III

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Un sueño poco común

Era una madrugada fúnebre; todo me era aterrador; mi mente era un cementerio abandonado, en su interior solo habitaban los cuerpos de los difuntos que llevaban cientos de años de su fallecimiento.
La noche era fría, la luna estaba alta. Sentía un cosquilleo por todo mi cuerpo... ¡era magnífico! El sueño me dominaba, pero también luchaban sobre él las ganas de escribir.
Me sentía inspirado, no sabía si todo el paisaje que me rodeaba ayudaba a mi musa.
De pronto, casi de la nada, una de las puertas de la sala se abrió suavemente, no se escuchaba nada, solamente el sonido de las bisagras de la puerta.
Al principio, asumí que era la brisa, ya que el viento de afuera, era algo notable. Luego vi pasar cuidadosamente una pequeña sombra. Su silueta era la de un humano, o al menos eso logré descifrar.
Salí despacio para ver qué era exactamente esa sombra que había visto hace unos segundos atrás.
Entonces la pude observar completamente. Era hermosa, era una maravilla. Su piel semi-morena adornaba su sutil y exquisito cuerpo. Sus ojos eran color café; podía saborearlos con la vista. Su cabello era de color negro, pero no tan fuerte; lo llevaba corto. ¡Me encanta!
Se acercó hacia donde yo estaba y me cogió de la mano. Me dio un recorrido por toda la casa hasta llegar a mi habitación.
Entonces ahí empezó todo. Me arrojó de un empujón hacia la cama, yo por mi parte, caí bien, sin golpearme. Ella se posó sobre mi abdomen y empezó a hacer una mini-danza que desconocía.
Ya montada sobre mí, empezó a quitarse la camiseta lentamente... hasta que la despojó completamente de su cuerpo. No tenía sostén. ¡Vaya vista!
La parte superior de su cuerpo estaba completamente desnuda; me encantaba. Su pecho, sus rulos, su suave y tierna boca, sus hermosos ojos. La deseaba.
Le cogí la mano y empecé a recorrer su cuerpo con la mía. Era tan suave, tan caliente, tan ella.
Podía verme escribiendo miles de poemas a su lado, eróticos o de los otros, ¡qué importaba!
Podía sentirla; ella era esa nota musical jamás descifrada a la que ningún ser humano se pudiera resistir. Su cuerpo era el mejor cuadro de Picasso que ningún otro ser en el mundo conoció.
Era lo que le daba vida al poema más triste y desolado, era la alegría que destrozaba a la depresión.
Con mi mano toqué su deslumbrante cabello. Fui guiando mi mano hasta su boca. Sus labios eran suaves, frágiles, hermosos. No esperé más y me fui convencido.
La incliné hacia a mí para poder besarla, y por fin lo hice. Era como tanto pensaba, era toda una delicia, hasta que caí en un profundo sueño...
Seis y treinta minutos de la mañana. Apenas desperté salí corriendo a buscarla; a la sala, a la cocina, a la ducha, a las otras habitaciones... ¡nada! ¡¿Dónde se metió?!

¡Maldita sea! ¡Vuelve!

Entonces me di cuenta de que todo fue un sueño. Lamentablemente, sólo eso.
Pero sin embargo, a pesar de que se esfumó, me siento bien. No estoy solo, mi amada soledad me acompaña.

Tenebris ProseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora