Mass Effect: El Asesino

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El hombre ilusorio, una figura espectral casi translúcida, se reclinaba en su silla ergonómica frente a un escritorio de cristal negro. Sus ojos, de un azul eléctrico intenso, escudriñaban con atención las vibrantes imágenes holográficas que flotaban en el aire, mostrando la actividad frenética de diversos mundos. De pronto, una señal de comunicación cuántica interrumpió su concentración, haciendo parpadear una luz roja en el panel de control.

"Por fin", pensó, una ligera sonrisa curvando sus labios. La ansiada llamada del enigmático líder de Cerberus había llegado.

La holografía en 3D se materializó lentamente frente a él, revelando la figura imponente de un hombre. No era un hombre cualquiera. Su armadura, de un negro azabache y diseño vanguardista, lo delataba.

Era humano, desde luego. Cerberus, con su arraigada desconfianza hacia lo extraterrestre, solo recurría a ellos en casos extremos. Este, sin embargo, era indudablemente humano. Un guerrero curtido en mil batallas. La armadura, ceñida a su cuerpo, presentaba un dragón  grabado en el pectoral, símbolo de poder y ferocidad. El casco, que ocultaba su rostro, dejaba al descubierto únicamente unos ojos grises y penetrantes.

Un yakuza. Un mercenario a sueldo del sindicato del crimen.

—Imagino que conoces el motivo de esta llamada —dijo el hombre ilusorio, llevando la copa de brandy a sus labios con un gesto elegante.

—Aesinato —respondió el mercenario yakuza, su voz grave resonando con un deje metálico.

—En efecto. El objetivo es... peculiar. Pero tu organización es la única con la discreción y la eficacia necesarias para este encargo —afirmó el líder de Cerberus, activando con un gesto una de las pantallas holográficas tras él. La imagen del objetivo se materializó en el aire, flotando entre ambos.

—Cien millones de créditos —sentenció el yakuza sin vacilar, sus ojos grises fijos en la holografía.

—Hecho —respondió el hombre ilusorio, una sonrisa de satisfacción dibujándose en su rostro.

Pensó para sí mismo: Los yakuza, la única organización gubernamental que se mantenía al margen de la Alianza, desafiando su hegemonía. Sus mercenarios, asesinos implacables, adiestrados con una disciplina superior a la de cualquier soldado de la Alianza.

La satisfacción embargaba al hombre ilusorio. El contrato estaba cerrado.

Mientras tanto, el yakuza abandonaba la sala holográfica y se adentraba en los pasillos de la estación de Cerberus. Había sido convocado a este lugar específicamente para la reunión con el enigmático líder. Su mirada experta recorrió el complejo, reparando en los prototipos que se desarrollaban en los laboratorios adyacentes. Eran armaduras robóticas de última generación, diseñadas para aumentar las capacidades de combate de un soldado, convirtiéndolo en una devastadora máquina de guerra.

El operador de la estación, responsable de las instalaciones, se aproximó al yakuza con un PAD de datos en mano. La pantalla mostraba la confirmación de la transferencia: 100 millones de créditos ingresados en la cuenta designada por el mercenario. Sin previo aviso, con una rapidez felina, el yakuza desenfundó su arma y disparó a quemarropa. El operador se desplomó, un agujero escarlata marcando su frente.

La detonación resonó en el complejo, alertando al resto del personal de Cerberus. En un instante, la estación se convirtió en un caos de disparos y gritos. Los agentes corrieron a cubrirse, respondiendo al fuego del mercenario. Pero el yakuza era un experto en combate, moviéndose con una agilidad sobrehumana. Su subfusil escupía una lluvia de proyectiles, cada disparo encontrando su marca con una precisión letal.

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