Relato #3

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Palabras: Monstruo – Tártaro – Medusa – Serpientes – Ojos – Mirar – Muerte – Estatua – Quieto


Bien, esto ya era demasiado.

Estaba harto. No podía con todo esto solo.

Y era completamente injusto, no sabía nada de todo esto. Y todo por ese estúpido libro. Me advertía que si me sentía identificado, debía parar inmediatamente, pero fue muy tarde. No supuse que todo eso era verdad. Yo solo lo leía por gusto ¡PERO NO! Antes de que siquiera termine el primer capítulo, un gran monstruo apareció frente a mí. Aquella criatura parecía una mujer normal, como todas. El único detalle era que, bueno, como decirlo de una forma creíble. Tenía serpientes en lugar de cabellos.

Por lo poco que pude adivinar con mi avanzado conocimiento en "haber terminado la primaria por los pelos", era que aquella mujer era Medusa.

Sus ojos estaban cubiertos por unos lentes oscuros, y su rostro, un largo velo negro. Mi hermano y yo permanecíamos quietos, paralizados por el miedo.

Pude ver a través del velo, su sonrisa. Lentamente, fue sacándose los lentes.

Antes de que pueda mirar hacia sus ojos, pude sentir la muerte. Vi un lugar rojo fuego lleno de otros monstruos que me helaron la sangre. Era el tártaro. No entendí porque yo sabía eso, pero lo hacía.

Cerré los ojos con fuerza, pero no fue hacia mi quien guio los suyos, si no a mi hermano, quien sujeto el borde de mi remera. Abrí lentamente el ojo derecho y vi la estatua que antes era mi hermano. El miedo se le notaba en el rostro. Medusa se movió hacia mí y yo instintivamente volví a cerrar los ojos. Me moví bruscamente hacia la derecha, y mi camiseta se rasgó ahí donde mi hermano la sostenía. Me choqué contra la pared, con el brazo apoyado en una de las reliquias que mi padre sujetó a esta. Aquella espada siempre me había parecido curiosa. La encontró en uno de sus viajes. Mi padre era abogado, un trabajo bastante aburrido. Él también lo era, solo que, cuando trajo aquella cosa, con los ojos brillantes y el cabello despeinado, supe que lo que tenía en las manos era algo especial. La hoja era de un color negro oscuro, al igual que el mango. Ese día, sin decir palabra alguna, colgó la espada en la pared, junto al televisor. Pese a las quejas de mi madre, la espada continuó en ese lugar. Supuse que iba a ser útil.

La tome por el mango y la solté de donde estaba. En un momento, tuve miedo de que no tuviera la fuerza de levantarla, pero pude hacerlo y la blandí ante el monstruo. Hice varios arcos con toda mi fuerza, aun con los ojos cerrados. Se oyó un gruñido furioso y un golpe seco.

Temeroso, abrí un ojo. Medusa se encontraba en el suelo con un par de cortes en el torso y la cabeza a un lado. Aguante las ganas de vomitar y levante la cabeza, solo para encontrar la mirada temerosa de mi madre. Su miedo no estaba dirigido a la criatura. Si no a mi.

No aguantaba esa mirada. Me volvía loco. Así que solo tome el condenado libro, la espada, y me fui. Corrí con todas mis fuerzas hasta que mis piernas gritaban de dolor. Estas fallaron y caí en la vereda. Con un último esfuerzo, camine hasta un pequeño parque que había cerca de mi casa. Seguí leyendo aquel libro, pensando que, si todo lo que este decía era verdad, era probable que haya una solución a todo esto.

Y lo había. Tenía que llegar a ese campamento. No me importaba como. Solo tenía que hacerlo.



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