8. Flores amarillas.

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La luz que entraba por mi ventana me despertó, al mirar hacia afuera se podía observar los últimos pisos de los edificios y la enorme extensión de cielo celeste. A mi izquierda Caleb se encontraba dormido, lo miré unos segundos y comencé a acariciar su espalda desnuda. Como en los viejos tiempos, quién diría.

- ¿Qué hora es? – Preguntó con voz de alguien que recién se despierta y se giró para mirarme.

- No sé.- Contesté con una sonrisa y agregué.- ¿Tenés hambre?

- De vos.- Respondió divertido.

Solté una carcajada, le hice señas para que se acomodara boca arriba y me acomodé en su pecho. El silencio se instaló en la habitación, podía concentrarme en el contacto de nuestra piel. Me sentía muy a gusto. Pasaron unos minutos cuando su voz rompió el silencio.

- Aunque pensándolo bien...

- Vamos a comer algo.- Lo interrumpí a la vez que comenzaba a levantarme.

- Sos hermosa, ¿sabías?- Mencionó una vez de pie.

- Sobre gustos no hay nada escrito. – Grité para que me escuchase mientras entraba al baño.

Tomé una ducha y me cambié. Salí a la cocina, que se encontraba vacía, y abrí el despensero de donde saqué un paquete de fideos. Me dispuse a cocinar cuando escuché pasos acercarse.

- No sé de qué tenías ganas pero fideos con salsa van como piña, ¿no?- Pregunté antes que nada.

- Perfecto, ¿en qué te ayudo?- Respondió. Estaba, al igual que yo, recién bañado y su cabello se alborotaba en todas direcciones.

- La salsa por favor.- Contesté.

- ¿La salsa? Es todo el trabajo, cualquiera pone fideos a hervir.- Reprochó riéndose.

Golpeé su brazo como acto reflejo y me uní a su risa. Los dos comenzamos con nuestras tareas, y sí poner los fideos en el agua era algo mucho más corto y sencillo por lo que al terminar seguí ayudándolo a él. Eran las doce del mediodía y recién atinaba a la tranquilidad del departamento.

- ¿Los chicos? – Pregunté confundida. Ayer no los había escuchado llegar y hoy no parecía haber señal alguna que me indicara que estuvieran ahí.

- No tengo idea, le mandé un mensaje a Noah hace un rato y no me contestó.- Dijo despreocupado.

No volví a preguntar aunque me preocupaba el hecho de que ninguno conocía ésta gran ciudad. Pasaron unos veinte minutos y lista la comida nos acomodamos en la mesa para degustar nuestra obra. Tenía un aroma espectacular y al probarlo me sorprendió lo bien que sabía.

- Me preocupan los chicos.- Mencioné mientras Caleb llenaba su boca de fideos.

- Noah me contestó.- Respondió con dificultad tapando su boca para que no escapara nada de pasta, una vez tragado el bocado prosiguió.- Se fueron temprano a la cancha, él tenía que hacer unos trámites y los chicos lo acompañaron.

Asentí como contestación. No sé cuándo debía empezar a entrenar con el equipo, no entiendo mucho de temporadas y pretemporadas. La comida transcurrió de manera tranquila, entre algunos recuerdos y algunas risas. Con Caleb me lo pasaba de lo mejor.

- ¿Ahora dormimos una siesta? – Preguntó agregando un puchero al final de la oración. Me reí al escuchar su pregunta.

- ¿Éste es tu aguante? ¿cuatro horas y media? – Cuestioné mientras Caleb me abrazaba por detrás.

La Primera Dama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora