Prólogo

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La casa era terriblemente grande, y fría. Suspiré. Era exactamente como me la había imaginado basándome en lo que mi madre me había contado de mi supuesto padre, Mycroft Holmes, el hombre más poderoso de Inglaterra.

Mycroft había mandado a un chófer a por mí, y el chófer me había llevado directamente a su casa. "Punto para papi", pensé, irónicamente. Por lo menos se fiaba mínimamente de mi madre.

-Puede pasar, señorita Williams.-dijo el chófer, abriendo la puerta.-El señor Holmes la espera en su despacho, la tercera puerta a la derecha.

-Gracias.-sonreí.-Y suerte en su cita de esta noche.-me miró impasible. Seguramente estaba acostumbrado a ese tipo de cosas por parte de Mycroft.

Empujé suavemente la puerta y entré en la casa de paredes de madera, de largas alfombras cálidas y pasillos estratégicamente iluminados. Entré en el despacho, decorado con elegantes cuadros y con una imponente mesa colocada de forma que imponía al entrar en la sala. Al ser un enorme objeto de madera oscura, y al estar en frente de la puerta, creaba una sensación de poder al entrar. Y allí estaba él. Tenía las entradas correspondientes a su edad, los ojos castaños y fríos y llevaba un traje gris terriblemente elegante. Estaba sentado con estudiada calma, analizándome desde mi pelo corto negro y mis ojos idénticos a los suyos a mis botas largas negras y mis medias oscuras.

-Buenos días.-empezó él. No pude evitar reírme.-¿Qué te hace tanta gracia?

-Oh, no es nada, señor Holmes, simplemente me preguntaba cuánto tiempo ha gastado pensando en las primeras palabras que iba a dedicarme. A juzgar por sus ojeras, bastante.

-Muy inteligente, desde luego. Eso no se puede negar.-declaró el hombre.-Pero, por supuesto, necesitaré pruebas.

-La PDP.-murmuré. Él me miró extrañado.-Es como los huérfanos llaman a la Prueba de Paternidad. No los conozco mucho, pero una gran cantidad de ellos venían conmigo a ese terriblemente aburrido lugar al que llaman instituto. Y además, pasé un par de meses con ellos cuando mi madre murió.

-Muestras signos de indiferencia hacia tu madre.-comentó, dándome pie para que me explicase. La mayor parte de la gente rebate un argumento como ese, pero yo me limité a sonreír.-Siéntate, por favor.

Yo obedecí en silencio y Mycroft me miró de nuevo. Comprendí lo que buscaba.

-Mi madre decía que mis ojos eran iguales a los suyos. Y, por si necesita un pelo para la PDP, limítese a pedirlo. Si usted no es mi padre no tiene sentido perder más tiempo.

Mycroft sonrió levemente, como si estuviese disfrutando un chiste privado.

-Tu falta de emoción vuelve a sorprenderme.-declaró, deseando retomar el tema de mi escaso apego.

-Opino sinceramente que las personas aman demasiado, que se preocupan excesivamente por los demás.-me reí.-Aunque también suelo preguntarme si me pasa algo, así que no me fiaría mucho de mi propio criterio.
Mycroft no dijo nada y continuó mirándome unos minutos. Finalmente, habló:
-Los años coinciden. Podrías ser mi hija según eso, pero por supuesto no sabemos si tú madre se acostaba con alguien más.-me miró un momento, como esperando que la defendiese.-Así que me he adelantado y he pedido una PDP con la sangre de uno de tus análisis. Espero que no te moleste. Los resultados deberían llegar...-llamaron a la puerta y él sonrió.-ahora.
Salió del cuarto y volvió a entrar en menos de un minuto, tiempo que yo aproveché para cerrar un momento los ojos y relajarme.
Mycroft llevaba un sobre blanco cuando volvió a la habitación. Se sentó con calma en su silla, mirándome para ver si estaba nerviosa.
-Antes de que lo abra, señor Holmes, he de decirle que me ha parecido interesante conocerle.-sonreí con amabilidad.
Mycroft me miró, distraído, y dijo:
-Opino lo mismo.
Y abrió el sobre.
En cuanto sacó los papeles, sus ojos se abrieron ligeramente, los puso en la mesa y los empujó hacia mí.
Los leí, sorprendida.
Compatibilidad de ADN: 99%.
Nos miramos a los ojos. Había encontrado a mi padre.

Elizabeth HolmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora