La luz al final del túnel

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Lena subió a toda prisa los cuatro pisos sin ascensor, o tal vez lo hubiese, no estaba realmente segura pero no había tiempo, su prioridad era intentar salvar al suicida. Un extraño optimismo fluía dentro de ella y estaba segura de que lo conseguiría.

 Pero se le escaparon un par de inconvenientes. El primero, que fuera había comenzado a llover hacía rato, y el segundo, que iba a subirse a un tejado viejo y muy peligroso, sobre todo si está resbaladizo. Hizo todo lo que pudo, pero al poner un pie en el tejado las tejas cedieron y Lena cayó bajando a toda velocidad el tejado. No encontraba nada a lo que agarrarse, y las tejas se arrancaban a su paso, clavándosele en la piel. La lluvia le calaba hasta en los huesos y los segundos que estuvo resbalando hacia abajo se le hicieron eternos, hasta que chocó de frente contra algo duro, haciendo que su bajada mortal se frenase en seco. 

Abrió los ojos, asustada y respirando con dificultad. Y se dio cuenta entonces de que lo que la había hecho frenar no había sido otra cosa que el cuerpo del suicida, que debido al impacto había caído y se encontraba aplastado en el pavimento. Se dio cuenta también de que lloraba, de que no había un solo poro de su piel que no sangrase, y que acababa de matar a un hombre. Trató de hacer fuerza con las manos para poner todo su cuerpo en el tejado, sólo deseaba salir de allí. Pero al tratar aferrarse a la cornisa, esta cedió, y ya no hubo más tejado por el que resbalar, ahora la caída era vertical y pocos segundos la separaban de su muerte. El impacto dolió tanto como nunca podría haber llegado a imaginar, pero para entonces ya estaba muerta. 

Se han tenido muchas discusiones a lo largo de la historia sobre cómo sería la muerte. Si se llegaría a ver una luz al final de un túnel, si no habría nada... pero para Lena, fue oscuridad. Hasta que cuatro horas después, en un hospital cercano, nacía una niña. Que curiosamente tenía los mismos ojos que Lena.


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