La lluvia

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De un portazo, Adrián sale corriendo de su casa. Como una cuenta atrás inminente, hoy es ese día que él llevaba temiéndose desde hacía ya cinco meses, cuando a su madre le diagnosticaron cáncer de pulmón.

 Parece que como él, el cielo también llora. Apenas ha cogido una chaqueta sin capucha, y la lluvia le cala entero pero poco le importa. No estaba preparado para las campanas que sonarían anunciando al pueblo la muerte de su madre. No estaba preparado para entrar en su cuarto y verla tendida en la cama, como si solo estuviese dormida. Ojalá solamente estuviera dormida. Y desde luego no estaba preparado para el entierro, ni para el ataúd de apenas metro y medio en el que dormiría para siempre, hasta pudrirse y consumirse del todo. Ya no creía en Dios, se dijo mientras pateaba algunas piedras que se interponían en su camino. Porque, de existir, ¿Cómo era posible que se llevase a su madre tan pronto? Mientras llora y camina a partes iguales, se da cuenta de que el mundo sigue igual que siempre. De que no va a detenerse porque su madre esté muerta. De que al final, todos vamos a consumirnos del todo. Y de que, como el cielo, él seguirá llorando toda la tarde.


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