un ruido demasiado molesto salió de la nada. Pegué un pequeño saltito y derrame algo de mezcla en la mesada.

¿Serán ellos? ¿Tan rápido? ¿No se darán cuenta? No estoy lista en absoluto. Mire hacia abajo y vi mi vestimenta, no había salido en todo el día y estaba totalmente desarreglada. En el movimiento casi hago caer el recipiente por lo que lo agarré con cucharón y todo y corrí hacía la puerta. No quiero abrir. Si quiero abrir. Los quiero ver. Quiero probar la mezcla. Pero sé que está desastrosamente fea.

Lleno mis fosas nasales con aire, creo que eso se llama respirar, y mis labios se fruncen para expulsarlo. El segundo paso es abrir la puerta. La abrí y agarré el cucharón cuando sentí que algo se caía. No perdí el tiempo, pasé la lengua y tragué, tiene un gusto horrendo. Cuando levanto la vista cuatro chicos me miran con los ojos bien abiertos y siento la boca seca, quizás por tanta sal.

-Creí que querrían comer.- Dije y al finalizar agregué una sonrisa.

No aguanté, solté el recipiente y me lancé a su cuello.

-¡Sos vos! ¡sos vos otra vez!- Grité a la vez que Caleb me rodeaba con sus brazos y agarraba mi cintura con sus manos, manos gigantes, manos de macho. Hundí mi nariz en su cuello y era su perfume, había extrañado tanto su perfume.

-Te extrañé más de lo que se puede extrañar a alguien, Kim.- Su voz chocó en mi oído y sonreí más grande que nunca.

Me separé y lo miré a la cara, no había cambiado. Sus ojos seguían teniendo mucha profundidad, su boca de un color rosa suave y su mandíbula mostraba unos cuantos bellos de una barba de hombre. Él era un hombre. De esos que ya no existen.

-Créeme Caleb que yo también.- Respondí. Me apure a entrar y hice señas para que me siguieran. -los extrañe tanto, no tienen ni una mínima idea. Es más quería cocinar algo pero...-

Mike, en el descuido, se había agachado al recipiente que había dejado caer al suelo y había pasado el dedo en la mezcla. Hizo una mueca monumental. Sacó la lengua e intentó con las manos sacar el sabor. Me reí con ganas.

-¿Qué trataste de hacer? ¿envenenar?- Mike se hacía el dramático y tosía.

Yo más me reía y el más tosía. Me acerqué y lo abracé. Él me correspondió el abrazo y me alzó por la cintura.

-Estás hermosa.- Me susurró en el oído y no pude evitar reírme.

-Estás atrevido.- Le susurré yo y esta vez fue él quien se río.

Sentí un par de toquecitos en el hombro, solté a Mike y me dí vuelta.

-Yo también te extrañé y creo que...- Interrumpí a Noah por la mitad, lo abracé muy fuerte, lo abracé con mucho cariño y es que él se merecía todos los abrazos del mundo. Me separé un poco y le dejé un beso en la mejilla para volverlo a abrazar.

-Tengo tantas cosas para contarte, tantas cosas para que escuches.- Le dije mientras que me agachaba a buscar el recipiente, que por suerte no había manchado nada. Fuimos los últimos en entrar y cuando ví hacia la sala los tres chicos estaban sentados en el sillón, parecían muy cómodos y buenitos. Lo miré a Noah quien se río conmigo. -Uno de ustedes me debe un abrazo.

La Primera Dama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora